jueves, 30 de septiembre de 2010


Mágica Chetilla

Chetilla nos recibe de noche, bajo sus luces opacas y sus luciérnagas innundando de destellos las calles más oscuras. Ubicada entre cerros, descansa humilde y silenciosa.
Son las 5:40 am. El lechero llega con los porongos vacíos, las mamachas esperan con sus valdes de leche fresca. Hoy Alicia venderá tres litros a ochenta céntimos cada uno.
Chetilla es un pueblo pequeño, aunque sus tierras se expanden hasta donde ya no alcanza la vista.
Hablan de pobreza extrema, algo que no deja de sorprendernos. Nos cuestionamos como en un lugar tan hermoso y tan lleno de riquezas pueden existir tantas carencias.
Durante el día el sol abrasa sin remordimientos, y a la noche, el viento recorre helado sus calles de tierra y piedras.
Chetilla es una comunidad de mujeres. Celosas de sus costumbres, caminan por sus calles hilando. Sus vestimentas llenas de colores despuntan en el marrón adobe de las casas. Con la rueca en la mano sus dedos trabajan sigilosos la lana en un trabajo mecánico y perfecto.
No solo tejen, llevan la casa, el ganado, trabajan en la chacra y los comercios. cargando a sus hijos a la espalda, envueltos en killas haciendo todo, o de todo un poco.
Casi no hay hombres, nos preguntamos si estarán en la chacra o quizá bajarán hasta Cajamarca para trabajar. Entonces nos enteramos de cual es la realidad. Chetilla, es un lugar de mujeres.
Estos días están de fiesta. Hay mercado, concurso de hilanderas y fútbol. Las mujeres siguen trabajando. Se celebra la caravana folclórica en la comunidad. Sobre la vereda un hombre duerme la mona y el resto toma hasta el amanecer celebrando la magia de ser varón. Rosita nos cuenta entre tímidas risitas que los hombres son malos, pero acá, es mejor eso que nada. Si uno no aparece a la cita “estará borrachito” comentan.
El pueblo se llena de faldas y sombreros, en el encuentro sobre la alfabetización, la lucha está a cargo de las mujeres, su carácter refleja la dulzura y la fuerza del trabajo.
Entramos en la municipalidad y encontramos a varios hombres trabajando levantando ladrillos de barro y cargando sacos de madera. Cuando llega la tarde casi puedes tocar las nubes, sus prados se expanden amarillos y verdes bajo nosotros.
En lo alto del cerro, la escuelita reposa silenciosa y a medio construir. Un solo docente por colegio, internos en una educación occidental que pocas veces tiene que ver con sus propias realidades. Con el quechua olvidado en las aulas los más viejos mantienen viva su lengua en los hogares.
Profesores, niños y adultos participan en los talleres. Cada cual tiene una historia para contar. Las hilanderas de Chetilla, Alicia y los recuerdos de una anciana que revelan que el cambio de los años, no pasa en vano para nadie.
La hidroeléctrica es el mayor logro que la comunidad ha logrado. Con el esfuerzo de sus propias manos y el trabajo de la minga, la faena comunitaria, ahora gozan de energía desde hace más de nueve años.
Ahora ya saben que tienen voz y pueden hablar.
Con nuevas expectativas y muchos abrazos nos despedimos de aquellos que han sido nuestros compañeros y amigos durante la semana.
Ojala no pase mucho tiempo hasta que podamos regresar a este lugar de colores, mujeres y cielos hermosos.

A.Benlloch

jueves, 2 de septiembre de 2010


La Shicuana

Chamis nos recibió acogedora y silenciosa. La escuela de primaria IEN82848 es nuestro centro de operaciones, junto a nosotros, un pequeño y colorido cementerio nos acompaña día y noche con sus cruces burlonas asomando sobre nuestras cabezas.
A más de 3000 metros de altura, Cajamarca se abre extensa bajo nosotros.
Solo unas pocas casitas y unas cuantas ovejas y vacas pastando pintan los prados de La Shicuana, donde nos encontramos.
Cuando llega la tarde la escuela se innunda con el olor de los eucaliptos y el sonido de los chicos saliendo gozosos de sus clases.
Chamis es un lugar hermoso, con gente tímida y generosa, vestida con trajes colmados de colores y tradiciones latentes. Curiosos observan a los “gringos” que rondan por sus calles durante la semana.
Los primeros en llegar son los más chicos que temerosos nos sonríen y nos observan murumurando entre ellos. Vienen caminando desde el centro poblado de Chamis, a poco más de una hora, tan solo, a la vuelta del cerro frente a nosotros,
Entre la gente que partcipa en los talleres, encontramos también adultos del caserío y algunos profesores. Algunos llegan desde Cajamarca, Chamis y otras localidades.
Desde el más chico al más grande, todos tienen cientos de historias para contar.
Dispuestos a empaparse de todo, nos escuchan y nos miran atentos. Solo bastan dos días para tomar confianza con ellos y empezar a jugar.
La mayoría, nunca han visto o tocado una cámara o una computadora, pero no dudan a la hora de experimentar.
Nuestra llegada a este lugar, ha sido un golpe de realidad. Chamis siempre vivió de la agricultura; trigo, papa, maíz y olluquito. Pero últimamente no llueve mucho, parece que el agua se haya olvidado de esta tierra.
Nos cuentan que los niños se quedan solos durante el día, sus papas bajan a Cajamarca para trabajar y no regresan hasta la noche.
Como un lugar olvidado, en La Shicuana no hay internet, aunque Cajamarca se encuentre a tan solo media hora a pié.
Entre los temas escogidos por los talleristas, está el quechua y todo lo que rodea a esta enigmática lengua. Ahora, solo los más viejos mantienen su idioma, ni los chicos ni sus papas ya lo quieren hablar, para eso tienen un castellano impuesto.
Ya son pocas las comunidades acá en el norte que conservan tímidamente el quechua como su idioma natal.
No podemos evitar sentirnos extraños en nuestra propia tierra… a tan solo trece horas de diferencia en bus, parecemos estar en otro planeta. Estas diferencias nos enriquecen pero nos desconciertan. Cuando la gente de la comunidad nos pregunta de donde somos, Lima parece ya otro país.
El Segundo día, decidímos que no teníamos nada mejor que hacer que perdernos por el cerro cuando regresábamos de Cajamarca tras una ducha rápida y necesaria, después de casi dos horas por angostos caminos llenos de piedras y agujeros, conseguimos llegar asados a nuestro pequeño hogar, La Escuelita IEN82848.

A.Benlloch