miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los tipos duros también lloran 

A modo de despedida efímera, prolongada o definitiva, me hubiese gustado escribirte una carta real. Pero el corrector ortográfico no es tan bueno y los tiempos, no son los que desearía.

Durante todo este tiempo que he estado recordando cosas, esas que me hacen sentir bien, a tu lado, no me maldigo de ninguna manera, si no que me hace pensar cual es la razón de toda la desconfianza que te he profesado.
Tal vez demasiadas películas de Bruce Willis en mi infancia creyendo que los tipos duros no bailan ni lloriquean en una situación límite. Lo que siempre me preocupó, es que el personaje absorbiese al actor y creo que lo de controlar el método Stalisnavski no es lo mío.
Siempre me has hablado de compartir cosas y yo sin embargo he estado obsesionado por otras.
Todo esto; la separación, la ausencia, me ha servido para mirar hacia dentro y darme vuelta a las tripas. Me he preguntado muchas veces desde que te fuiste si todo hubiera sido mejor, pues no lo sé, ni lo sabré nunca.
Para qué mentirte, después de tanto tiempo, en muchos momentos te pensé como una carga, sí, hay cosas que no son justas y ésta es una de ellas.
Cuando una y otra vez me reiterabas que tenías  cosas adentro tuyo, yo ya sabía, que todo lo que tenías que sentir y que hacer no las harías nada más que para ti.
Nunca te amé tanto, como el año que compartimos nuestras vidas en aquel destartalado departamento, sin muebles y cayéndose a pedazos.
De algún modo te retuve a mi lado más tiempo del que habrías deseado. Tanto, que nunca tuve el valor de pedirte que te quedaras y te acompañé a la estación llevando tus maletas.
Aún conservo el libro desteñido y usado que me regalaste, con esa dedicatoria a modo de despedida, donde se desdibuja un corazón a lápiz entre las líneas.
Referente al vacío que me dejaste, no lo puedo sustituir por otro, simplemente queda ahí. Realmente no es una falta, es la consecuencia de algo que ya venía rondando hacia tiempo.
No tengo idea que devolverá de mi esta partida, me seduce pensar que pueda alguna vez, verte viejita y arrugada y peinarte el cabello.
Y aunque me joda, no voy a negarlo, me alegra saber que es un buen tipo el que está a tu lado, y que tienes con él más cosas en común de las que pensé que tendrías conmigo.
Al final, solo me queda decir, que los tipos duros sí bailan, lloran, se emocionan y luchan solamente por las cosas que merecen la pena.

A.Benlloch

sábado, 13 de octubre de 2012

Crisis económica, crisis existencial 

Me fui de España cuando el 15m estaba en su pleno auge. Las acampadas, las comisiones, las asambleas, las marchas y movilizaciones, las actividades culturales, artísticas y de acción contra los desahucios… una maravillosa transformación de la sociedad española, valenciana en este caso, donde por fin, millones de personas salían a las calles a protestar contra el sistema establecido. Entonces tuve que regresarme a Perú.

