Cada vez que vuelvo
Me gusta caminar por el pueblo al caer la tarde, cuando las nubes se tiñen de rojo intenso, rodeando los tejados azules de la Torreta, la iglesia de San Bartolomé y el mirador del tren.
Me gusta caminar por el pueblo al caer la tarde, cuando las nubes se tiñen de rojo intenso, rodeando los tejados azules de la Torreta, la iglesia de San Bartolomé y el mirador del tren.
Todo cambia de color, las calles y sus adoquines brillan con
el reflejo de los faros que ya empiezan a prenderse.
Camino a la plaza, sobre los pasos de toda mi infancia
recuerdo cuando me escondía tras el buzón amarillo si creía que estaba
enamorada, cuando sentadas en la puerta de la vieja casa abandonada, contabamos
leyendas de terror inventadas.
Cuando en las tardes de primavera y lluvias, corríamos bajo
los chorros de las cañerías empapadas, riéndonos a carcajadas, como si la vida
no importase mas que ese preciso instante.
Bajo el peso del taller, con sus peculiares ventanas, donde
mis tíos y mi madre se asomaban manchados de pintura mientras abajo jugabamos
en la calle ancha.
El Molino rebosante de personas en las fiestas, con el sabor
de las panojas asadas.
En la mañana, el sonido de la pólvora me despierta, llenando
el cielo azul clarito de nubes redondas y blancas.
Camino frente al balcón desde donde veía pasear a mi abuelo por
la huerta, tomando alcachofas prestadas. Escondiendonos tras las palmeras o
hundiendo los pies descalzos en la tierra recién cosechada mientras comíamos
naranjas valencianas, las más grandes y dulces que probé jamás.
Las iaias salen a las puertas de las casas, es hora de tomar
"la fresca", mientras tanto, el mundo pasa, hay crisis en el país y
vamos haciendonos mayores.
Los señores se agolpan en los parques para jugar petanca.
Las resbaladeras improvosadas de la Hermita eran más
divertidas cuando era niña, a lo lejos, se escucha la campana, avisa la llegada
del tren mientras las barreras bajan.
Los santantonis y las lombrices descansan tranquilas junto a
los árboles milenarios de los chopos.
En la montaña, una paella oxidada se atiborra de hojas
muertas esperando ser encontrada. Los troncos de los pinos aun conservan bajo
sus cortezas, los nombres de quien algun día fuimos casi desvanecidos.
Frente a mis ojos el mar, una niña de espaldas saliendo del
río.
Pasan los años y parece que siempre es lo mismo, las mismas
formas, los mismos colores, la misma gente... más vieja o más joven.
Este lugar que camino es mi tierra, mi infancia, mi adolescencia
y mi juventud... cada esquina, calle o parque me traen algún recuerdo.
No puedo evitar sonreirle, que bonito es todo, pienso, el
mismo que alguna vez también me asfixió y del que quise salir corriendo.
Cada vez que vengo me acuerdo, quien fui y de donde vengo.
Esa parte de mi que ansía comerse el mundo, la parte que siempre extraña su
pueblo.
A.Benlloch