miércoles, 27 de octubre de 2010

Manolo

No se cuantos años hace que murió mi abuelo.
Solo recuerdo que hacía calor. El teléfono de mi casa sonó y yo me eché llorando sobre mi cama. Era de madrugada.
Esa sería la primera vez que asistiría a un entierro.
Todo el mundo lloraba desconsolado, mientras observabamos como desaparecía el ataúd dentro de aquel agujero en la pared, con los restos del que había sido mi abuelo dentro.
Creo que yo lloraba al ver a los demás llorando. Es una reacción inevitable del ser humano... la tristeza de los demás, también era mi tristeza.
Alguna vez pienso en él, y me acuerdo de algunas cosas. Su despacho, situado en una pequeña habitación al fondo del pasillo de la casa, era mi atracción favorita cuando él no se encontraba.
Me gustaba abrir sus cajones, utilizar sus lápices y malgastar sus papeles dibujando garabatos o escribiendo arrítmicas poesías. Inexplicablemente, cuando murió, perdí el interés en todos esos bártulos que tanto me atraían.
A veces me llamaba para que llenara de agua su botella blanca de plástico con una extraña tapa que nunca llegó a funcionar. O discutíamos durante la comida por mis ideas “rojas” y revolucionarias, me llamaba “La Pasionaria”.
Lo recuerdo como una sombra bajo el umbral de la puerta velando como perro guardián los inquietos sueños de mi hermano y míos.
Los domingos, salíamos a pasear por algún lugar. Una de sus preferencias era el cementerio. Imagino que entre tanto silencio lograba olvidarse del mundo por un tiempo.
Se sentaba en la banca de la entrada con sus ducados en el bolsillo de la camisa y un librito de crucigramas en la mano. Prendía el primer pucho de una larga lista de cigarrillos, mientras mi hermano y yo salíamos en busca de lápidas excéntricas, fotos y nombres que resultaran conocidos.
Caminábamos por los espigados pasillos repletos de nichos, leyendo las palabras de despedida escritas por los familiares y contando los años de sus muertes a través de las fechas.
A esa edad, aún no me preocuba demasiado por el significado de la muerte, lo verdaderamente positivo que saqué de mis aventuras de ultratumba, fue que cuando llegara mi hora, prefería arder entre llamas como pecadora, que comida por gusanos nacidos de mi propia carne putrefacta.
Tras su muerte, nunca regresé a ese cementerio.
No podría decir como era en realidad el carácter de mi abuelo. Creo que nunca lo llegué a conocer de verdad. Tenía su modo de expresar su amor hacia mi y mi hermano.
Siempre asistió a todos mis recitales de danza, enmarcaba mis dibujos y me dejaba su vieja máquina de escribir con la compuse mis primeros ensayos.
Se que estaba orgulloso de mí, pese a nuestras peleas y discrepancias.

