martes, 25 de enero de 2011


El "guachimán" de la calle


Guardián de asaltantes en las noches, custodiando somnoliento las pesadas horas de la madrugada .
Sentado en su banquita, con los brazos caídos y el cuello torcido, lucha por mantener los párpados abiertos para que a ningún maleante le de por robar durante la llegada de un sueño fugaz.
Como un espantapájaros urbano, que en lugar de pajarracos espanta personas. No importa su vigilia, sólo su presencia logra disipar las malas intenciones.
Acompañado en ocasiones de un chucho vespertino que espera avizor algo que llevarse al gaznate.
Un pequeño cubículo en forma de casita finge ser su guarida, donde se cuida del frío en la noche y durante el día se hornea.
Todos le conocen sin conocerle. Su cara es familiar, pero nada saben de sus sueños. Desde la otra punta de la ciudad viaja cada día durante horas para resguardar casas ajenas.
Cuando entra la noche prende la radio, las voces de los locutores le hacen compañía mientras que la salsa y la cumbia le transportan a mejores momentos del día.
A veces atraviesa la vía a paso lento y desgastado, mira el suelo aletargado, con la esperanza de levantar la mirada y que el mundo se haya puesto patas arriba.
Nadie sabe su nombre, todos le conocen como "el guachimán" de la calle.


A.Benlloch

sábado, 8 de enero de 2011

El mundo vive en celo

Siempre me gustó usar escotes, al menos, desde el momento en que aprendí a aceptar que mi cuerpo había dejado de ser el de una niña sin voluptuosidades. Casi todas mis faldas son cortas y algunos de mis vestidos siguen las curvas de mi cuerpo.
Como mujer, siempre me gustó verme bonita, sencilla, pero bonita. Y nunca me preocupé por si lo que llevaba puesto atraía demasiado las miradas ajenas.
Creo que ninguna mujer debería taparse sólo porque se siente incómoda ante una mirada. Prácticamente no hay día en que no me sienta violada. Una palabra obscena, una mirada sucia e incluso, un roce de pene erecto sobre mi culo en el apretado micro. Camino por la calle y sólo hago que preguntarme "por qué no salí con algo menos ajustado".
En la esquina, un grupo de hombres descansan de su jornada de trabajo y hablan entre risotadas, por minutos vacilo si pasar frente a ellos... decido cambiar de acera para pasar desapercibida. Entonces empiezan los gritos y las palabras guarras que no tengo por qué escuchar y que inevitablemente me hacen sentir sucia y mal.
Subo al micro, está rebosante de gente, apretados unos contra otros nos acoplamos del mejor modo posible. Tras de mí, un hombre me golpea repetidas veces con su miembro. Me muevo en silencio, justificando su impertinencia en el escaso sitio disponible. El hombre me sigue y continua con el repugnante golpeteo. Enojada le grito que no es agradable sentir su pene erecto y le pido por favor que se cambie de lugar. El responde con una sonrisa y ni si quiera reclama o se molesta.
Miradas sucias en los pechos, groserías desde los carros y toqueteos escondidos o disimulados entre la multitud.
Lo peor es, cuando te gana el miedo. Caminar a determinada hora por la calle, si eres mujer y encima estás sola, sabes que es algo imposible en esta ciudad.
Cuando me quejo, todos dicen que yo soy responsable, por vestir de determinada manera sabiendo a lo me enfrento.
Pero yo no lo veo así. Deberían cortarles el pene a todos esos hombres salidos, maleducados y violentos que nos atacan por las calles. Por que es un ataque, una violación de tu derecho a la libertad de vestir como gustes, caminar por donde quieras y en concreto de ser mujer en un mundo excesivamente machista y enfermo.
A veces sólo quieres pasar desapercibida, caminar tranquila sin ser objetivo de necios que se empeñan en hacerte sentir culpable por tener pechos o enseñar las piernas.
Hablan de libertad y en ocasiones he de taparme los hombros para no provocar miradas desagradables que me exponen al peligro, en un mundo donde hay hombres que no pueden controlar sus deseos sexuales reprimidos y provocados seguramente por el recuerdo de una infancia truncada.
Pero ni yo, ni mi cuerpo, ni mi dignidad como mujer y ser humano tienen la culpa de sus desdichas.
A veces una simple mirada manchada de esperma te recorre el cuerpo y te sientes desnuda, impotente. Es increíble, lo que ha de soportar una mujer por el simple hecho de nacer con vagina.
Llego a casa y me siento sucia, sólo quiero bañarme y quitarme de encima todas las miradas, groserías o roces que he sufrido en el camino. Prendo la televisión, y sólo pasan maldito perrero donde los hombres maltratan verbalmente a las mujeres mientras ellas bailan orgullosas frotando sus nalgas contra la pierna del "cantante" agasajado con cadenas de oro y lentes de sol que golpea a ritmo de reggaeton su culito desnudo y exuberante.
Las discotecas, están repletas de niñas que pasan de jugar con muñecas a mover las cachas sobre los erguidos bálanos de los muchachos que se deleitan ante tanta maravilla amorosa.
No entiendo nada, el mundo se ha vuelto completamente loco…

A.Benlloch

lunes, 3 de enero de 2011


Yanantin la mamacha

Se llama Yanantin y sabe manejar las pistolas como nadie. Dicen que las mamachas son bravas, fuertes y están llenas de coraje. Yanantin es ruda y temible.
Sobre su pollera de colores cuelgan dos revólveres Magnum 38, sujetos por un cinturón tejido con lana de alpaca.
Nunca se quita su sombrero de copa alta y grandes alas trenzado con hojas de palma y roído por los años. Sus trenzas negras y largas caen por su espalda como dos serpientes venenosas. De caderas anchas y pechos turgentes, hombros rectos y nariz de cóndor.
Su casita de adobe reposa plácida sobre la punta del cerro, allí donde el aire es escaso y el frío corroe las mejillas.
Dicen que sus ojos son tan negros como el azabache y que si los miras de frente pierdes la vista por siempre. Nunca se le conoció esposo ni familia, aunque detrás de su casa tiene enterrados seis cuerpos de tontos hombres que creyeron poder conquistarla.
Siempre fuma una pipa y masca hojas de coca. Sus manos ásperas están curtidas por el sol de la sierra. Su padre le enseñó a disparar de joven, por eso tiene tan buena puntería.
El fogón de su casa desprende un humo espeso constante. Cuentan en la aldea que son los cuerpos de los desaparecidos que cocina para alimentarse. De los muertos nada se sabe, Yanantin siempre fue muy reservada, le gusta la soledad y el silencio de su casa.
Lo que la gente no sabe es que Yanantin también tiene sueños y esperanzas y utiliza sus dos armas para ahuyentar a los que quieren robarla.

A.Benlloch