jueves, 3 de diciembre de 2009

Segundo

Segundo es de los primeros en llegar a su colegio. El vive en una pequeña aldea campesina en la Viña Grande de Piura. Cada día camina una hora hasta Yapatera, el pueblo vecino donde se encuentra su escuela. Segundo se levanta cada día el primero. A las tres de la mañana se lava los dientes y la cara, después de realizar sus tareas de escuela trabaja en la casa. Su mama enciende la leña y machaca el trigo. Al amanecer desayuna junto a su hermanito.
Cuando sale de su casita de ladrillos y arcilla, el cielo es aún de color violeta. Ya se siente el calor sobre su cabeza. Camina casi una hora hasta su escuela.
Su papá trabaja en la chacra durante el día, el sol sirve de luz y le da energía. A la noche bastan para iluminar dos lamparitas. Con la puesta del sol se van a dormir, ya poco se puede hacer cuando todo se torna oscuro y silencioso.
Su mamá lleva la casa, busca leña para cocinar y recoge agua del pozo. Me contaba como conoció a su esposo. Se conocieron en la chacra, vivieron sus primeros años en una casita alejada de todo, a expensas del clima y el abandono. Cuando me dice su edad casi no puedo creerlo. Imagino que esta es la vida del campesino, llena de durezas y resentimientos.
Segundo es consciente de su realidad, nos cuenta como pretende luchar para cambiarla. Pese a la dificultad de su día a día nunca borra la sonrisa de su cara.

A.Benlloch

Un mes con la Caravana...

Parece que el tiempo se haya detenido en Yapatera, con sus calles de tierra y las casitas bajas construidas con palmeras de coco, adobe y ladrillo. Familias de chanchos patrullan sus calles correteando de un lado a otro mientras varios burros arrastran carreteas cargadas con mangos o maíz recién cosechados.
A pocos minutos a pie se encuentra la escuela, donde el primer día unos chicos vestidos de uniforme nos observan tímidamente a través de sus enormes ojos. Pese a ser un lugar chiquito, Yapatera tiene cientos de historias que contarnos.
Los chicos hablan de sus mitos, las famosas leyendas que los más viejos les cuentan y conforman su cultura. Hablan de su pasado y de cual fue la realidad de un mundo injusto que vivieron sus antepasados. Quieren hacer memoria al esfuerzo y al comienzo del progreso en un lugar donde la educación es el primer paso para generar pequeños cambios. Y son capaces de reconocer y valorar el esfuerzo de algunos para continuar con sus estudios sin dejar de atender las necesidades de un hogar repleto de carencias.
Nunca antes han tocado una cámara de video o fotos, conocen básicamente el uso de una computadora, pero su energía y sus ansias por conocer y contarnos son tantas que nos transmiten todas sus ganas y su ilusión de la misma manera.
Ya no recuerdo que pasaba por mi cabeza antes de llegar a este lugar, cuales eran mis expectativas respecto a la caravana, su metodología, la respuesta de la gente que participa en los talleres… todo ha sido una sorpresa tras otra. Siento que ha sido un aprendizaje continuo, la ilusión y la energía de todo el equipo que conforma Docuperú volcándose en una idea, en un proyecto tan enriquecedor y necesario, y la respuesta de cada chico, profesor o persona que participaron o han formado parte de una manera u otra durante la semana.
No me explico como en tan solo unos pocos días puedes tomarle tanto cariño a un lugar que hasta ahora te era desconocido, a unas personas que ni sabías que existían. A un mundo que en cierto modo queda tan alejado de nuestras costumbres… como es posible encontrar tantas diferencias a simple vista de lo que es tu vida día a día y encontrar al mismo tiempo tantas semejanzas.
Quien sabe si volveré algún día o veré de nuevo a estas personitas. Ahora ya se que hay un lugar en el mundo llamado Yapatera que llevaré ya siempre conmigo, donde hay millones de historias que aún quedan por contar y donde el futuro y la esperanza reside en unos niños dispuestos a generar los cambios necesarios para progresar.

A.Benlloch

viernes, 9 de octubre de 2009

Valencia

Sus calles se tornan naranjas cuando las farolas anuncian la madrugada.
Azules son sus aguas saladas, a ratos oscuras, a ratos claras.
Puedes pisar desde arenas blancas a piedras escarpadas.
Su cielo claro se confunde con el mar sin saber si estás patas arriba.
Verdes son sus montañas y sus flores amarillas.
Con el buen tiempo el azahar invade los sentidos, su sabor dulzón empalaga los recuerdos con su olor:a mañanas tibias, aceite de oliva y veranos de mucho calor.
Cuando llueve huele a tierra mojada, romero y caracol. A tomillo huele cuando cesa la lluvia y comienza a salir el sol. Durante la siesta sus calles se quedan desiertas,solamente se escuchan los grillos frotando sus patitas entre la hierba.
Sólo la pólvora es capaz de hacerte llorar por dos motivos;el humo de la mascletà o la emoción tras el castillo.
Nunca vi llorar a nadie como nosotros lo hacemos por el ruido.
Llevo sus sabores conmigo: paella, fideuá, arroz negro o de marisco. Allioli y buñuelos de calabaza, pasteles de boniato y horchata de Alboraia.
Conocí ciudades hermosas, culturas sorprendentes y paisajes increibles, pero nada es comparable al lugar donde uno nace, donde tiene sus raíces.