Yo recuerdo mi infancia como la más perfecta y maravillosa que podría haber tenido una niña. Pero los rostros de mis padres en las fotos de esa época me cuentan lo contrario.
La empresa familiar, tras muchos años de esfuerzo, se vio abocada al cierre. En 1989, año en que acabó la actividad, la empresa tenía cerca de un centenar de empleados. Fueron años muy duros. La decisión de cerrar, fue uno de los momentos más amargos en la vida de mi padre.
Nadie planificó llevar la empresa a la quiebra, la situación económica junto a las malas decisiones la llevaron a su clausura.
Quizá el error más grande que cometió mi abuelo, fue ser extremadamente generoso, hasta el punto de ser engañado por gente que quería.
Yo nunca tuve ocasión de preguntarle como vivió él aquella situación. Hablo más bien desde la ignorancia, pues hasta ahora, nunca fui capaz de preguntarle a mi padre, como fueron esos años y que es lo que realmente pasó.
Yo nunca le guardé rencor por sus herrores. Se que mi abuelo se equivocó de muchos modos, pero el verdadero amor está en saber perdonar.
Yo también me equivoqué con él. Pienso que otro modo de decir que nos quería, era dándonos dinero cada vez que íbamos a visitarle. Esta peculiar demostración de afecto se convirtió en una costumbre para nosotros y el regalo voluntario pasó a ser una exigencia por nuestra parte.
Ir a ver a mi abuelo, significaba sacar dinero.
Me gustaría decirle que lo siento, y que le quiero. Creo que nunca se lo demostré como debía. Aunque debo admitir que mis abrazos siempre fueron sinceros.
Cómo el tiempo y la distancia apaciguan los dolores. Uno aprende a vivir con la falta de un ser amado. Yo, me acostumbre a vivir sin mi abuelo.
Que extraño pensar en alguien que ya no está en tu vida, y hacia el que tienes sentimientos encontrados.
No sabría decir si echo en falta su presencia... hace ya tanto tiempo, que el corazón se acostumbra a vivir con ello.
Si tuviese otra oportunidad de verlo, me acercaría a él de otro modo, no se, le preguntaría más sobre su vida, sobre quién es él y si esperaba ser lo que es ahora. Le abrazaría más sin esperar nada a cambio. Y volvería a meterme en su despacho toqueteando de nuevo todos aquellos cachibaches que con tanto esmero cuidaba.
Recuerdo la primera vez que le ingresaron, le escribí una poesía para animarlo. Caminaba con una prótesis en la pierna. Yo nunca había visto algo parecido. A veces se la quitaba para estar en casa, y yo me quedaba mirando curiosa ese extraño muñón al que pronto se acostumbraron mis ojos.
No se que pensaría mi abuelo ahora. Me gustaría que la vida me hubiese dado algo más de tiempo a su lado. Puede que no estuvierámos de acuerdo en muchas cosas, pero, si hago memoria, estoy segura de que fue la persona que más me animó para seguir haciendo lo que me gusta; escribir.
Mi abuela solía cocinar paella cuando íbamos los domingos a comer a su casa. El siempre me preguntaba cuál era más rica, esa o la de mi padre. Mi respuesta siempre era la misma “la de mi padre”. Ya se que es lo primero que le diría si lo viera de nuevo: “yayo, la paella de mi papá sigue siendo la más rica, pero las habitas de la yaya, son inigualables”.
Se que fue un hombre complicado, y con un fuerte carácter. Pero a su modo, siempre amó a su familia y los mantuvo a su lado.
Por encima de todo, era mi abuelo, y con sus virtudes y defectos así lo quiero.

A.Benlloch

lunes, 25 de octubre de 2010


(A mi papá)

Como un gato solitario, emancipado
te recuerdo en la vieja salita llena de discos, el jazz de fondo sonando…
invadiendo el espacio en melodias transgresoras galopando a ritmo del corazón.
Tus dedos moviéndose camuflados sobre el destartalado sillón color teja. Ese era tu rincón.
Te veo en la vieja foto que tanto me gusta, junto a una guitarra matrona de utopías que se escapan.
En tus ojos presencio la noche vacía, por sus calles oscuras y húmedas caminan acordes a ritmo de blues en la madrugada.
Hombre de honor, miembro inaudito de la Cosa Nostra. Perro Viejo al que que no engañan.
Soldado de guerras que hicieron historia entre Anibal y Publio Cornelio Escipión (El Escorpión).
Caminas de noche, entras al bar pero no ves muchas caras.
Que pensarás?
Portador de sueños a sus espaldas. Te recuerdo de noche sentado sobre mi cama, hablando de todo, de nada. Complices de manías, de gestos y miradas.
Chamán y curandero, con tus ícaros cerrabas mis parpados consiguiendo que pesaran hasta el más profundo sueño.
Romántico idealista, que no se ha descubierto.
Silencioso y pragmático fiel amigo y bondadoso.
Genial ingenio y talentoso.
Genio grotesco si ha de serlo, codero con piel de lobo.
Gato soltario caminando en la noche, libre, radiante, solo.

