sábado, 13 de octubre de 2012

Crisis económica, crisis existencial 

Me fui de España cuando el 15m estaba en su pleno auge. Las acampadas, las comisiones, las asambleas, las marchas y movilizaciones, las actividades culturales, artísticas y de acción contra los desahucios… una maravillosa transformación de la sociedad española, valenciana en este caso, donde por fin, millones de personas salían a las calles a protestar contra el sistema establecido. Entonces tuve que regresarme a Perú.

Poco después sucedió la primavera valenciana. Los jóvenes de los institutos públicos, en concreto del Luis Vives en Valencia, salieron a las calles de la ciudad protestando pacíficamente contra los recortes en educación. Arremetidos brutalmente por los antidisturbios, valientes montoneros que cargaron contra niños armados con libros. Se armó de nuevo. Universidades y colectivos, padres y madres, salieron a las calles apoyando a los jóvenes que estaban siendo ferozmente agredidos.
Fueron meses de tensión, de lucha, de incredulidad ante lo que estaba sucediendo. Todos sabemos cómo actúan los antidisturbios, cual es su papel precisamente en las movilizaciones pacíficas, me voy a ahorrar los detalles. Lo que personalmente ni yo ni muchas personas podíamos comprender en ese momento, es que bajo el disfraz de robocop y tras la porra y el casco que oculta su identidad, se esconden hombres de clase media, trabajadores, que seguramente tienen familias, incluso, muchos de ellos, con hijos en las mismas situaciones que los jóvenes del Luis Vives.  Seres humanos que también se están viendo afectados por las erróneas decisiones del Estado. Sin embargo, se convierten en sus fieles secuaces, en los alentadores del poder, en las manos sucias de un gobierno corrupto y podrido.
Llegó el verano en Valencia. Regresé cuando todo estaba más o menos tranquilo. Digo mas o menos porque siempre hay pequeños grupos haciendo ruido,  actividades o planificando acciones. Pero ni mucho menos lo que vi la ultima vez.
Ahora, la gente hablaba de la famosa crisis sin tanto resentimiento, no se si acostumbrados, pero si como algo cotidiano, que está ahí, rondando las cabezas de todos. Que casi se huele pero no se siente. Tras las fachadas neoclásicas y los bares repletos de gente están los verdaderos afectados, esos que casi resultan invisibles en los medios. Mas de cinco millones de parados en un país donde la mayor parte de la población son personas de la tercera edad. Millones de jóvenes estancados, perdidos, estudiando, aprendiendo idiomas o simplemente apáticos en una sociedad que no les brinda oportunidades, que no los valora ni reconoce. Muchos de ellos tomando el camino más fácil, huir de España.
Todo esto es cierto. Es terrible que la sociedad tenga que llegar a límites como los que se vieron el 25 de septiembre alrededor del Congreso. Que tengamos que permanecer absortos ante imágenes tan claras de manipulación donde los mismos efectivos policiales que alguna vez juraron defendernos, se visten de encapuchados y desarman una concentración pacífica convirtiéndola en una batalla campal. Es lamentable que tengamos que pelear entre hermanos y hermanas mientras toda la panda de sinvergüenzas se frotan las manos. Que el pueblo se mate mientras ellos siguen disfrutando de beneficios que no se merecen, que ningún ser humano se merece por encima de otro.
Acá en Perú ven la crisis de España como una crisis primermundista. Y ciertamente es así.
Aunque me duela en lo más hondo de mi sangre valenciana, los españoles tan solo salieron a las calles cuando sus bolsillos se vieron verdaderamente afectados.
Claro que esto supone, no poder pagar las tres hipotecas que tenías, no poder irte de vacaciones, no poder comprarte ropa más que en rebajas.
Por supuesto que hay gente que ha sufrido mucho con la crisis, personas que han perdido absolutamente todo lo que tenían, que de la noche a la mañana se han visto en las calles, buscando en la basura y durmiendo entre cartones porque el banco les quitó su negocio y su casa.