Poco después sucedió la primavera valenciana. Los jóvenes de los institutos públicos, en concreto del Luis Vives en Valencia, salieron a las calles de la ciudad protestando pacíficamente contra los recortes en educación. Arremetidos brutalmente por los antidisturbios, valientes montoneros que cargaron contra niños armados con libros. Se armó de nuevo. Universidades y colectivos, padres y madres, salieron a las calles apoyando a los jóvenes que estaban siendo ferozmente agredidos.
Fueron meses de tensión, de lucha, de incredulidad ante lo que estaba sucediendo. Todos sabemos cómo actúan los antidisturbios, cual es su papel precisamente en las movilizaciones pacíficas, me voy a ahorrar los detalles. Lo que personalmente ni yo ni muchas personas podíamos comprender en ese momento, es que bajo el disfraz de robocop y tras la porra y el casco que oculta su identidad, se esconden hombres de clase media, trabajadores, que seguramente tienen familias, incluso, muchos de ellos, con hijos en las mismas situaciones que los jóvenes del Luis Vives.  Seres humanos que también se están viendo afectados por las erróneas decisiones del Estado. Sin embargo, se convierten en sus fieles secuaces, en los alentadores del poder, en las manos sucias de un gobierno corrupto y podrido.
Llegó el verano en Valencia. Regresé cuando todo estaba más o menos tranquilo. Digo mas o menos porque siempre hay pequeños grupos haciendo ruido,  actividades o planificando acciones. Pero ni mucho menos lo que vi la ultima vez.
Ahora, la gente hablaba de la famosa crisis sin tanto resentimiento, no se si acostumbrados, pero si como algo cotidiano, que está ahí, rondando las cabezas de todos. Que casi se huele pero no se siente. Tras las fachadas neoclásicas y los bares repletos de gente están los verdaderos afectados, esos que casi resultan invisibles en los medios. Mas de cinco millones de parados en un país donde la mayor parte de la población son personas de la tercera edad. Millones de jóvenes estancados, perdidos, estudiando, aprendiendo idiomas o simplemente apáticos en una sociedad que no les brinda oportunidades, que no los valora ni reconoce. Muchos de ellos tomando el camino más fácil, huir de España.
Todo esto es cierto. Es terrible que la sociedad tenga que llegar a límites como los que se vieron el 25 de septiembre alrededor del Congreso. Que tengamos que permanecer absortos ante imágenes tan claras de manipulación donde los mismos efectivos policiales que alguna vez juraron defendernos, se visten de encapuchados y desarman una concentración pacífica convirtiéndola en una batalla campal. Es lamentable que tengamos que pelear entre hermanos y hermanas mientras toda la panda de sinvergüenzas se frotan las manos. Que el pueblo se mate mientras ellos siguen disfrutando de beneficios que no se merecen, que ningún ser humano se merece por encima de otro.
Acá en Perú ven la crisis de España como una crisis primermundista. Y ciertamente es así.
Aunque me duela en lo más hondo de mi sangre valenciana, los españoles tan solo salieron a las calles cuando sus bolsillos se vieron verdaderamente afectados.
Claro que esto supone, no poder pagar las tres hipotecas que tenías, no poder irte de vacaciones, no poder comprarte ropa más que en rebajas.
Por supuesto que hay gente que ha sufrido mucho con la crisis, personas que han perdido absolutamente todo lo que tenían, que de la noche a la mañana se han visto en las calles, buscando en la basura y durmiendo entre cartones porque el banco les quitó su negocio y su casa.
Pero no es la mayoría.
Cuando a veces las personas allá me hablan de la crisis exasperados, llenos de cólera, a mi cabeza se vienen las imágenes de los niños y niñas de Pamplona Alta, de las madres trabajadoras de Lomas, de San Juan y de los jóvenes de Barrios Altos.
“Tú no sabes lo que es estar en crisis” pienso.
Lo que ha sufrido España, a mi parecer, es más una crisis existencial que económica. Hace menos de cuarenta años que salimos de una dictadura. Heredera de una de las guerras civiles más sangrientas y duras de la historia. En estos años de “democracia”, progreso y crecimiento económico desmesurado, las cosas en España han cambiado mucho, pero mucho.
Pienso en como vivieron mis abuelos, nuestros abuelos. No puedo evitar sorprenderme al contarle a la gente que mi madre nació en una cueva. Que los jóvenes de hace tan solo 30 años no conocían los celulares ni las computadoras.
Las personas empezamos a asumir en España que el progreso era estar acorde al consumo desmedido. Familias de clase media con sus apartamentos en la playa, su casa de campo, un carro para cada miembro de la familia, lavadora, secadora, lavavajillas, microondas, televisión de plasma para el salón, televisión  para la cocina, televisión para el cuarto matrimonial y bueno va, televisión para el niño que se entretenga. Comprar cualquier cosa, mientras había plata, o no la hubiera, el banco te avalaba.
Está bien reconocer que los españoles hemos consumido como bárbaros. Haciendo precisamente lo que los bancos y las empresas esperaban de nosotros. Quizá engañados, engatusados por los ojos azules de la publicidad, hemos sido estafados, defraudados pero también tramposos y descuidados.
La crisis, la famosa crisis que lleva a los españoles de cabeza a supuesto en realidad un cambio de paradigma. Una tremenda bofetada para aquellos que se habían dejado seducir irremediablemente por el progreso. Ha sido quizás, una vuelta las tripas para darnos cuenta que el camino que estábamos tomando no era el adecuado. Que nuestra forma de vida consumista y egocéntrica es precisamente lo que tenemos que repudiar. Y sobre todo, que el sistema político de falsa democracia que nos han vendido y hemos comprado, no es más que  una absoluta mentira.
Cualquier tipo de crisis puede ser el acontecimiento más trascendental e importante que le pueda ocurrir a una persona durante el transcurso de su vida. Si ésta es adecuadamente resuelta, le permite a quien la sufre adquirir un sentido de auto-suficiencia moral y personal que puede repercutir de modo favorable por el resto de su existencia.
Es precisamente lo que ha generado la crisis en España. Lo vi en las asambleas y lo sigo viendo en los grupos de jóvenes y adultos que están repudiando la vida que habían llevado hasta ahora y han comenzado a generar cosas diferentes. Grupos de personas que han comenzado a repoblar los pueblitos abandonados, a cultivar de manera orgánica, a intercambiar con el trueque.
Grupos de personas que han empezado a organizarse, a ocupar viviendas deshabitadas para convertirlas en refugios de convivencia para aquellos que han perdido sus casas. Grupos de personas que recogen las descomunales cantidades de alimentos que se tiran en los restaurantes y supermercados para repartirlos. Grupos de contención y apoyo a quienes van a ser desalojados a la fuerza. Lo veo también en los jóvenes y profesores que salen a las calles reclamando una educación gratita y de calidad, en las enfermeras y trabajadores de salud que marchan contra los recortes en algo tan básico como la vida, en los médicos que pese a las amenazas siguen atendiendo a cualquier ser humano que lo requiera.
Hasta cierto punto, yo no creo que esta crisis haya sido lo peor que le ha podido pasar a España, simplemente tenía que pasar. Gracias a ella, hemos demostrado que si queremos, las personas podemos organizarnos, apoyarnos y vivir de manera diferente a como sin darnos cuenta, nos han ido imponiendo. 