A.Benlloch

lunes, 18 de octubre de 2010


Bambamarca

De camino a Bambamarca pasamos por las minas. El paisaje va haciendose cada vez más áspero y los cerros se tornan ocres y rojos. En la combi, todos quedamos callados, observando silenciosos el vasto paisaje que se abre frente a nosotros, doloroso y amargo, como la falta de vida en la tierra desierta que han dejado las máquinas en busca del ansiado oro.
Hacemos una breve parada en Hualgayoc, un pueblo con una larga tradición minera. Dominante, un arco de bienvenida sostiene a sus lados las esculturas de dos mineros trabajando. Uno no llega a comprender del todo la extraña relación de amor que tienen estos pueblos con la minería.
Bajo sus suelos, descansa el oro más cotizado. Los monstruos quieren levantar sus tierras sacando de allí a sus pobladores. Arrebatándoles de sus hogares les mienten con una nueva ubicación con mayores oportunidades.
La gente, en su pleno derecho, no quiere moverse de sus viviendas. Ahí está su tierra, el lugar donde nacieron y donde han crecido sus hijos.
Como castigo por sus caprichos, la empresa minera sabotea al pueblo dejándoles sin agua y los mantiene sin energía. Con un grupo electrógeno prestado se apañan y cada mañana, ciudades como Bambamarca les mandan barreños de agua.
Llegamos de noche, el pueblo está lleno de vida. En la plaza la banda local ensaya sus canciones. Pronto empezarán las fiestas y pasacalles.
Una gran pileta sin agua se levanta ostentosa en su centro, y en los jardines, los arbustos forman figuras que nadie comprende.
Nos encontramos con muchos jóvenes campesinos que vienen de otras comunidades. Viven en la escuela tres días para poder ayudar en sus casas el resto de la semana.
La escuela es también su hogar. Allí aprenden a trabajar todos en comunidad, mientras unos labran la chacra, el resto limpia y alimenta los animales. Almuerzan todos juntos con los alimentos que ellos mismos recogen.
No solo aprenden matemáticas o historia, aprenden de la amistad y el respeto. Se ayudan y cuidan entre ellos. Se les enseña a escribir bien pero también un oficio que trabajan con sus manos. Por primera vez, vemos una educación que se adapta a las necesidades de su pueblo.
Aprendemos el arte de hacer sombreros. Vilma nos abre las puertas de su casa, todos en su familia trenzan, de generación en generación se transmiten los conocimientos de un trabajo que va más allá de las tradiciones.
Al principio nos confiesa que ya no quiere seguir los pasos de su familia. Cuando era niña le gustaba mucho trenzar, ahora, prefiere seguir estudiando sin tener que hacer más sombreros.
El documental es un proceso de busqueda en ella, el último día nos confiesa que ya no piensa igual. Sabe que estudiar no está desligado a trenzar. Ama la labor de su familia y lo que este complejo y hermoso arte representa para ella.
Nos cuentan que hay minas abandonadas en las cuencas de los ríos que se sigen contaminando con los residuos que desprenden estos pasivos ambientales. Ya no hay pescado del que alimentarse ni vida alguna en sus aguas. El río Llaucano tiene un color violeta, más abajo, se juntan los dos ríos que llegan hasta Bambamarca.
No salimos de nuestro asombro al ver los colores ficticios de estas aguas que abastecen a las comunidades. Los campesinos ya no saben como luchar.
“Hoy parece que está limpita el agua, aprovechamos ahorita para tomarla” me dicen, yo miro incrédula su color naranja.
No podemos evitar sentirnos extraños bajo el agua cada vez que nos bañamos. Como algo tan puro, puede causarnos tanto temor?
Mientras vemos como el pueblo sufre las consecuencias, las empresas de la Gran Minería siguen impunes en su política de arrasar las cabeceras de cuenca, los pueblos y sus riquezas.
Tras una intensa semana de intercambios y aprendizajes, se despiden de nosotros con canciones. Abrazamos a nuestros amigos, con la esperanza de encontrarnos de nuevo. Junto a ellos, dejamos todas nuestras energías y apoyo, en esta lucha llena de necesidad y búsqueda de justicia.