A.Benlloch

lunes, 21 de septiembre de 2009

Amador

Amador tenía seis años cuando vio como mataban a un hombre debajo de su casa. Querían robarle las zapatillas, él se negó y perdió la vida.
Amador jugaba con su hermana en la terraza, escucharon unos gritos que venían de la calle. Dos balas en la cabeza y todo quedó en silencio. Recuerda el sonido ensordecedor de los disparos, pero no, si sintió algún miedo.
Desde su casa se escucha el fuego de las armas constante, como cohetes en los días de fiesta. Amador me cuenta que vivir con miedo es parte de sus vidas. Que la violencia no se enseña en las aulas, pero te la encuentras de frente en las calles día tras día.
Nunca habla de su hermano. A él también lo mataron, un ajuste de cuentas dijeron. Le quitaron la vida a pleno día en una calle transitada. Nadie vio lo que pasaba. El miedo es más fuerte que la justicia...
De los chicos con los que jugaba de niño, solo algunos quedan vivos, varios en cana y el resto perdidos. El logró escapar de un futuro que casi le estaba escrito.
Su voz no tiembla cuando me cuenta sus vivencias, el dolor se ha convertido en un escudo. "No hay más remedio" me dice. Cambia de tema y sigue sonriendo. Me quedo observándole, en silencio.
Ahora soy consciente de que los temores con los que crecí no son realmente miedos. Imagino que después de tanto dolor, uno aprende a vivir con ello.

A.Benlloch

sábado, 5 de septiembre de 2009

El lorito de Graciela

Graciela tenía un lorito de plumas azules, con una larga cola roja brillante y un pico negro y encorvado. Adoraba las pipas de girasol y cantar por las mañanas temprano.
Era la devoción de la vieja Graciela. La acompañaba las 24 horas del día mientras hacía sus labores o veía sus programas de televisión favoritos.
Graciela tenía miedo por su hermoso lorito cuando el perro del vecino ladraba durante horas frente a su jardín.
"¡Su perro se quiere comer a mi loro!" le decía cada día.
Una noche el vecino vio llegar a su perro con algo entre los dientes. Unas plumas azules y rojas salían de su boca babeante. El dueño del chucho se coló a hurtadillas en el jardín de su vecina con el lorito muerto y lo metió en la jaula vacía.
A la mañana siguiente Graciela llamaba a su puerta asustada."¡No sabes que le pasó a mi loro! Ayer se me murió de viejo y lo enterré en mi jardín. Hoy recién me levanté y no se como... el loro había vuelto a su jaula!"

A.Benlloch

miércoles, 19 de agosto de 2009

Mi abuelo

Sólo imaginaba como sería o como me podría llegar a sentir por lo que conocía de las películas, lo que había leído en los libros o lo que me habían contado. Pero nunca había visto uno con mis propios ojos y mucho menos lo había tocado.
La tarde que murió mi abuelo todos nos encontrábamos en su casa. Esperando, sin saber bien el qué. Sabíamos que su hora había llegado y realmente parecíamos preparados para ello.
Después de algo así te das cuenta que nunca estás preparado para perder a la gente que amas y mucho menos para despedirte de ellos.
Esa misma mañana hablé con él por última vez. Su rostro pálido de un tono azafranado, soportaba dos ojos rendidos que exhalaban dolor y casi suplicaban descanso. Parecía un esqueleto vestido con una piel rugosa que cubría sus huesos. Sus manos se sentían tibias por la débil vida que aún fluía por sus venas. Había sido una intensa semana de visitas, de besos, de palabras, de una despedida continua e inconsciente. "Eres el mejor abuelo del mundo" fue lo último que le dije. Mirándome con sus ojos aún brillantes de vitalidad, esa que le caracterizó toda su vida, solo pudo responderme con una sonrisa.
Al día siguiente tenía un examen de recuperación. Tal y como estaba la situación no había tenido mucho tiempo para estudiar y menos aún para concentrarme. Decidí irme a casa e intentar repasar un poco. Tenía una extraña sensación. Me sentía inquieta, notaba las tripas encogidas y el corazón desencajado. Ni siquiera fui capaz de leer las dos primeras líneas de mis apuntes. Sabía que algo no andaba bien. El teléfono de mi casa comenzó a sonar. No se por qué no me atreví a contestar. Solo me bastaron unos minutos. De pronto me vi corriendo desesperadamente hacia su casa. Sentía que el corazón se me salía del pecho. Me dolía la garganta al respirar por el esfuerzo. Tuve que parar unos instantes para recuperar el aliento. Una fuerte punzada empezó a dolerme en el costado del estómago. Apoyada sobre mis rodillas exhalaba el aire intentando recuperar mis fuerzas. Me sentía mareada por la carrera. Lloré.
Comencé de nuevo a correr pese a las fuertes punzadas en mi estómago y el dolor de mi garganta.
Cuando llegué, todos lloraban en la sala. Nadie me contaba que pasaba. "Tu abuelo está muy malito Alba, se muere"
Sabía que eso iba a ocurrir. Que tarde o temprano debía llegar este momento. Pero lo único que sentía era rabia, injusticia, unas ganas terribles de gritar.
"Sólo los hombres buenos se van" pensaba.
Uno a uno fue llegando el resto de mi familia. Recuerdo sus miradas de angustia, el desconsuelo de sus rostros. Entonces pasó. Durante unos instantes solo escuché los gritos de mi tío, llegaban desde el fondo del pasillo. Los gritos más dolorosos que escuché y escucharé nunca. Su vida al fin, se había apagado.
Al principio fui reacia a entrar en su habitación, pero mi madre me dijo que parecía dormido.
Así me despedí de él. Tumbado en su cama, su rostro desprendía una paz tan intensa que sentí el irremediable deseo de dejar de llorar. El tono de su piel era ahora de un amarillo intenso y sus labios descansaban serenos, firmes y rectos, como en el sueño más profundo.
Tomé su mano, ahora fría, entre mis dedos cálidos y húmedos por el calor de septiembre. Ya no sentía el fluir de la vida bajo su piel.
Le di el último beso en su huesuda mejilla y así le dejé, descansando en su cama, boca arriba, durmiendo como cualquier otra noche de su vida.
Se fue rodeado de su familia, lleno de amor, en su casa y en el pueblo que le había visto nacer y convertirse en quien era.
Esa fue la primera vez que vi a un muerto. Pero no me asusté ni sentí temor, se trataba de mi abuelo, profundamente dormido, y de camino al sueño más largo que tendría nunca.

