viernes, 9 de octubre de 2009

Valencia

Sus calles se tornan naranjas cuando las farolas anuncian la madrugada.
Azules son sus aguas saladas, a ratos oscuras, a ratos claras.
Puedes pisar desde arenas blancas a piedras escarpadas.
Su cielo claro se confunde con el mar sin saber si estás patas arriba.
Verdes son sus montañas y sus flores amarillas.
Con el buen tiempo el azahar invade los sentidos, su sabor dulzón empalaga los recuerdos con su olor:a mañanas tibias, aceite de oliva y veranos de mucho calor.
Cuando llueve huele a tierra mojada, romero y caracol. A tomillo huele cuando cesa la lluvia y comienza a salir el sol. Durante la siesta sus calles se quedan desiertas,solamente se escuchan los grillos frotando sus patitas entre la hierba.
Sólo la pólvora es capaz de hacerte llorar por dos motivos;el humo de la mascletà o la emoción tras el castillo.
Nunca vi llorar a nadie como nosotros lo hacemos por el ruido.
Llevo sus sabores conmigo: paella, fideuá, arroz negro o de marisco. Allioli y buñuelos de calabaza, pasteles de boniato y horchata de Alboraia.
Conocí ciudades hermosas, culturas sorprendentes y paisajes increibles, pero nada es comparable al lugar donde uno nace, donde tiene sus raíces.

A.Benlloch