lunes, 21 de septiembre de 2009

Amador

Amador tenía seis años cuando vio como mataban a un hombre debajo de su casa. Querían robarle las zapatillas, él se negó y perdió la vida.
Amador jugaba con su hermana en la terraza, escucharon unos gritos que venían de la calle. Dos balas en la cabeza y todo quedó en silencio. Recuerda el sonido ensordecedor de los disparos, pero no, si sintió algún miedo.
Desde su casa se escucha el fuego de las armas constante, como cohetes en los días de fiesta. Amador me cuenta que vivir con miedo es parte de sus vidas. Que la violencia no se enseña en las aulas, pero te la encuentras de frente en las calles día tras día.
Nunca habla de su hermano. A él también lo mataron, un ajuste de cuentas dijeron. Le quitaron la vida a pleno día en una calle transitada. Nadie vio lo que pasaba. El miedo es más fuerte que la justicia...
De los chicos con los que jugaba de niño, solo algunos quedan vivos, varios en cana y el resto perdidos. El logró escapar de un futuro que casi le estaba escrito.
Su voz no tiembla cuando me cuenta sus vivencias, el dolor se ha convertido en un escudo. "No hay más remedio" me dice. Cambia de tema y sigue sonriendo. Me quedo observándole, en silencio.
Ahora soy consciente de que los temores con los que crecí no son realmente miedos. Imagino que después de tanto dolor, uno aprende a vivir con ello.

A.Benlloch

sábado, 5 de septiembre de 2009

El lorito de Graciela

Graciela tenía un lorito de plumas azules, con una larga cola roja brillante y un pico negro y encorvado. Adoraba las pipas de girasol y cantar por las mañanas temprano.
Era la devoción de la vieja Graciela. La acompañaba las 24 horas del día mientras hacía sus labores o veía sus programas de televisión favoritos.
Graciela tenía miedo por su hermoso lorito cuando el perro del vecino ladraba durante horas frente a su jardín.
"¡Su perro se quiere comer a mi loro!" le decía cada día.
Una noche el vecino vio llegar a su perro con algo entre los dientes. Unas plumas azules y rojas salían de su boca babeante. El dueño del chucho se coló a hurtadillas en el jardín de su vecina con el lorito muerto y lo metió en la jaula vacía.
A la mañana siguiente Graciela llamaba a su puerta asustada."¡No sabes que le pasó a mi loro! Ayer se me murió de viejo y lo enterré en mi jardín. Hoy recién me levanté y no se como... el loro había vuelto a su jaula!"

A.Benlloch