A.Benlloch

miércoles, 12 de agosto de 2009

La Revolución de los espantapájaros

El sol empezaba a desaparecer. Sus pequeños ojos negros miraban al cielo escudriñando las nubes oscuras y esperando al tan temido diluvio de hormigas. Sabía que ese sería el fin del levantamiento .
A la cabeza del escuadrón, el pelotón de espantapájaros esperaba las órdenes de su capitán. Pero él intuía que algo iba mal. Nunca debió confiar la misión a las ratas lenguaraces. Pero que otra alternativa le quedaba… Había perdido a la mayoría de sus compañeros en combate. Solo unos pocos soldados mantenían la paja bien amarrada y los sombreros en su lugar.
Parecía una eternidad la que llevaban luchando, pero tan solo hacía seis meses que el fugitivo golondrino irrumpió en su campo de maíz proponiéndole la revolución soñada. Toda una vida soportando las atrocidades del Hígado Terrorista, el más inalcanzable y perverso ser de todos los campos.
Tras reunir a todos los espantapájaros de la región, decidieron convocar una asamblea con la intención de unir sus fuerzas a las de las ratas lenguaraces, ladronas e interesadas por naturaleza, pero quienes llevaban sufriendo durante generaciones las crueldades del Terrorista. Su afán de codicia y una suma considerable de monedas de oro, traicionaron a hurtadillas su compromiso.
Llevaba un tiempo escuchando rumores de un cuantioso ejército de hormigas coloradas creado por el mismo Hígado.
Ahora, frente al campo de batalla devastado, exhaustos y con la moral por los suelos, el pelotón de espantapájaros y los golondrinos revolucionarios, estaban a punto de dar un vuelco en la contienda que forjaría un nuevo destino y cambiaría por siempre el rumbo de sus vidas.