A.Benlloch

martes, 18 de septiembre de 2012


Cada vez que vuelvo 

Me gusta caminar por el pueblo al caer la tarde, cuando las nubes se tiñen de rojo intenso, rodeando los tejados azules de la Torreta, la iglesia de San Bartolomé y el mirador del tren.

Todo cambia de color, las calles y sus adoquines brillan con el reflejo de los faros que ya empiezan a prenderse.
Camino a la plaza, sobre los pasos de toda mi infancia recuerdo cuando me escondía tras el buzón amarillo si creía que estaba enamorada, cuando sentadas en la puerta de la vieja casa abandonada, contabamos leyendas de terror inventadas.
Cuando en las tardes de primavera y lluvias, corríamos bajo los chorros de las cañerías empapadas, riéndonos a carcajadas, como si la vida no importase mas que ese preciso instante.
Bajo el peso del taller, con sus peculiares ventanas, donde mis tíos y mi madre se asomaban manchados de pintura mientras abajo jugabamos en la calle ancha.
El Molino rebosante de personas en las fiestas, con el sabor de las panojas asadas.
En la mañana, el sonido de la pólvora me despierta, llenando el cielo azul clarito de nubes redondas y blancas.
Camino frente al balcón desde donde veía pasear a mi abuelo por la huerta, tomando alcachofas prestadas. Escondiendonos tras las palmeras o hundiendo los pies descalzos en la tierra recién cosechada mientras comíamos naranjas valencianas, las más grandes y dulces que probé jamás.
Las iaias salen a las puertas de las casas, es hora de tomar "la fresca", mientras tanto, el mundo pasa, hay crisis en el país y vamos haciendonos mayores.
Los señores se agolpan en los parques para jugar petanca.
Las resbaladeras improvosadas de la Hermita eran más divertidas cuando era niña, a lo lejos, se escucha la campana, avisa la llegada del tren mientras las barreras bajan.
Los santantonis y las lombrices descansan tranquilas junto a los árboles milenarios de los chopos.
En la montaña, una paella oxidada se atiborra de hojas muertas esperando ser encontrada. Los troncos de los pinos aun conservan bajo sus cortezas, los nombres de quien algun día fuimos casi desvanecidos.
Frente a mis ojos el mar, una niña de espaldas saliendo del río.
Pasan los años y parece que siempre es lo mismo, las mismas formas, los mismos colores, la misma gente... más vieja o más joven.
Este lugar que camino es mi tierra, mi infancia, mi adolescencia y mi juventud... cada esquina, calle o parque me traen algún recuerdo.
No puedo evitar sonreirle, que bonito es todo, pienso, el mismo que alguna vez también me asfixió y del que quise salir corriendo.
Cada vez que vengo me acuerdo, quien fui y de donde vengo. Esa parte de mi que ansía comerse el mundo, la parte que siempre extraña su pueblo. 

