lunes, 19 de julio de 2010

Abraham

Abraham tiene 47 años, aunque parece de 70. Su vieja bicicleta le acompaña a todos lados. En la plaza de Chiclayo se acerca a nosotros y se pone a conversar. Así es como le conocemos.
Hablamos de diferentes cosas hasta que me pregunta si creo en Dios. El dice que lo sintió caminar a su lado en la selva, cuando se escondía de día y caminaba de noche.
Tras una intensa conversación sobre la biblia y sus interpretaciones, nos cuenta su historia a tirones que prefiere no recordar.
"Yo hice cosas malas" admite. "Cuando la gente solo quiere una bolsa de arroz o azúcar es capaz de cualquier cosa. Cuando pruebas el dinero, olvidas a Dios por completo".
Nos cuenta que vivió en la selva, que como mucha gente allí, terminó en el negocio de la droga. "Tenía sacos negros de dólares enterrados".
Era líder en una pequeña comunidad cerca a Tingo María. Entonces llegó Sendero Luminoso, le obligaron a representar a Sendero en ese lugar. Se negó, lo maniataron y lo subieron al monte.
Allí arriba, junto a otros dos pobres diablos esperaron al carnicero. Un tiro en la cabeza y al foso de los muertos. Nadie nunca más sabría de él.
"Rogué al señor que me perdonara, que igual que llegué sin nada me dejara ir. Ya no quería mi dinero, solo seguir viviendo".
No sabe cómo, escapó. Se lanzó ladera abajo rodando con las manos atadas. llegó de cabeza al suelo y entre los cadáveres, víctimas de Sendero, se escondió para no ser encontrado.
Aún recueda los gritos al fondo "Uno se escapó!".
Pasaron días, semanas en la selva, no sabe el tiempo exacto. De día escondido para no ser encontrado. De noche caminando.
Estaba seguro que de esa ya no salía, la selva, es un lugar hostil y peligroso si no la conoces ni la respetas. Si no era devorado por un animal, era consumido por su propia hambre.
No sabe como, logró salir con vida.
Ya no confíaba en nadie. La gente le causaba terror y desconfianza.
Sus cansados ojos marrones brillan al recordar su historia. Cada arruga exalta el sufrimiento de los años en su rostro.
Ahora, no puedo debatirle que Dios no le acompañó esos días.
Se levanta, y apunta nuestros nombres en una vieja libretita que le acompaña.
Lo vemos partir, y a nosotros se nos queda un sabor amargo con su historia. Me pregunto cuan fácil puede ser superar eso y seguir adelante.
A lo lejos nos mira por última vez y sonríe. Ahora se cuan agradecido está de seguir vivo.

A.Benlloch

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