A. Benlloch

martes, 11 de agosto de 2009

Rosa chicle

Se acercan los pasos de una mujer vestida con una blusa de estampados rosas, sostiene sobre su brazo una carpeta en la que apoya una especie de listado mientras golpea un boligrafo repetidas veces contra su mentón. Frunce la boca arrugando los labios con una mueca pensativa. Lleva el pelo cardado y un exagerado maquillaje en su rostro intenta disimular su verdadera edad.
Por unos instantes olvido donde estoy, entonces escucho mi nombre. En silencio, observo las arrugas maquilladas sin mucho éxito en la comisura de sus labios pintados de rosa chicle.De forma desagradable repite mi nombre mientras levanta la ceja, y observo sus diminutos ojos de rata escondidos bajo una densa capa de polvos azules, mirándome "Soy yo" Respondo al fin.
La sigo por el angustioso pasillo hasta una habitación. En el centro, una improvisada camilla con dos perneras hace de clínica clandestina.
Aún espero absurdamente que algún hecho repentino me saque de este lugar.
Sobre un taburete situado en la esquina de la habitación, un jarrón grotesco lleno de flores, intenta darle algo de color a la pieza. Su aroma me repugna. Nunca me gustó el olor de las flores. De niña mi familia, en otra de sus absurdas tradiciones y creencias, me obligaban a asistir cada domingo al cementerio en memoria de los parientes difuntos donde pasábamos las horas frente a una lápida repleta de huesos y cuerpos en descomposición, festín y alimento de gusanos, rezando necedades que nunca llegué a comprender. Que cuadro tan repugnante formábamos.
El olor de las flores flotaba por aquel lugar como el reclamo perfecto de insectos voladores. Así pasé durante años los domingos de mi infancia, mientras otros iban al campo o la playa, yo rezaba a muertos desconocidos ridículas oraciones.
No soporto los cementerios, tampoco las flores.
Siento la completa imposibilidad de poder alterar las cosas.
El miedo de pronto comienza a apoderarse de mi. Sobre los muebles se amontonan algunos botes, algodones y otros instrumentos. En la camilla plegada, una toalla blanca. Frente a mi , una mesa a modo de escritorio de maciza madera oscura separa en dos la habitación. Solo un bote con lápices y un calendario pasado de año con una mala publicidad alteran su espacio.
Observo las paredes blancas vacías, ningún título de medicina o prueba que corrobore la sabiduría o conocimiento de la persona que durante las próximas horas va a tener el control sobre mi cuerpo dormido y vulnerable.
La puerta se abre, un hombre irrumpe torpemente en la sala. Su rostro soporta una sonrisa irónica, que agranda cuando posa sus ojos redondos sobre mí. Su enorme frente despejada de cabello hasta mitad del cráneo brilla sudorosa y roja. Se acerca al escritorio y antes de sentar su flácido trasero en la silla, me tiende una mano a modo de saludo. Me repulsa su tacto caliente y húmedo. Sus deditos pequeños me aprietan sin mucho interés. Siento una repentina repugnancia al imaginar sus manos sudadas palpando mi cuerpo. Dejando mi vagina y mi vientre en manos de ese ser tan desagradable. Empieza a realizar preguntas mientras rellena lo que parece una ficha.
En la intemperie de la ilegalidad, las palabras siempre están de más.
"Necesito sus datos para una próxima vez" Contesta mientras fija de nuevo sus ojos redondos sobre mí, como un intento de ver más allá de mi rostro. Me siento violentada, su mirada, la situación, el miedo.
"No voy a regresar" Mi voz comienza a temblar, no se si por la indignación o las lágrimas que intento desesperadamente aferrar a mis ojos.
El hombre, ladeando un poco la cabeza con una aparente compasión me muestra tras su irónica sonrisa unos dientecillos afilados con los que muerde su labio inferior.
"Todas vuelven. No eres distinta a las demás".
Siento unas ganas terribles de echarme a llorar, de estampar su asquerosa cara sudada contra la mesa y salir de allí corriendo y no parar, hasta que mis piernas exhaustas me lo permitan. Lejos de esta habitación, de mi familia, lejos del repugnante olor de las flores, del miedo y la resignación.
"Si no te gusta búscate a otro, no me hagas perder el tiempo".
Tumbada en la camilla, a la sombra de la ilegalidad me siento azotada por el miedo, la soledad. Humillada por la entrevista, no paran de repetirse en mi memoria las mismas palabras "todas vuelven".
Miedo, soledad, todo gira en torno a mi cabeza... el aroma muerto de las flores es ahora más intenso. El suelo frío bajo mi mejilla, el sabor amargo de la sangre, el miedo, el olor del sudor y el alcohol en su piel, en su ropa. Y de nuevo las palabras “Todas vuelven”.

A. Benlloch

viernes, 31 de julio de 2009

Sala de espera

Siempre alardeaba de su capacidad de conocer plenamente a las personas y le entusiasmaba pasar sus horas de trabajo examinando a cada uno de sus pacientes. Pocas veces fallaba, decía que cada culo era el verdadero espejo del alma.
Había soportado durante toda su existencia todo tipo de traseros: grandes, pequeños, limpios, sucios, arrugados, viejos, jóvenes, suaves, aromáticos, caídos, respingones, flácidos, duros, parlantes, inquietos, juguetones, de fase en pubertad, morenos, blancos, rojos y amarillos, velludos, tímidos, graciosos, planos, exuberantes, chistosos, deprimidos, enojados, extrovertidos, tímidos y abiertos a cualquier tipo de amistad.
Se despertaba cada día ansiosa de comenzar su jornada de trabajo en la sala de espera. Ningún otro lugar le parecía más interesante que aquel. Le encantaba observar a las personas, su forma de actuar y esperar, siempre esperar… analizaba detenidamente los pequeños gestos como morderse los labios, comerse las uñas o hacerse crujir los dedos. Colocarse el pelo tras la oreja, mirar distraídos el techo, rascarse la nariz o buscar algo interesante dentro de ella.
Cada mínimo detalle le parecía tan extremadamente increíble que consideraba a las personas seres perfectos por sus defectos llenos de misterios. Pero sin duda, lo que más le agradaba eran sus traseros. Solo a través de ellos podía viajar a su interior y convertirse por momentos en esa persona. Tener sus gustos, sus necesidades, sentir sus miedos, sus ansiedades. Ver a través de sus ojos o hablar a través de su boca.
Se sentía incomprendida por el resto de sus compañeras quienes detestaban tener que soportar esos culos despreciables y mal agradecidos. La miraban como a un bicho extraño, una silla descarriada e incomprendida. Pero no le importaba. Mientras sus amargadas compañeras pasaban su tiempo malhumoradas, ella disfrutaba y saboreaba la vida con cada trasero. Llegó a ser cualquier cosa que se propuso y conoció cientos de placeres. Logró reír, odiar, llorar, enamorarse, emocionarse, asustarse y soñar.
Adoraba a las personas, sus vidas y sus formas de vivirlas, pero sobre todo, y por encima de todo,adoraba sus culos.