A.Benlloch

domingo, 19 de agosto de 2012


Mujeres coraje

Cuanto mas camino por Perú, mas me doy cuenta que este, es un país de mujeres.
Desafortunadamente el machismo y imperante en todos los estratos sociales opaca la imagen de la mujer como sujeto importantísimo en los acontecimientos de las comunidades.
Así lo vi en Cajamarca, en Pucallpa, en todos los pueblos y ciudades por los que caminé en esta tierra y ahora también en Lima.
Este mes tuve la suerte de trabajar con algunas de estas mujeres que en silencio, o mejor dicho, silenciadas por esta monstruosa ciudad que a veces, no respeta a nadie, han sabido conseguir lo que se proponen y hasta hoy, siguen luchando y dando todo de si sin esperar nada a cambio a nivel personal. Piensan en el desarrollo de su comunidad para el bien de todas y todos.
Estas mujeres tienen nombre y se llaman Norma, Bertha, Ninfa, María Teresa, María Inés, Evelyn y Gertrudis. Ellas, solo son parte de las millones de mujeres que en esta tierra trabajan y luchan sin esperar una placa con su nombre o un busto en su memoria.
Por eso hoy quería escribir para ellas, sobre ellas, porque yo también  soy mujer y al conocerlas, me he sentido mas orgullosa aún de lo que soy, de lo que tengo y de lo que siento.
Pienso en las mujeres de mi familia. En mi mama y mis abuelas. Que tales ovarios han tenido estas mujeres para llegar a donde han llegado. Parece que una mujer tiene que esforzarse siempre el doble que un hombre desde que sale del utero de su madre.  Por eso somos mas fuertes.
Bertha y Norma viven en Nueva Jerusalen, me contaron cuando tuvieron que dejar su tierra para llegar a esta ciudad. También María Teresa y María Inés, fundadoras de Villa el Salvador. Ninfa salió huyendo de la violencia política en Ayacucho, con el corazón hecho trizas y la esperanza por los suelos. Evelyn es las más joven pero igual de fuerte que Ninfa, ambas, son de San Juan, Pamplona Alta. Gertrudis no le teme a nada, la respetan en su barrio, mas les vale a los choros, la Huerta Perdida queda a las espalda de Lima, allá donde pocos se atreven a entrar y donde personas como ella luchan para cambiar la idea equivocada que se tiene de su comunidad.  Todas ellas han conseguido lo que ningún hombre consiguió en años. La luz, el agua, el reconocimiento de los derechos de las mujeres, la construccion de las  casas, el local comunal, el mejoramiento de los colegios, la posta médica, los comedores populares, la crianza de los hijos tras nueve meses de alimentarlo en sus panzas...
Ellas no van a las televisiones para alardear lo que lograron, no se presentan a alcaldesas para obtener poderes, no roban ni miran al de al lado para superarle, no son evidiosas ni maleantes. Viven en sus casitas humildes, son modestas y alegres. Se sonrien cuando me cuentan de sus logros a escondidas, las marchas hasta el congreso, cargando a los hijos en la espalda. No quieren plata ni grandes placeres, mas que ver a sus hijos crecer felices. Luchan por lo que es justo, no por reconocimieto, si no por principios.
a medida que paso los días con ellas, las voy viendo mas bellas, y es que la hermosura no está en la silicona, sino en las arrugas.
Me acuerdo de un mito ahaninka, donde dicen que el primer ser humano que hubo en la tierra no fue hombre si no mujer, esa mujer se llamaba Kaametza.  A ellas y a todas las mujeres de la tierra les regalo lo que es para mi, una de las historias mas lindas que escuché en mi vida:

"Hace millones de lunas, cuando la misma luna no era mas que un pedazo de tronco difunto, en ese entonces todo era ceniza, la tierra todita era ceniza. La luz y las estrellas, el aire mismo, los bosques, las cataratas, las rocas, los ríos, la lluvia, los lagos pequeños y los que no tienen término, la salud y el tiempo, los animales que se arrastran, que vuelan o caminan, los pedregales, las playas, todo lo que existe ahora a su manera, según su condición, lo que podemos ver, lo que no vemos, todo, era nada, y la nada, también era ceniza.
Así se hallaba el mundo cuando en eso cayó un relámpago sobre un árbol de pomarrosa, la pomarrosa era ceniza todavía, no era Pomarrosa. 
De aquel árbol, de aquella pomarrosa quemada y partida por el relámpago, así mismito brtó un lindo animal que no tenía plumas, que no tenía escamas, que no tenía recuerdos. Y el primer jefe brujo, que ya vivía en esa época aunque todavía carecía de cuerpo, de todo carecía, disuelto en el aire, se sorprendió muchísimo y supo que ese extraño y bello animal había sido la mejor obra de Pachakamáite, el padre dios de los asháninka, hijo del sol mas alto, el sol de medio día.
Así el brujo decidió llamar Kaametza a ese animal, que significa - la muy hermosa - .
Así fue que comenzó el mundo con Kaametza, una mujer.
Ni bien brtó de la Pomarrosa, ella empezó a buscar, buscaba y no sabía que... cuando una tarde, ante un arroyo que también era ceniza, Kaametza fue a beber o a lavarse, y cuando se agachó, un otorongo de espanto salió del bosque, negro, bramando. Ella se quedó inmóvil, sin nisiquera asustarse. Todo era tarde y víspera en el alma de Kaametza. No había palabras en nsu mente, ni nombre de ninguna cosa. Pero gracias a ese conocer desconocido, sin conciencia, que hasta hoy poseemos, Kaametza comprendió lo que debía hacer y esquivo al otorongo que saltaba sobre ella con garras afiladas. Una y otra vez. Fue entonces cuando Kaametza descubrió dentro de si un temor gigante, comprendió lo cerquita de la muerte. Y sin pensarlo ni proponerse nada, arrancó un hueso de su cuerpo, se extrajo una costilla, sin dolerse y sin sangre, no le quedó señal alguna en la piel, ni herida abierta. Y empuñando su hueso, le sajó la garganta al otorongo.
Kaametza cayó de rodillas luego de matar al otorongo, agradeciendo se postró en la arena de ceniza, en la tercera orilla del río hecho ceniza y contempló el cuchilló que la había ayudado. Con las manos lo levantó hacia su boca, lo acercó despacito besandolo, diciendole cosas., lo acarició. El cuchillo no tenía sangre ni de Kaametza ni del otorongo. Ella le dio las gracias con su aliento, con el cariño de su boca, y entoces el hueso se encendió, tembló como los relámpagos que alumbran, y ella lo soltó, como si le quemara en las manos. El hueso empezó a dar vueltas, rehuyendose y creciendo, buscando aire, creciendo y pareciendose cada vez mas a Kaametza, imitando sus brazos, sus ojos y su pelo. Buscando diferencias en el aire, diferenciandose de lo idéntico de Kaametza y al final aquietándose sobre la playa de ceniza, en lo oscuro, igualito y distinto de Kaametza.
Así fue que apareció el varón. El brujo, testigo, observandolo todo desde el aire, decidió que era bueno que el hombre acompañara a la mujer y que juntos que preocuparan descendencia y le dio un nombre, Narowé, para que pudiese seguir existiendo, que en ashaninka quiere decir - Yo soy el que soy -.
Kaametza cuidó de Narowé hasta que este despertó, lo primero que miró el al desprenderse de la nada fue a Kaametza, fue todo, el sol mirandolo. Pero eso pasó dentro de su ánima, debajo de su corazón, porque fuera, todo seguia siendo ceniza.
Pudo distinguir bien claro a Kaametza y ella lo recibió sabiendo todo.
Lo dejó entrar, abriendose, sonando fuerte, todas las corrientes de su cuerpo fundidas en una corriente yendo hacia atrás, regresando.
Abrazados, mejor mejor que obedeciendose, Kaametza y Narowé fabricaron la vida. Todo limpio, todo sin fronteras, la plenitud de sus cuerpos en sus lenguas recorriendose. Sobre la sangre del otorongo negro conocieron el amor, se amaron, descubriendo la tristeza y alegría de sus cuerpos. Juntos llegaron al placer. Y cuando gozaron, exactamente en el instante en que ambos gozaron, ahí fue que en el mundo se inventó la luz. Y todo, dejó de ser sombra, dejó de ser ceniza. ".

