jueves, 22 de septiembre de 2011


Cuatro años...Cuba


Hace ya cuatro años que me fui de Cuba. Y en esos años, la isla a regresado a mi memoria constantemente. Como pasa el tiempo, sin darnos cuenta. Cierras los ojos un instante y cuando los abres de nuevo ya ha pasado un año más.
Recuerdo bien el día que llegué, y el día que me fui. Como si la misma persona pero convertida en una persona diferente hubieran entrado y salido de la isla juntas.
Ese viaje cambió mi vida para siempre, y fue parte de lo que soy ahora.
Recuerdo salir del taxi al llegar a la escuela, era de noche. No se veía más que una selva infinita a lo lejos, un camino de tierra poco iluminado y el edificio de lo que imaginé, serían las aulas.
Había una casita, tenía una pequeña recepción, entré con mi maleta, estaba nerviosa y cansada por el viaje, pero no tenía sueño. Me recibió una señora. Le dije mi nombre y buscó en una listita arrugada. Sin decir palabra comenzó a rebuscar en un cajón, sacó una llave y me la entregó. “Tu habitación” dijo.
Salimos de la casita y la seguí por el camino de tierra. Alejándonos del edificio. Se escuchaba música, pero venía de otro lugar. “Están de fiesta, acá siempre están de fiesta”.
Era un viernes cuando llegué.
El departamento estaba vacío. Me quedé en la primera habitación. Una de las camas ya estaba ocupada, pero no había nadie. Acomodé mis cosas y miré por la ventana. Todo se veía extraño, como cuando llegas por primera vez a un lugar. Recuerdo el cielo, lleno de estrellas. Hacía calor pero la humedad era fría. A lo lejos, por encima de la música se escuchaban las ranas cantando.
Sin darme cuenta me dormí. Esa noche soñé con las ranas. Eran chiquitas y de colores. Se colaban por mi ventana.
Recuerdo la lluvia. A veces llovía, y era tan fuerte que si te pillaba, quedabas totalmente empapada. Duraba muy poco, solo refrescaba, como quien tira un pozal de agua desde el balcón. El sol salía de nuevo para golpear con fuerza, como burlándose de ti.
La primera vez que vi amanecer fue en la parte de atrás de un camión. Esa noche dormí en Bejucal. Un poblado a varias horas de San Antonio, donde estaba la escuela. Era de madrugada. El camión me recogió en la carretera y a dedo me subió en la batea. El carro recogía a más gente por el camino. Aún tenía el alcohol en mi sangre y la música cubana bailando en mis pies. Hice grandes amigos en Bejucal. Buenos músicos y locos soñadores.
El cielo se iluminó de todos los colores. Entre extensas hectáreas de selva y cultivos.
Recuerdo pasar por el detector de metales y verle a él, entre la gente de pie, haciéndose más pequeño. Veía su rostro, entre la tristeza y la nostalgia. Me habló muchas veces de su sueño de viajar, de llevar su música a cualquier lugar del mundo. Yo era quien quería quedarse, el quien quería volar.
El aeropuerto tenía banderas de todos los países colgadas del techo. A mí la que más me gustaba era la cubana. Llevaba una en mi maleta.
Me senté en una silla a esperar que avisaran del vuelo. Empecé a llorar. Tan fuerte que la nariz se me llenó de mocos y me dolió la garganta. En mi mente solo había música cubana, mensajes de lucha y hermosas playas, buenas conversaciones, guayaba, el sonido de los almendrones y calles de colores. Habían sonrisas blancas, libros y películas, noches de amanecida y abrazos llenos de cariño. Había buenos amigos y amor infinito.
Conmigo viajaron la felicidad de Daniel, la sonrisa de Rubén, la fuerza de Mario y el cariño de Migdalia, la bondad de Yoshi y la lucha de Jhon. Conmigo viajaron los amigos de la escuela, de Bejucal y de la Habana. La voz de Noslen y el amor de todos los cubanos que conocí.
Solo me queda decir gracias, por el maravilloso tiempo que pasé allí.