A.Benlloch

domingo, 26 de julio de 2009

La mili

Con el olor del whisky derramado me viene de pronto la vieja Cantina a la cabeza, y sin quererlo, me acuerdo de la mili. Alguna vez fui joven, o al menos eso creo. La mili entonces, a la sazón de “Servicio Militar” era una etapa más de la vida que todos los hombres, o pseudohombres, debíamos atravesar y superar con honores. Hasta que no pasabas por el ejército no tenías ningún derecho a pasar de categoría. Era una especie de post-comunión y pre-boda.
Recién dejé las canicas y los pantalones cortos, comencé a descubrir el mundo sensual de las curvas en movimiento y el placer de perseguir un mundo a trompicones que se me escapaba. Pero entonces llegó la Mili.
Recuerdo ahora las palabras de mi padre antes de partir a Marruecos donde me esperaba la instrucción que haría de mi en doce intensos meses, el semental varonil que todos esperaban “La mili o te hace hombre, o te hace un desgraciado”.
Con la experiencia de un padre al que le atraía más el olor del alcohol que el de su propia mujer, fui consciente de cuanta sabiduría albergaban sus palabras. En efecto regresé convertido en un hombre bastante desgraciado.
Así, sin más alternativas ni más opciones, tuve que aceptar que era una pieza importante en el camino de la “Gloria Patria” de mi España. Mi patria, mi tierra, mis antepasados.
En el Cuartel está el Cuerpo de Guardia, el patio de instrucción, los talleres, el comedor con su suculenta y tentadora comida del mismo color día tras día. Están las duchas, el calabozo (en ocasiones acogedor) y sobre todo, por encima de cualquier ideología, categoría o lógica, omnipresente, determinante y centro de todas las decisiones importantes, La Cantina.
Me vienen buenos recuerdos. El aroma del alcohol rancio y el sudor pegajoso, los alientos ebrios cargados de palabras malsonantes, los incontables bigotes recortados meticulosamente sobre el labio superior, los chasquidos de las manos rascándose y posicionándose los testículos adecuadamente sobre el uniforme, para que el enorme tamaño militar no desequilibrara a los borrachos que constituían a la clientela habitual del oscuro antro.
Benditas las frases y arengas que incitaban a la conquista del mundo, a la derrota de la pérfida y hereje Gran Bretaña y del chauvinista gabacho. Que palabras tan reconfortantes para sentirnos patriotas.¡Por cojones! Copa de Terry. ¡Coño! Copa de ginebra. ¡Por España! Copa de Anís. Ahora soy consciente de si entonces nos hubiesen invadido los moros, por Gibraltar nos iban a pillar a todos borrachos de cojones. La verdad, sería la única manera de que agarráramos el fusil y nos liáramos a pegar tiros. O borrachos o nada…
Se me terminó la copa, será mejor que vaya pidiendo la próxima antes de que regrese parte de mi cordura.

(Para papá)

A.Benlloch


Estaciones

Cada estación tenía su lluvia inconfundible. Durante el verano era prácticamente escasa, y apenas llegaba a regar los tacaños yerbajos que crecían alrededor de las patas de la cama y sobre el escritorio.Era entonces cuando la habitación me daba una pequeña tregua que aprovechaba para que Celeste me cambiara las sábanas por otras secas y recién planchadas, pero los mosquitos ansiosos de sangre y las moscas acaloradas fijaban toda su molesta atención en mí volviéndose insoportables las noches y los días.
Las últimas primaveras había crecido una enredadera que cubría prácticamente todas las paredes. La lluvia era más fresca, y las flores desprendían un fuerte aroma que por momentos se volvía irrespirable a causa del polen. La enredadera creció tanto la última estación, que ejercía como paraguas protector sobre la cama protegiéndome así de la humedad.
El invierno no era tan infame como creí al principio de mudarme. Las primeras gotitas terminaban por convertirse en diminutas esferas heladas, y el viento golpeaba furiosamente las ventanas.
Pero sin duda la estación más irritante era el otoño. Solo hacía unos meses que un huracán azotó la habitación. Los muebles quedaron transformados en astillas y los vidrios de las ventanas volaban por toda la pieza como cuchillos afilados. La lámpara cayó destrozando el colchón y hundiéndolo poco después en un torrente de agua oscura que provocaba olas de varios metros. Pasé más de cinco horas sujeto a una de las patas del camastro que flotaba entre la marea, hasta que Celeste, exaltada por el ruido ensordecedor que salía de mi habitación decidió entrar haciendo caso omiso a mis indicaciones, lo que terminó salvándome la vida.