Pero no es la mayoría.
Cuando a veces las personas allá me hablan de la crisis exasperados, llenos de cólera, a mi cabeza se vienen las imágenes de los niños y niñas de Pamplona Alta, de las madres trabajadoras de Lomas, de San Juan y de los jóvenes de Barrios Altos.
“Tú no sabes lo que es estar en crisis” pienso.
Lo que ha sufrido España, a mi parecer, es más una crisis existencial que económica. Hace menos de cuarenta años que salimos de una dictadura. Heredera de una de las guerras civiles más sangrientas y duras de la historia. En estos años de “democracia”, progreso y crecimiento económico desmesurado, las cosas en España han cambiado mucho, pero mucho.
Pienso en como vivieron mis abuelos, nuestros abuelos. No puedo evitar sorprenderme al contarle a la gente que mi madre nació en una cueva. Que los jóvenes de hace tan solo 30 años no conocían los celulares ni las computadoras.
Las personas empezamos a asumir en España que el progreso era estar acorde al consumo desmedido. Familias de clase media con sus apartamentos en la playa, su casa de campo, un carro para cada miembro de la familia, lavadora, secadora, lavavajillas, microondas, televisión de plasma para el salón, televisión  para la cocina, televisión para el cuarto matrimonial y bueno va, televisión para el niño que se entretenga. Comprar cualquier cosa, mientras había plata, o no la hubiera, el banco te avalaba.
Está bien reconocer que los españoles hemos consumido como bárbaros. Haciendo precisamente lo que los bancos y las empresas esperaban de nosotros. Quizá engañados, engatusados por los ojos azules de la publicidad, hemos sido estafados, defraudados pero también tramposos y descuidados.
La crisis, la famosa crisis que lleva a los españoles de cabeza a supuesto en realidad un cambio de paradigma. Una tremenda bofetada para aquellos que se habían dejado seducir irremediablemente por el progreso. Ha sido quizás, una vuelta las tripas para darnos cuenta que el camino que estábamos tomando no era el adecuado. Que nuestra forma de vida consumista y egocéntrica es precisamente lo que tenemos que repudiar. Y sobre todo, que el sistema político de falsa democracia que nos han vendido y hemos comprado, no es más que  una absoluta mentira.
Cualquier tipo de crisis puede ser el acontecimiento más trascendental e importante que le pueda ocurrir a una persona durante el transcurso de su vida. Si ésta es adecuadamente resuelta, le permite a quien la sufre adquirir un sentido de auto-suficiencia moral y personal que puede repercutir de modo favorable por el resto de su existencia.
Es precisamente lo que ha generado la crisis en España. Lo vi en las asambleas y lo sigo viendo en los grupos de jóvenes y adultos que están repudiando la vida que habían llevado hasta ahora y han comenzado a generar cosas diferentes. Grupos de personas que han comenzado a repoblar los pueblitos abandonados, a cultivar de manera orgánica, a intercambiar con el trueque.
Grupos de personas que han empezado a organizarse, a ocupar viviendas deshabitadas para convertirlas en refugios de convivencia para aquellos que han perdido sus casas. Grupos de personas que recogen las descomunales cantidades de alimentos que se tiran en los restaurantes y supermercados para repartirlos. Grupos de contención y apoyo a quienes van a ser desalojados a la fuerza. Lo veo también en los jóvenes y profesores que salen a las calles reclamando una educación gratita y de calidad, en las enfermeras y trabajadores de salud que marchan contra los recortes en algo tan básico como la vida, en los médicos que pese a las amenazas siguen atendiendo a cualquier ser humano que lo requiera.
Hasta cierto punto, yo no creo que esta crisis haya sido lo peor que le ha podido pasar a España, simplemente tenía que pasar. Gracias a ella, hemos demostrado que si queremos, las personas podemos organizarnos, apoyarnos y vivir de manera diferente a como sin darnos cuenta, nos han ido imponiendo. 

A.Benlloch