lunes, 7 de mayo de 2012

Lo que fui

Tengo recuerdos a los que me aferro constantemente, no porque sean importantes, si no, porque ahí están, recordándome quien he sido.
Tengo recuerdos de mis padres, que no he vivido, que me han contado. Nostalgia por una época que no me perteneció.
Si cierro los ojos puedo sentir las texturas, los olores, el sonido de los grillos cantando fuerte en Montanejos, la arena húmeda de la playa en mis manos. El parpadeo de las calles ardiendo tras la comida en el pueblo cuando iba a por helados para todos. El olor de los pinos de la Montaña o la sensación rica del hielo del estanque en Serra rompiéndose al contacto con las piedras.
Unos días antes de viajar a Cuba, fui a caminar a la huerta, como tantas veces lo hice en mi vida. Ese día el cielo estaba lleno de colores, atardecía, y el sol inmenso de Godella se escondía entre las nubes. Recuerdo que me quedé mirándolo, como si fuera la primera vez. Me pareció hermoso, y me dio mucha pena darme cuenta que esa, sería la última vez que lo vería de seguido.
Siempre quise irme, viajar, vivir en otros lugares. Pero cuánto cuesta desprenderse de lo que una ama...
Ahora siento que mi hogar está en muchos lugares y que mi familia crece con los años y mis viajes.  Una se acostumbra a la soledad, a la distancia. Pese a todo, nunca he visto tanta belleza como aquel día, cuando el cielo de mi pueblo, se despedía de mí. 
A veces sueño que tengo 7 años y me duermo en el regazo de mi madre, agotada, sintiendo la vibración de su pecho en mi oreja, tanta calma. Sueño también con mi padre, escuchando música en la salita, con el olor de los vinilos amontonados, sonriendo, con su mente en otro lugar.  Veo a mi hermano, corriendo tras de mí en un parque, con sus gafitas gritando mi nombre.
Al fondo se escuchan las campanas de la iglesia, alguien se casa o se marcha para siempre.
Intento no pensar en ello, me pone triste. Vivo mi vida sin plantearme todo el tiempo que paso alejado de ellos. Las horas que me estoy perdiendo de estar a su lado.
A veces lloro, me da mucha pena pensar en esos recuerdos que no voy a volver a sentir nunca. Me aferro a ellos, como si fueran mi sustento para seguir caminando.
En ellos también salen mis abuelos, mis primos y mis tíos, mis amigas... aquellas que me hicieron llorar y las que se convirtieron en mis hermanas.
Siempre pensé que si alguna vez tenía hijos, me gustaría darles la misma infancia que tuve yo, en los mismos lugares, con las mismas personas. Pero hay cosas que ya nunca volverán. Mi pueblo cambia, cada año que voy está más diferente, más moderno, y más lejos de lo que fui. Algunos lugares donde jugué ya no existen, el “progreso” se los comió sustituyéndolos por edificios, supermercados o estacionamientos.
Ya no están algunas personas a las que amé, y que me hicieron tal y como soy ahora. Tradiciones que se desvanecen con el tiempo y costumbres que quedan en el olvido.
Sé que no podría darles una vida como la que tuve. Al menos, me hace feliz pensar que ahora son dos culturas hermosas las que puedo transmitirles, dos idiomas ancestrales que enseñarles y a las que aprender a amar.
Solo sé que quiero una vida tranquila, sin ciudades grandes, atascos ni humo. Sin supermercados ni grandes tiendas, sin  televisión. Yo no necesité nada de eso de niña, y ningún niño debería necesitarlo tampoco.
Quiero trabajar la tierra con mis manos, como hicieron mis antepasados. Luchar para que no desaparezca la tradición de mi familia con los abanicos, aunque sea la última en intentarlo. Quiero hablar mi idioma, no me importa hacerlo mal, pero quiero escucharlo en mis hijos.
A veces me pongo triste, pero esta es la vida que decidí tener. No me arrepiento.
Perú es ahora mi hogar también, pero una piedra más en el largo camino que me queda por recorrer. El pasado, mis recuerdos, me dan fuerzas para seguir, amo lo que soy ahora, y amo lo que fui. 

A.Benlloch