A.Benlloch
Salomón

Su madre era la mujer barbuda del pequeño Circo “Escarlata”. Nunca supo su verdadera nacionalidad. Vino al mundo rodeado de paja entre camino y camino de una ciudad a otra, mientras su madre daba a luz una noche de embriaguez.
Creció pensando que su padre era el domador de leones que murió devorado por una de las fieras durante su espectáculo. Pero a medida que pasaba el tiempo, comenzó a comprobar el inevitable parecido con el enano trapecista esposo de las hermanas siamesas Fuang.
La única gran diferencia entre los dos, era la estatura, puesto que su madre no solo era la mujer barbuda, sino la más alta del mundo con dos metros noventa de altura.
Desafortunadamente, a diferencia de su artística familia, Salomón, nombre puesto en memoria a su difunto supuesto padre, no creció con ningún don que pudiera explotar en el circo. Se dedicó durante años a limpiar la jaula de los chimpancés payaso entre otras cosas.
A los 16 años decidió escaparse para buscarse la vida y probar suerte en el mundo. La experiencia amorosa más cercana que había tenido fue durante su vida en el circo, con una mona posesiva y celosa que se encaprichó de él. Ahora, lo mas cerca que se encontraba de otro cuerpo, era del trajecito rosa, peludo y suave que lo miraba con sus ojitos redondos y negros, desde la silla, esperando a ser parte e él como cada día durante ocho horas en esos grandes almacenes.
Se trataba de una verdadera relación amor-odio entre el conejito, con el cual mantenía una estrecha relación, y él.
Detestaba el olor a sudor en su cabeza y el tacto del pelo húmedo que se pegaba a su piel al final del día. Pero igualmente le resultaba casi imposible deshacerse de su traje rosa, peludo y suave.
Pese al parecido con su padre, Salomón era mas bien un tipo alto, estatura que sujetaban dos piernas flacuchas y endebles. Su pelo ya repleto de canas caía del lado izquierdo de su cara.
Sobre su calzón blanco, de un color verdoso en los bordes, se asomaba una barriga fofa con algunos pelos ridículos amontonados alrededor de su ombligo. En ocasiones encontraba miguitas de pan escondidas dentro de esa cueva repleta de vegetación.
Su cuello largo como el de una avestruz guardaba en su interior una nuez que hacía exagerados movimientos cada vez que comía. Resultaba casi imposible de creer como ese cuello desgarbado era capaz de soportar su enorme cabeza (otro de los legados de su verdadero padre).
Su cuerpo era tan blanco que parecía casi transparente, así se sentía la mayor parte del tiempo. Al menos siendo el Señor Conejo algunos niños sentían admiración y respeto por él, siempre y cuando al girarse no recibiese una patada en su espinilla o más degradante aún, en su trasero rosa.
Sólo un detalle que no heredó de su despreciable familia le gustaba de sí mismo. Un ojo de cada color. El izquierdo de un azul intenso y el derecho color pardo casi verde con la luz del sol. Estaba seguro de que era el descendiente de algún ser superior, que había venido a la tierra para realizar alguna misión importante.
Y así, cada mañana Salomón se levantaba seguro de que ese sería el día en que algún tipo de señal le indicaría, que su misión en el mundo estaba a punto de dar comienzo.

A.Benlloch

Salomón encuentra a Arancha

Había llegado el final de un día agotador. Los pelos del traje ya comenzaban a pegarse en su piel y tras algunas patadas en la espinilla de varios niños malcriados, y los gritos de terror y sollozos de alguno que otro asustado por su presencia, el día había transcurrido sin mayores percances.
Sentado en la parada del subte, con el traje puesto oliendo a sudor y la cabeza de conejo sobre las rodillas, Salomón comienza a ojear la estación prácticamente vacía. Sólo algún transeúnte absorto en su libro y un borracho durmiendo la mona sobre uno de los bancos. Le gustaba viajar a esas horas cuando el vagón se encontraba prácticamente vacío.
Un estruendo a su derecha llama su atención. Se levanta dando pequeños saltitos por la molesta colita que se cuela entre sus nalgas y la cabeza del conejo cae al suelo rodando unos pocos metros.
Una mujer pelea contra el piso mientras intenta incorporarse sin mucho éxito. Salomón que acude en su ayuda, queda hipnotizado por su mirada. Sus ojos pequeños de gata, esquivos, parecen atraparle en la estupidez. Paralizado ante la mujer, con la boca entreabierta y el pulso acelerado, no es capaz de emitir sonido alguno.
Los músculos de su cuerpo agarrotados le juegan una mala pasada, y sin pretenderlo, suelta a la chica que cae de bruces al suelo.
Tras conseguir incorporarse, Arancha comienza a observar el cuerpo peludo y rosa parado frente a ella. A simple vista siente un poco de repulsa, pero al ver sus ojos de diferente color no puede evitar notar una conexión que va mas allá del disfraz de conejo que lleva puesto. No sabe si es compasión , pero una extraña atracción le hace recordar de pronto todos esos momentos que pasó de niña intentado captar la atención de otros, reclamando con miradas ajenas la satisfacción de sus logros constantemente fallidos.
Los dos fueron niños de mundos diferentes pero igualmente solos. Rodeados de personas que nunca consiguieron comprenderlos, con grandes sueños que nunca cumplieron, pero sin perder la esperanza de alcanzarlos algún día. Dos seres especiales puestos en el mundo para realizar algún tipo de misión, que de pronto se encuentran en una situación tan absurda como sus propias vidas.
Uno frente a otro permanecen en silencio, observándose. Sin pronunciar palabra no dejan de decirse y contarse: “¿Dónde has estado todo este tiempo?” “Me gustan las manzanas asadas” “Esta señal me la hice de niña cuando caí en bicicleta” “Me crié en un circo” “Me gustan los niños” “Mi casa no es muy grande, pero podríamos vivir los dos” “Creo que te quiero” “Te quiero”.
Llega a la parada el último tren de la noche. La mujer sube al vagón vacío sin dejar de mirarse. Salomón continúa paralizado en el anden, “Te acompaño a casa”.
Las puertas se cierran frente a sus ojos, el tren comienza a moverse tomando mayor velocidad hasta que se pierde en la oscuridad del túnel. Salomón lo sigue con la mirada hasta que en la estación ya no queda más que silencio. Los ojitos negros y redondos del conejo le observan desde el suelo. En su rostro se vislumbra lo que parece una pequeña sonrisa.