A.Benlloch

lunes, 19 de septiembre de 2011


Caravana en La selva


Con cada caravana es lo mismo. Llenos de nervios y entusiasmo nos embarcamos rumbo a las ciudades y pueblos que durante un mes se convierten en nuestro hogar y nuestra sede de aprendizaje sin precedentes. Pero esta caravana iba a ser diferente.
Por primera vez el departamento de Ucayali nos iba a recibir el mes completo. Trabajando mano a mano con los jóvenes líderes, profesores y alumnos de las comunidades de San Francisco, Nueva Betania, Santa Teresita, Yarina y la Universidad de la UNIA.
Todos saben que la selva es mágica, extraordinaria, donde la naturaleza se manifiesta en millones de formas y sonidos y se convierte en una auténtica aventura recorrer sus caminos, surcar sus ríos y adentrarse en las profundidades de sus bosques.
Un paraíso salvaje que nos enseñó a comprender la sabiduría milenaria, a respetar sus leyendas y en ocasiones a temerlas. Que nos enseñó a emocionarnos con las historias de estos jóvenes apasionados y a enamorarnos de sus maneras de ver la vida y comprenderla.
Nadie dijo que la selva fuera un lugar fácil, y nos dimos cuenta rápido. La segunda semana sufrimos dos bajas importantes. La pasamos entre hospitales, la trocha del camino en mototaxi y las grabaciones bajo un sol tan intenso como agotador.
Cuando en la selva hace calor, hace calor de verdad. El sol te golpea tan fuerte que te arranca el habla. Como si el tiempo se detuviera y el mundo se estancara a tu alrededor.
La manteca de boa y el palo santo nos ayudaron a sanar y espantar a los mosquitos. Aunque de poco sirve el repelente cuando de sangre nueva se trata.
Llegamos a Pucallapa listos para sufrir el calor y no el friaje que nos sorprendió. Los vientos huracanados y los gallinazos volando en bandadas sobre nuestras cabezas, esperando pacientes la la cena. Y un terremoto que agitó la tierra como si fuera de madera.
Pese a todo logramos los objetivos. Salieron cinco hermosos documentales y una fanzine lleno de historias, dibujos y fotos.
La última semana, tras las amanecidas de la edición se proyectaron los documentales con los nervios a flor de piel por el estreno y el duro trabajo realizado en todo el mes.
Fue muy lindo ver la reacción de la gente en las comunidades. Reconocerse a sí mismos, ser conscientes del hermoso lugar de donde vienen, los problemas que les afectan y que también afectan a otros. Nos contagió el orgullo y la satisfacción de los chicos y profesores que vieron culminados todos sus esfuerzos.
Pero como todo, lo que comienza también tiene un final.
Nos despedimos de la Quinta Rosa, la casa que fue nuestro hogar, frente a la laguna de Yarinacocha, de los bufeos mágicos, y los cielos infinitos. Nos despedimos de las ratas que asolaron nuestros techos y del cafetín Gloria´s que ricamente nos alimentó todo el tiempo.
También de todos nuestros amigos, de Warmayllu, de la UNIA, de San Francisco, de Betania, de Yarina y Santa Teresita. Shipibos, Awajunes, Ashaninkas, Quechuas y mestizos.
En ellos, se refleja la riqueza del país increíble donde vivimos.