A.Benlloch

miércoles, 11 de julio de 2012

Todas las mañanas a las 8am: Maria Antonia

Hoy leí algo muy interesante, entre otras funciones de los órganos de nuestro cuerpo con las que me sentí absolutamente identificada... cuando leí sobre el intestino delgado, no pude evitar pararme a leer lentamente. Mis problemas de salud relacionados a este órgano, parece que tienen un origen.

EL Intestino Delgado:
Es la etapa final de la digestión, es el comienzo de la absorción, provee la base para la construcción y el crecimiento, construye su personalidad, su carácter, su fuerza de voluntad, su confianza, pero más importante que todo es que refleja los estados más importantes de nuestra vida.
De modo que puede que realmente no funcionemos cuando una persona sufrió una gran vergüenza. Esa vergüenza sufrida en la primera infancia. Son muy conscientes, muy cercanas las personas, piensan que no se están acordando o pensando en ello, pero se acuerdan del colegio, la primera vez que menstruaron, los niños con quienes jugaron, algún pariente que les hizo sentir vergüenza.

Yo contaba con solo 9 años cuando una profesora llamada Maria Antonia, arrogantemente rancia y franquista, me reveló que yo no serviría para nada en este mundo, que mi existencia era una burda equivocación del señor. Que era una persona poco inteligente, y que para lo único que serviría en mi vida, sería para hacer garabatos sobre un papel.
Esta misma profesora le dijo seriamente a mi madre, cuando tan solo contaba con la edad de 9 años, que ya podía ir pensando en sacarme de la escuela porque yo era una pérdida de tiempo.

Nunca, ni hasta el dia de hoy, logro comprender que tanto odio  le profesé yo a esta "maestra" que irremediablemente, hizo un daño terrible parece ser que a mi intestino delgado.
Hasta que lo superé, hace muchos años, o al menos, eso pensaba.

El día que recibí mis notas para el acceso a la Universidad fui direcatemente a su clase. Se encontraba reunida con alguna madre de alguna desafortunada niña como yo, quizá. Me reconoció al instante. No pude hablarle, mi absurdo sentimentalismo desmesurado no me permitió reprocharle nada.

Se que hace años se murió, sola y vieja, como la recuerdo en mi infancia.

Las consecuencias de sus palabras no fueron mas que años de desconfianza hacia mi persona y mi capacidad propia. Aún hoy, tengo momentos en los que callo mi respuesta por miedo a estar equivocada.

Quizá por eso me he esforzado tanto en mi vida para demostrar a los demás que si quiero algo puedo lograrlo, solo es tener ganas y predisposición para ello.

Pese a mis problemas comunes con el intestino y otros órganos relacionados, puedo decir, que soy bastante puntual en mi horario excretoso, es mas, hay días en los que puedo evacuar hasta en tres ocasiones... esto me hace pensar, si mi mierda está estrechamente relacionada a mis intestinos, y mis intestinos están ligados a un trauma infantil que me angustió a los 9 años, puedo decir felizmente y con mucho placer, que todos los dias me cago en Maria Antonia.