A.Benlloch
Togo

Ibrahim mira distraído como la mosca que revolotea cerca de la carita de su hermana, se posa sobre su nariz y frota sus patitas.
Recuerda que un viejo de la aldea le contó por qué las moscas se rascan las extremidades cada poco tiempo, y es que sus diminutos tentáculos peludos desprenden una substancia que las mantiene pegadas a la superficie de sus víctimas, ya sean un animal, un excremento o la naricita de su hermana. De esta manera, al frotarlas evitan quedarse pegadas por siempre y pueden así, huir con rapidez de cualquier intruso que pretenda deshacerse de ellas.
Hace un calor infernal, y en el ambiente se respira el sudor de las ropas húmedas y las gargantas enfermas.
Su madre, sentada a su lado, tararea una canción en el oído de la niña, que agotada por la espera y el hambre, descansa los ojos sobre el hombro de su madre.
Un viejo sentado frente a él, espanta los insectos con el mugriento pasaporte. Y el ventilador, remueve el pesado aire del ambiente, levantando sin mucho ánimo las esquinas de los panfletos turísticos, expirados y descoloridos que muestran sin convicción, las bondades de un parque nacional absurdo.
Un hombre se deja caer sobre el umbral de la improvisada puerta de entrada al local, mientras apoya su mano sobre la cabeza de un niño endeble con piernas flacuchas y vientre hinchado, que absorbe parcialmente los mocos de su nariz, mientras mira distraído al fondo de la sala.
Se acuerda de su padre a quien hace mucho que vio por última vez.Él tenía cinco años y su hermana tan solo era un bebé. Siente su mano tibia acariciándole el cabello y sus brazos fuertes rodeándole mientras le murmura una vieja oración en Kabiyé.
Son muy pocos los recuerdos que le quedan de él, y con los años, su imagen se torna cada vez más difusa.Sólo mantiene nítida la mirada de sus padres como un grito ahogado en desesperación ante la inminente separación, por la impotencia e incomprensión de un mundo en el que les ha tocado sobrevivir y aceptar con resignación.
Era pequeño, y aunque no comprendía bien por qué su padre tenía que irse a un lugar lejano llamado España, intuía en los ojos de sus padres un “adiós” para siempre.
Tras partir junto con otros hombres de la aldea y alejarse por el camino de tierra en dirección al mar, su madre permaneció quieta, frente a la puerta de la modesta casita, mirando sin apartar la vista un instante, al camino que había soportado los pasos de su hombre, hasta convertirlos en difusas huellas de polvo, que el viento se había encargado de borrar poco a poco. Ahora que la miraba meciendo a su hermana, con los pómulos prominentes y el rostro cansado, no recuerda haber visto una sola lágrima en sus ojos, aunque siempre supo que por dentro lloraba desconsolada.
Hace ya seis años que su padre se marchó en busca de una esperanza de futuro que poder ofrecerle a su familia, y no han tenido noticias suyas desde entonces.
Muchos de los niños que se encontraban en la sala, no pasarían de los 6 ó 7 años debido a la malaria, los folletones que explican su prevención, hacen mejor su papel olvidados dentro del cajón.
Escuchaba historias de pateras hundidas en el océano, de cientos de personas ahogadas en mitad de la noche. Y cuentan que sus gritos y voces se oyen desde lo más profundo de sus entrañas arrastradas por las olas hasta chocar con la arena de las playas. Alguna vez soñó que entre las voces, se diferenciaba la voz grave de su padre gritando su nombre.
Parece que el tiempo en este lugar no corre. Las horas pasan lentamente y el agobio de los cuerpos hace de cada segundo mas inaguantable la espera.
En cuanto solucione los papeles de su pasaporte, se largará de este putrefacto lugar repleto de miseria, enfermedades y violencia.
Prometió que cuidaría de su madre y su hermana, pero quedándose allí solo alargaba mas el sufrimiento de la espera ante lo que ya era inevitable.
Comienza a mirar con resentimiento a su alrededor, todos esos pobres diablos ahí sentados, de pié, amontonados como cerdos en el matadero. Sólo unos pocos, con un leve aliento de esperanza en sus rostros.
Frente a él, la bandera Togolesa se compadece de sí misma, manchada de polvo y de sangre en forma de estrella.
Está seguro de que las cosas van a cambiar, que un mundo lleno de oportunidades le aguarda. ¿Qué podría haber peor que aquel lugar?.
Lo que no sabe, es cuanto echará de menos el aroma del café en los campos abiertos, el sabor de la avena recién horneada o la sensación en sus pies descalzos de la arena cálida bañada por el sol. Las canciones en ewé y kabiyé que su madre les cantaba cuando eran niños… Cuando desde ese centro de detención, mas bien una cárcel de inmigrantes “ilegales”, título impuesto por una sociedad hipócrita, preso de su libertad y con sus sueños y esperanzas enterradas, tan lejos de su hogar, intentará, de pronto, recordar y hacer memoria de que motivos le llevaron a ese lugar.