A.Benlloch

domingo, 11 de septiembre de 2011

Soy inmigrante


Son muchos los motivos por los que uno se convirte en emigrante. Muchas veces es la necesidad lo que nos lleva a alejarnos del lugar que nos vio nacer, mayormente para satisfacer las carencias económicas generadas por la pobreza, el desempleo y otros factores como la precariedad laboral. Pero hay también otros agentes de movilidad que tienen que ver con la búsqueda personal.
La historia de la humanidad ha ido de la mano con los movimientos migratorios. Los procesos de movilidad humana, sus causas, sus impactos y sus consecuencias han generado modificaciones en el equilibrio de todos los países y lugares de destino, tanto económicamente como espiritual y culturalmente.
Entonces, la historia de nuestros pueblos, nuestras ciudades y países está escrita y condicionada por estos flujos migratorios que nos han dado la riqueza cultural y filosófica de la que hoy gozamos como seres humanos.
El rechazo de muchos de estos países a las olas migratorias por lo tanto, no puede dejar de parecerme absurdo, incomprensible y egoísta.
Yo nací en Valencia, una ciudad de España al Este de la península y bañada por el Mediterráneo. Solo unos 400 km nos separan del continente africano y unos 9700 km de Perú, el lugar que en actualidad se ha convertido en mi hogar.
En Valencia, como en cualquier comunidad independientemente de su ubicación, su etnia o sus condiciones, tenemos una cultura que asumimos y reconocemos como propia, un idioma con el que nos comunicamos las 5.111.706 personas que sabemos hablarlo y unas costumbres que aunque poco o de manera diferente se siguen practicando.
La historia de Valencia y de España, tiene sus raíces en las influencias que los diferentes pueblos han dejado en su paso por la península; iberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, árabes… Así que no logro comprender, o quizá se me escapa el por qué de los motivos que llevan a algunas personas a rechazar, odiar y criticar la inmigración y la acusan de ser la causante de una pérdida de valores y costumbres que tanto asumimos como propios. Si nuestra propia cultura es un revuelto de lo que fueron millones de seres humanos que pasaron por estas tierras y que hoy, siguen nutriéndola y completándola.
Quizá más bien, lo que somos y quienes somos se lo debemos precisamente a estas personas errantes, gracias a las cuales podemos escribir hoy sobre nuestra historia, sobre como llegamos aquí y a donde vamos.
Hace unos años que llegué a este continente que pese a las dificultades y diferencias siempre me arropó como a una hija. Lo que está claro es que estemos donde estemos, el ser humano siempre va a sentir un poco de recelo cuando algún extranjero llega a su casa. Es comprensible. Después de ver como son preciamente los extranjeros quienes explotan estas tierras, contaminan sus ríos y roban lo que por derecho les pertenece.
Es chocante y maravilloso conocer las diferencias que existen con otros pueblos, pero una de las cosas que más me sorprenden cuando me topo con personas de otras culturas, razas y condiciones, es comprobar la infinita cantidad de similitudes que tenemos.
Al final uno se da cuenta, de que todos tenemos la misma esencia. Somos seres vivos, inteligentes y fascinantes. Alegría, tristeza, rabia, miedo, amor… son emociones y sentimientos que todos, independientemente de donde vengamos, tenemos y compartimos. Por eso nuestras diferencias, solo pueden enriquecernos.
A veces pienso, que crear odios, rencor, desprecio a otros que consideramos “diferentes” a nosotros, es lo que con tanto empeño han logrado inculcarnos los gobiernos, el poder o los medios. Porque como se sabe y se ha demostrado en la historia, la unión del pueblo puede ser demasiado peligrosa.


A.Benlloch

sábado, 3 de septiembre de 2011


Selva


A veces, solo a veces, soy consciente de pronto de lo afortunada que puedo ser. Miro a mi alrededor, tengo la selva infinita frente a mi, hostil y hermosa, eterna, siempre atenta.
Millones de sonidos se despliegan en la noche, como una orquesta de animales que oscilan desde el más agudo al más grave.
Al caer la tarde el cielo se llena de colores. El sol inmenso roza el horizonte mientras se escucha el silbido del astro despidiéndose del día.
El cielo se llena de estrellas, millones de puntitos diminutos custodiando la luna, que como una farola guardiana protege su selva, guiando a los viajeros que en el sueño ayahuasquero andan buscando el camino.
Soy afortunada de poder ver con mis ojos lo que tantos libros me cuentan, y ahora yo siento. Porque la selva la sientes, y una vez te toca ya no logra dejarte.
Afortunada también de poder compartir con otros pueblos sus tradiciones y conocer sus maravillosas historias. De ser partícipe de un extenso y ancestral conocimiento. Sentarme frente a ellos y escuchar sus leyendas, entender sus creencias sobre dioses y seres fantásticos a los que respetar y temer. Porque la selva, igual que te da todo también te lo quita.
Puede ser generosa contigo, o cruel y perversa.
Cuando en la selva hace calor, hace calor de verdad. El sol te golpea tan fuerte que te arranca el habla.
Como si el tiempo se detuviera y el mundo se estancara. Se escucha entre las plantas el zumbido del sol que aporrea el agua.
Sobre nuestras cabezas los gallinazos planean en círculos, pacientes.
Sientes el sudor por tu cuello, hacinandose bajo las rodillas y entre los surcos que forman las arrugas de tu cuerpo.
Ha pasado un año desde la primera vez pero al sentir su olor amargo y espeso el tiempo se detiene, y regreso.
Me siento débil, cansada y enferma. Mi viaje es corto.
¨Eres fuerte¨ me dice, y ahí acaba todo.
Gracias, no tengo más palabras.
Voy a dormir y en la mañana los pájaros cretáseos me despiertan con sonidos acuosos.
Mi viaje ha terminado. Por ahora. Mañana, uno nuevo comienza.


A.Benlloch