A.Benlloch

domingo, 17 de octubre de 2010


Un año

Hace un año, me subí a un autobús colmada en lágrimas dejando atrás una historia que hacía tiempo había terminado. Con el corazón en la mano y llena de dudas salí de la estación de Retiro en Buenos Aires y crucé el desierto de Atacama rumbo a Lima.
Unos meses atrás, nunca hubiera imaginado el giro que iba a dar mi vida.
Todo empezó aquella noche, cuando por cosas del destino, terminé en esa fiesta en la que no conocía a nadie.
Por algún motivo que mi estado de embriaguez entonces no me permite recordar, comenzamos a hablar.
Dos desconocidos, que de pronto se encuentran y tienen más cosas en común de lo que podrían imaginar.
Todo pasó en las escaleras, a escondidas, nuestras manos se rozaron y el universo explotó en millones de átomos girando a nuestro alrededor. Como un colapso gravitacional, me volví más pequeña hasta quedar suspendida en el aire y allí, me besó.
Lo supe desde ese mismo instante, lo supe toda la noche en que hablamos sin parar de nuestras inquietudes y sueños. Todo eso del amor verdadero y las almas gemelas son huevadas, puede ser, pero esa noche yo sentí por primera vez en mi vida, que había encontrado al protagonista de todas mis historias y novelas.
Confusa y afligida me fui sin saber su nombre. Era absurdo que en ese momento fuera capaz de conformarme y que para calmar mi pena me repitiera a mi misma “en otra vida”.
Menos mal que existe la tecnología. Así consiguió encontrarme, entre todas las redes sociales de todas las Albas del mundo, dió con mi facebook. Sin duda, era nuestro destino encontrarnos de nuevo.
No se que locura me llevó a comprar un billete de bus a Perú. Estaba dispuesta a resolver mis dudas y a enfretar mis temores. No fue fácil dejar todo lo que había formado parte de mi esos últimos años.
Siguiendo los pasos del sueño que tuve cuando llegué a Argentina, me embarqué en busca de respuestas.
Hace un año que llegué a Perú, y miento si digo que no ha sido un buen año. Soy tan feliz que a veces aún creo flotar como aquella noche en las escaleras. No solo encontré el amor, también a mi misma.
Lo mejor, es que esto no termina aquí, si no que es el comienzo de una historia a la que aún le quedan muchas páginas por escribir.
Subir a ese autobús, ha sido sin duda, una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

Te amo.

A.Benlloch

sábado, 9 de octubre de 2010

El meu iaio

El 11 de septiembre hizo tres años que murió mi abuelo.
No he vuelto a su tumba desde el día que le enterramos... no se como sentirme ante eso...
Ver una lápida en cuyo interior se amontonan unos huesos putrefactos.... eso, no es mi abuelo, ni lo que queda de él.
Pienso en él a menudo... pienso en todas aquellas cosas que nunca le dije o le pregunté.
Pienso entonces en cuantas cosas se me quedarán por decir el día que muera alguien a quien quiero... El tiempo nunca es suficiente para nadie.... ni siquiera para el silencio.
Han pasado ya tres años.... ya no se ni cuanto es eso... mi vida ha cambiado tanto desde entonces que siento que en lugar de tres años es una eternidad.
Nunca supe en verdad que pensaba mi abuelo, que pensaría ahora de mi....no lo se.
El día que supe cuanto me quería, fue cuando discutí con él, ya no recuerdo el motivo, y estuve unas semanas sin hablarle. El día que aparecí por su casa y me vió entrar por la puerta, rompió a llorar como un niño y me preguntó porque no había ido antes a verle. Me odié tanto a mi misma y a mi orgullo en ese instante...
A veces creo que el estar lejos me ayuda a pensar que sigue vivo... pintando en el taller o paseando por la huerta, quien sabe.
Me pongo a hacer memoria, mi infancia... voy creciendo y a medida que pasa el tiempo los recuerdos se hacen más y más pequeños... no es justo, deberíamos poder acordarnos de todo. De todo lo bueno.
Yo no puedo olvidar el día de su muerte.
Como puedes extrañar tanto a alguien pese al tiempo que hace que se fue?
Si lo tuviera frente a mi, solo unos minutos, otra vez.... le preguntaría que es lo que más echa de menos.
Lo recuerdo postrado en su cama, amarillo, vacío, sin vida. Ese ya no era mi abuelo.
Creo que su alma salpicó el aire en colores, formando abanicos, y se despidió de nosotros volando sobre nuestras cabezas, sonríendo, feliz de vernos a todos juntos, mientras llorabamos su partida.
Lo escucho diciendo “xiquets no ploreu, vaig a estar bé, amb m´ha mare y mon pare”.
A veces me gusta cerrar los ojos y pensar en como era su voz, su olor. Siempre que huelo a tomillo inevitablemente me viene su imágen. Me río sola recordándolo discutiendo con mi abuela, o haciendo alguna de sus bromas.
Siempre que pienso en él, en mi memoria yo también soy pequeña, él es alto y grande, camina rápido con sus piernas flacas y largas. Dando pequeños saltitos como un gato, igual que mi mamá y mis tías.
Que extraña relación la que tengo con mi ciudad. Allí está lo que más quiero, lo que yo fuí y parte de lo que soy ahora. Allí está mi abuelo... sus recuerdos.
Me acostumbré tanto a extrañar todo eso que ya no se tenerlo de otro modo.
El nunca estuvo en Perú, se que le habría gustado conocer su cultura, ver las ruinas, las ciudades y caminar sus sierras. Yo lo siento andar junto a mi en todos mis viajes, veo su luz clara, su energía en todo lo bueno que hago. Aquello que es bueno para mi.
También le daría un abrazo si lo tuviera de nuevo frente a mí, uno por todos aquellos que no le dí cuando estuve cerca, y para recordar los que si nos dimos.
Ay abuelito, cuanto nos haces falta a todos, que buenos serían tus consejos de nuevo.
Nunca fueron suficientes las veces que te dije “te quiero”, a veces son palabras que parecen estar de más. Tu lo sabías, yo lo sabía, que más da.
Si pudiera ahora, cuantas veces las diría.
Te quiero iaio, esta es mi manera de expresar cuanto te extraño.