Quizá le debo más de lo que creo. Supongo que su intento de desaliento hacia mis aptitudes me llevaron a querer con mas rabia lo que ahora tengo. Creo que le salió el tiro por la culata, mejor dicho, por el culete.

Gracias profesora Maria Antonia.

A.Benlloch

lunes, 2 de julio de 2012


Mi tierra llora mientras otros celebran

La impotencia es el profundo e inconsolable dolor emocional que resulta de no poder remediar una situación desagradable, así dicen los expertos. Esa es la palabra que sale de mi boca en estos momentos, cuando desde la distancia solo puedo presenciar el tremendo desastre y las horribles circunstancias que se están dando en mi tierra, sin poder hacer nada al respecto. 
La primera imagen que vuelve a mi cabeza es aquella en la que tengo 10 años, estoy con dos amigas en el techo de la casa en Montanejos. Es julio y hace mucha calor. A lo lejos, nunca tan lejos, las llamaradas golpean fuerte a nuestros pinos. Los animales de la granja, bajan aterrados por el camino, hasta el pueblo, donde son puestos a salvo los que logran sobrevivir.
El río se cubre de cenizas y el cielo se torna gris oscuro, como si una amenazadora tormenta estuviera por derramar sus redentoras lluvias, que por cierto nunca llegan.
Las tres en silencio presenciamos afligidas como nuestras montañas, nuestras rocas y arbolitos avanzan calcinados, como los grillos bocean con gritos desgarradores y los gorriones huyen despavoridos sin poder salvar a las crías que aún no aprendieron a volar. 
Ese día las tres lloramos, en silencio. El dolor de una tierra que arde y sufre es el dolor de los que aman la vida. Esa era nuestra casa, esos eran nuestros bosques, tan solo quedaron montones de cadáveres carbonizados.
Ahora, solo veo por internet o televisión lo que mi tierra está sufriendo. Tantos veranos lo mismo… pero esta vez el dolor es mas fuerte. Veo como mi monte sufre, como mi amada tierra de árboles amarillos desaparece bajo la ineficacia de un gobierno que celebra los goles de una equipo que juega bajo una estúpida bandera. Siento una tremenda impotencia mientras presencio como algunos celebran con las caras pintadas de amarillo y rojo, mientras los bosques se queman.
Mi casa sufre, y yo sufro con ella. Los responsables de la tragedia son puestos en libertad bajo la pena de una palmadita en la espalda y un suave “no vuelva a hacerlo por favor”.
Mientras los valientes se adentran en las brasas intentando salvar lo que queda, la Generalitat presidida por corruptos pendencieros se frota las manos con acuerdos ilícitos de construcciones donde antes habían bosques.
Aquellos que lucharon por mantener los pueblos, la vida en comunidad que con el desgarrador progreso de las ciudades y lo “moderno” van desapareciendo, perdieron todo. Los pijos valencianos descansan tranquilos en sus casas como si esto no fuera con ellos.
Lloro, lloro por mi tierra, por mis hermosas montañas y huertas infinitas. Lloro por la nostalgia del romero, la manzanilla y el tomillo. Lloro porque con el fuego se va parte de lo que fue mi abuelo, mi padre, mi hermano y lo que yo he sido. Parte de sus hojas, parte de sus bichos, parte de una tierra seca y fuerte que lucha contra los que se empeñan en desaparecerla.
Más de 50.000 hectáreas desaparecidas bajo el avance incontrolado del fuego. Mi hermoso campo, calcinado y enterrado, desgracia de la incompetencia estar del ser humano.
Españoles fraudulentos que celebran la victoria ficticia y pagada de nuestros bolsillos. Que vergüenza me dan… españoletes sin sentido, sin corazón ni alma por lo que de verdad importa, que es la tierra, que es el agua, que son los animales que viven en ella. Nosotros, humanos malditos que anteponemos nuestros placeres absurdos a la tierra.
Gracias infinitas a los que están dando su vida por salvar la nuestra. A aquellos que no se rinden, que ante las injustas actuaciones de un gobierno soliviantado por seres inhumanos siguen luchando, trabajando. Esos son los que merecen la pena, y no aquellos que con mentiras se tiñen los rostros de unos colores que no nos representaron en la guerra, ni en la dictadura ni en la mal llamada democracia que vivimos. 