A.Benlloch


Cuba

Por las noches busco la música que envuelve la plaza de Bejucal,encontrar en mis preguntas y sorpresa su mirada, sus ojos, que entre la gente me observan, y me recuerdan..."no estas sola".
Ya nada en mí volverá a ser igual, que mejor sitio para comenzar...mi viaje, mi camino, empezó en un lugar donde en las calles la tierra se come al asfalto y las puertas de cada casa se abren sin dudarlo.Donde los sueños apuntan alto y la esperanza de todos los que sueñan te atrapa en la sonrisa mas blanca y sincera.El calor tropical que humedece y alimenta las ideas, y se pega a tu alma de manera que nunca mas te deja.
La Habana, un sueño donde los sueños se caen a pedazos por las paredes de las casas a medio hacer,donde las calles encharcadas sostienen los pasos, de aquellos que luchan día a día por sobrevivir bajo la apariencia de que todo va bien. Pero es que todo va bien y todo va mal.
Ahora, tras la despedida, queda la amargura, la partida. El olor penetrante a guayaba por las calles y el sonido de los almendrones que se abren paso bajo un denso humo que envuelve la ciudad.
Y no me arrepiento, y quien sabe si volveremos a vernos. Donde me llevará el camino o cual será mi destino, mis pasos... ahora, solo queda esperar..

A.Benlloch

sábado, 25 de julio de 2009

La Villa 31

Sobre las calles donde no llega el asfalto, unos niños juegan con un chucho mugriento.
Sus pieles curtidas por el frío soportan el viento que se cuela por los improvisados techos de hojalata.
Los pequeños charcos en la tierra, marrones criaderos de enfermedad, reflejan los sueños de un mundo incomprendido.
Desde la cantina se escucha la cumbia como voz de una cultura, el aroma del maní en el fuego, que cuece un viejo de ojos tristes,
Y alrededor de la cancha, se concentran sus habitantes dejando sus gargantas en los triunfos de un balón.
Solo una calle separa dos mundo opuestos; en uno faltan oportunidades, en otro las intenciones.
Las casitas bajas de adobe, ladrillo o chatarra, se amontonan formando pequeñas cuadras divididas en zonas. Incluso dentro de la villa, tu lugar va acorde a tu economía.
Al pasar por la autopista, sus techos parecen tocar el cielo, sobran las pretensiones de arrancarlos de su hogar.
Algunos chicos de ojos morochos y piel canela, van con sus padres a laburar, el papá se hace pasar por invidente, los nenes ponen la manita al pasar.
Siempre hay modos de salir adelante. Del barrio surgieron médicos, limpiadoras y futbolistas, tenderos, profesores y escritores.
El problema es que para muchos, no queda espacio para pensar. Algunos han de escoger el camino fácil, también los hay vagos como en cualquier lugar.
Pese a todo aquí están los más fuertes, los que luchan por su tierra, su hogar y su dignidad.
Cada chico solo es un miembro mas de una extensa familia. En un lugar donde escasea la información sexual entre otras cosas, las mujeres no tienen más salida.
El gobierno con sus planes de fomento, nunca tiene en cuenta a los villeros ¿qué es lo mejor para sus vidas, para sus casas o sus negocios?
Al final todo queda en el aire, todo es igual de ficticio a los propósitos de cambio.
La educación es la base de sus vidas, su futuro y progresión, el pequeño halo de esperanza para forjarse un futuro mejor.
Muchos piensan que vivir así no es digno. Tan solo hace falta mirar a través de sus sonrisas para saber que dignidad les sobra, que quizá indignos sean otros, que quieren acabar con su historia.

A.Benlloch

Quiero volar...

Baja los pies a la tierra
¿Acaso las personas no pueden volar?
yo cada día veo a alguien elevarse al cielo,
Muchos se caen, otros suben más y más...
La gente que mira sin comprender
señala esos puntos a lo lejos,
piensan...¡se va a caer!
Sólo unos pocos superan las nubes
dejando atrás, el fango en sus pies.
Con sueños de partir a un nuevo lugar...
desde el suelo se escucha:
¡que ponga los pies en la tierra! ¡las personas, no saben volar!

A.Benlloch
Tiempos absurdos

Vivimos en tiempos tan absurdos como absurdos
en los que asesinatos y guerras ya no son noticia
en los que a vivir dignamente le han subido el precio
y en los que a las mentiras les ponen lazos de colores.
Tiempos absurdos en los que plastificamos el amor los sábados por la noche
en los que un “Te quiero” perdió su significado
y donde los besos carecen de sentido.
Vivimos en tiempos tan absurdos como absurdos
en los que las prisas no dejan vivir momentos que se escapan
en los que la basura esconde recuerdos de la infancia
y donde los sueños quedan dormidos bajo la almohada.

A.Benlloch