A.Benlloch

sábado, 2 de octubre de 2010


Luchadora San Marcos

En San Marcos nos topamos con gente irrepetible.
José es un dirigente campesino que vive en Campo Alegre. Lleva toda su vida liderando una lucha más que justa. Las mineras se empeñan en explotar su tierra.
Primero fue Mishki Mayo, también Yanacocha y otros monstruos que ansían el oro que albergan sus tierras.
Para José y los habitantes del Valle, la riqueza no reside en ese mineral amarillo por el que otros países matan. Si no en sus flores, sus árboles y sus cosechas. La fertilidad de sus suelos y la gente que habita en ellas. Sus aguas cristalinas ahora contaminadas por las mineras y los animales de los que se alimentan.
Siempre vivieron de la tierra, en armonía con ella. Entonces llegaron estos señores con sus mentiras y amenazas prometiéndoles un desarrollo disfrazado de disparates. Plata y progreso a cambio de la salud y el asesinato de sus suelos.
El lugar donde uno nace, debería ser el lugar donde uno muere. Les obligan a abandonar sus hogares. ¿Quiénes son ellos que vienen de fuera y les dicen donde pueden o no vivir, o como deben o no hacerlo?
Es incomprensible tanta injusticia e impunidad ante tantas barbaridades. Pero para José y todos aquellos que viven esta lucha día tras día ya es parte de sus vidas. Nos habla directamente a los ojos, la firmeza y serenidad que desprende es sobrecogedora. Cuando lo escuchas hablar, comprendes porqué lo escogieron como su líder.
En esta lucha hay cientos de personas involucradas. El padre Lázaro y las hermanas Victoria y Camila también dieron su vida por aquellos que menos voz tienen.
No podemos creer como después de tantos años luchando siguen sin agotar sus energías. Despliegan una fuerza tan mesurada que asusta.
Pese a las dificultades y desencantos siempre lucen una sonrisa en sus rostros. Inagotables, incansables. Victorinha, tan chiquita y tan grande.
Los jóvenes también sufren estas injusticias y quieren que su futuro no se vea impuesto por otros. Hablan con rencor hacia la mina, pero sin dejar que estos odios justificados, ennegrezcan sus puntos de vista.
Acá la gente es sabia, saben como han de trabajar y enfrentarse a los monstruos sin darles motivos para engrandecer su hambre, si no acallándolos poco a poco. La lucha es lenta, agotadora, pero da sus frutos.
En San Marcos, como en todo Perú están en campaña electoral. Las pintas y carteles con frases prometedoras y absurdas empantanan todas sus calles, como un circo de payasos, estos políticos se alzan grandiosos con brazos y manos en alto, como si de dioses se tratase. De fondo, se escuchan una y otra vez sus intenciones a través de un megáfono malogrado. Como la banda sonora del pueblo que te acompaña durante el día.
Algunos candidatos hacen campaña a través de la compra. Van hasta los lugares más pobres acompañados de un séquito de vampiros sedientos regalando polos y gorras. Dando cerveza a los aldeanos y entregando porciones de comida con sus dedos manchados. Los mantienen contentos con regalitos, y callados a través del chantaje.
San Marcos no es muy grande, los más jóvenes terminan por emigrar buscando fuera nuevas oportunidades. El pueblo se queda lleno de ancianos con historias tristes, donde la soledad y el abandono envuelve sus rutinarias vidas. Se juntan día tras día en un comedor donde una joven profesora les prepara el almuerzo con un amor que asombra. Ella también es una luchadora. Dejó de lado su carrera por una misia propina cuidando a estos viejos olvidados en un mundo donde ya no hay lugar para ellos.
Nos vamos de San Marcos con el espíritu levantado. Llenos de nuevos amigos que merecen todo nuestro respeto. Ojala hubieran más como ellos.

A.Benlloch