A.Benlloch

viernes, 15 de junio de 2012


El oro de Cajamarca

Cuentan los más viejos la existencia de dos toros sementales que fecundaban las reses de todo Cajamarca, haciendo de ésta, la región más fructífera y ganadera de los Andes. 
Narran, que un día escaparon de su cuadra forjada en oro perdiéndodose por los valles de Cajamarca. 
Los astados, arrastraban consigo unas grandes y pesadas cadenas de oro macizo. Fueron muchos los campesinos que salieron a buscarlos aunque todo esfuerzo fue en vano.  
Dicen los viejitos que los toros se ahogaron en las lagunas. El primero se ahogó en Yanacocha, la gran laguna negra. 
El animal sediento por el camino quiso tomar un poco de agua fresca. El peso de la cadena lo venció y calló de cabeza, perdiéndose en las profundidades oscuras de la laguna.
Dicen que el segundo semental caminó solo mucho tiempo, llegó a la laguna del Perol y quiso remojar sus patas, cauteloso, permaneció cerca de la orilla.  Dicen que los suelos de las lagunas están llenos de caminos subterráneos que alimentan los grandes ríos. El animal quedó atrapado en uno extraviándose para siempre.
Nada más se supo de los sementales, pero sí de sus cadenas. Que al desprenderse de sus cuellos quedaron enterradas bajo el légamo maldiciendo la tranquilidad de sus aguas puras.
Hoy los viejos miran con ojos tristes las lagunas. Aquella que ya secaron convirtiéndola en un basurero de residuos y la otra que está por padecer el mismo destino.
Bajo sus limpias aguas descansa el oro que otros ansían. Aquel que perteneció a los bravos toros cajamarquinos.
Yanacocha es ahora un tajo abierto, tan grande que se ve desde el cielo. Dicen los viejos que las cadenas no te sueltan, que aquellos que las tocan quedan enredados para siempre en ellas.
Será por eso me pregunto yo, que tanta gente defiende Conga, será por eso me digo, que tantas personas quieren secar la laguna, porque están atrapados por el oro, que les ciega el corazón y les quita el sentido. 

A.Benlloch

lunes, 7 de mayo de 2012

Lo que fui

Tengo recuerdos a los que me aferro constantemente, no porque sean importantes, si no, porque ahí están, recordándome quien he sido.
Tengo recuerdos de mis padres, que no he vivido, que me han contado. Nostalgia por una época que no me perteneció.
Si cierro los ojos puedo sentir las texturas, los olores, el sonido de los grillos cantando fuerte en Montanejos, la arena húmeda de la playa en mis manos. El parpadeo de las calles ardiendo tras la comida en el pueblo cuando iba a por helados para todos. El olor de los pinos de la Montaña o la sensación rica del hielo del estanque en Serra rompiéndose al contacto con las piedras.
Unos días antes de viajar a Cuba, fui a caminar a la huerta, como tantas veces lo hice en mi vida. Ese día el cielo estaba lleno de colores, atardecía, y el sol inmenso de Godella se escondía entre las nubes. Recuerdo que me quedé mirándolo, como si fuera la primera vez. Me pareció hermoso, y me dio mucha pena darme cuenta que esa, sería la última vez que lo vería de seguido.
Siempre quise irme, viajar, vivir en otros lugares. Pero cuánto cuesta desprenderse de lo que una ama...
Ahora siento que mi hogar está en muchos lugares y que mi familia crece con los años y mis viajes.  Una se acostumbra a la soledad, a la distancia. Pese a todo, nunca he visto tanta belleza como aquel día, cuando el cielo de mi pueblo, se despedía de mí. 
A veces sueño que tengo 7 años y me duermo en el regazo de mi madre, agotada, sintiendo la vibración de su pecho en mi oreja, tanta calma. Sueño también con mi padre, escuchando música en la salita, con el olor de los vinilos amontonados, sonriendo, con su mente en otro lugar.  Veo a mi hermano, corriendo tras de mí en un parque, con sus gafitas gritando mi nombre.
Al fondo se escuchan las campanas de la iglesia, alguien se casa o se marcha para siempre.
Intento no pensar en ello, me pone triste. Vivo mi vida sin plantearme todo el tiempo que paso alejado de ellos. Las horas que me estoy perdiendo de estar a su lado.
A veces lloro, me da mucha pena pensar en esos recuerdos que no voy a volver a sentir nunca. Me aferro a ellos, como si fueran mi sustento para seguir caminando.
En ellos también salen mis abuelos, mis primos y mis tíos, mis amigas... aquellas que me hicieron llorar y las que se convirtieron en mis hermanas.
Siempre pensé que si alguna vez tenía hijos, me gustaría darles la misma infancia que tuve yo, en los mismos lugares, con las mismas personas. Pero hay cosas que ya nunca volverán. Mi pueblo cambia, cada año que voy está más diferente, más moderno, y más lejos de lo que fui. Algunos lugares donde jugué ya no existen, el “progreso” se los comió sustituyéndolos por edificios, supermercados o estacionamientos.
Ya no están algunas personas a las que amé, y que me hicieron tal y como soy ahora. Tradiciones que se desvanecen con el tiempo y costumbres que quedan en el olvido.
Sé que no podría darles una vida como la que tuve. Al menos, me hace feliz pensar que ahora son dos culturas hermosas las que puedo transmitirles, dos idiomas ancestrales que enseñarles y a las que aprender a amar.
Solo sé que quiero una vida tranquila, sin ciudades grandes, atascos ni humo. Sin supermercados ni grandes tiendas, sin  televisión. Yo no necesité nada de eso de niña, y ningún niño debería necesitarlo tampoco.
Quiero trabajar la tierra con mis manos, como hicieron mis antepasados. Luchar para que no desaparezca la tradición de mi familia con los abanicos, aunque sea la última en intentarlo. Quiero hablar mi idioma, no me importa hacerlo mal, pero quiero escucharlo en mis hijos.
A veces me pongo triste, pero esta es la vida que decidí tener. No me arrepiento.
Perú es ahora mi hogar también, pero una piedra más en el largo camino que me queda por recorrer. El pasado, mis recuerdos, me dan fuerzas para seguir, amo lo que soy ahora, y amo lo que fui. 

A.Benlloch

viernes, 20 de abril de 2012

En el desierto no hay estrellas

Hace ya seis años que viajé al desierto del Sáhara donde conocí a Said Mohamed, no recuerdo el resto de su nombre. Tenía 16 años y conocía cada una de las dunas de su desierto. Desde Marruecos hasta la impenetrable frontera argelina de la que podíamos vislumbrar una pequeñas montañas pintadas a lo lejos. Al oeste, el Atlántico bañaba de azul profundo las costas doradas del desierto, donde el atardecer era más silencioso que en cualquier otro lugar del mundo. 
Said me llevó a conocer su pueblo, oculto entre el color de las montañas de arena. Las casas, levantadas con la tierra húmeda del desierto, conservaban la frescura que el astro le robaba a la arena tras la madrugada. 
Por momentos, sentías arder el sol entre la tierra y el cielo, como bocanadas de fuego que se expandían haciendo temblar el viento. 
Said me habló de La Gran Duna, esa que entre millones de puntas afiladas naranjas, brotaba como la madre que vigila a todas su crías. 
Cuando respiras, la arena se pega a tu garganta seca y dolorida. Tu cuerpo se cubre de una fina capa amarilla. El aire siempre corre, con prisas, espeso y caliente, removiendo la arena y los temores. 
Lo que a lo lejos parecían pequeños montículos de polvo, son en realidad fieras colosales de arena, la caminata es dura y lenta. 
Llegamos a la falda de la madre duna (Erg). Yo no puedo respirar, pero Said insiste en que suba. Me toma del brazo y me empuja. Me dejo arrastrar sin fuerzas hasta la cima, sin aire, con la boca y los ojos cubiertos de tierra. 
Tengo sed. 
Me acuerdo de las películas donde el protagonista se pierde en el desierto, sediento y cansado, viendo espejismos que ahora yo también veo. Said me dice "la duna es lista, quiere engañarte para que pierdas el sentido, le gusta atrapar a la gente. Tienes que ser más lista que ella". 
Abro mis ojos y frente a mi, se extiende un inmenso océano brillante, donde las dunas se tornan olas, simétricas y ordenadas. El cielo azul e infito se funde con el ocaso, parecen hacer el amor mientran gritan callados. 
Ya no tengo sed, no me importa la arena, ni el dolor.
Said me mira riendo, con una sonrisa blanca me saca la lengua. caemos rodando por la arena mientras la duna escucha nuestras carcajadas. 
Cuando llega la noche el desierto se transforma. Los animales que en el día aguardan silenciosos, emergen con la huida del sol en busca de comida y calor. 
La luna sale con furia, como queriendo opacar al sol. Su viento frígido es eterno y la arena se vuelve fresca e impasible. 
Cuando llega la noche las dunas te hablan. Sus voces llegan a ti como leves susurros indescifrables. 
Afinas la mirada en la vasta negrura y ves una sombra. Es un bereber caminando, pausado, aquellos que recorren el desierto cubiertos de su afaggou, una lana gruesa que los protege del frío. 
Se llaman a si mismos "imazighen" (hombres libres). 
"Son fantasmas de la noche" me dicen, no los mires. 
Me tumbo boca arriba para no seguir viendo sombras. Dicen los saharauis que el desierto no tiene estrellas, que son las almas de sus hermanos que perdieron en la guerra. 
El cielo negro está ahora plagado de ellas.Se ve el universo claro, tan cerca, que casi puedo tocarlo con mis manos.
Me despido de Said con un abrazo, me ragala un camello tejido con hoja de palma, yo le doy a cambio mi alforja de cuero que me acompañó en mi viaje por Marruecos. 
A lo lejos, me sonríe con sus dientes blancos y me casa la lengua. Un nube de polvo formada por el camión que me lleva desvanece su figura, como la del bereber que vi esa noche, cuando las estrellas, almas saharauis, cuidaban nuestros sueños en la inmensidad del desierto. 

A.Benlloch