viernes, 26 de noviembre de 2010


En otra vida fui marinero

Hoy descubrí que en otra vida fui un marino. Pasaba mis días sobre un bote de madera, surcando mares y océanos de todo el planeta.
No sé si me especialicé en la piratería, si fui un corsario asesino o un soldado de la corona.
Me gusta creer que sólo fui un aventurero en busca de fortuna.
En mi carta salió un estrella, la estrella que guía a los marinos. Y bajo ella decía -Viajando-.
"Estás condenada al viaje" me dice.
Mi corazón se agita y reclama libertad a cada instante, como un alma errante que examina el mundo, siempre inquieta, buscando.
Quizá por eso mi necesidad de mar, sentir su brisa y su olor a sal llenando mis pulmones. Quizá por eso nunca me mareé sobre un barco, porque mi espíritu ya estaba acostumbrado.
Fuí varón, también me salió en la carta. No me imagino barrigón, peludo y maloliente. Sé que fui un soñador, rapaz con ojo avizor, soliario, tenaz y obstinado.
En mis cartas salió un princesa, y un rey bastante enfadado.
Según parece, me enamoré perdidamente de su belleza, pusieron precio a mi cabeza.
Pasé la vida huyendo.
Fui un prófugo de la justicia, por eso ahora no puedo estar quieta. Dice que mi alma es fugitiva y así se explica mi apuro en la vida.
Fui un marinero que conoció el mundo entero, mi vida pasó entre navíos, mareas y puertos.
Mi piel se curtió por el sol, y mis manos eran ásperas y fuertes.
Luché en batallas justas, viví con los pigmeos en la selva y conocí a grandes personajes de la historia. Mi vida entera fue una aventura.
Ahora ya se de donde vengo, o al menos, es lindo creer que fui como los protegonistas, de mis novelas favoritas.
Ese fui yo. Marinero, soñador y aventurero.

A.Benlloch

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Miedo

Siempre pequé de ser excesivamente confiada, o al menos, es lo que me han repetido desde que tengo memoria. “No hables con extraños, mira bien con quien te mueves, no te fíes de nadie”.
De adolescente, infringí todas las leyes de los padres: Me subí a coches de extraños, hablé siempre con todo el mundo, fuí a lugares desconocidos donde me quedé con gente desconocida y por qué no, acepté caramelos de cualquier persona amable que se me acercara.
No digo que lo que hice estuvo bien, pero tuve la suerte de que nunca me pasó nada y quizá eso, me llevo a convertirme en excesivamente confiada. Aunque confiada o ingenua, siempre tuve mis límitaciones.
Cuando llegué a Lima me hablaron de la violencia y del peligro. Entre otras cosas, el peligro de subir a un taxi. Acá, a diferencia de otros países, cualquier persona puede manejar un taxi. Es más, las “licencias” las encuentras por 20 soles en el centro. Así que de un modo u otro te pasas el tiempo infringiendo la ley de cuando eras niño “nunca te subas con extraños”.
Todos los días quieras o no, te subes a un taxi exponiendo tu vida. No hay nada ni nadie, que te asegure que llegarás sana y salva a tu destino. Aún así, malas personas hay en todos los lugares del mundo, y uno, lógicamente, nunca piensa, que nos vaya a tocar a nosotros.
Nunca hasta ahora había vivido una situación de violencia en mi propio cuerpo. Ahora, se lo que sienten muchos cuando hablan del miedo. No hay peor sentimiento. Pero aún es peor, acostumbrarse a ello. En Lima, es normal tener miedo, si no lo tienes, estas muerto.
A mi no me gusta vivir con miedo, ¿a quién si? Yo nunca lo tuve, hasta ahora. Después de que un taxi nos raptara para que dos asaltantes compiches que le estaban esperando nos golpearan armados y de la forma más violenta posible nos robaran y nos dejaran psicologicamente hechos una mierda, ahora, si se lo que es tener miedo de verdad.
Otras veces sentí miedo: miedo a la oscuridad, miedo por una película, miedo a lo desconocido, miedo a una noticia triste, miedo a la pérdida de algo o alguien amado, miedo incluso a la verdad… pero este miedo, el miedo que genera la violencia, que genera la incomprensión, el miedo donde violan tu derecho a la vida misma. Ese, es un miedo inexplicable.
Yo no puedo sacar de mi mente la mirada de aquel tío que armado con un punzón se abalanzó sobre mí. Casi no puedo recordar su rostro, ni lo que llevaba puesto… solo tengo su mirada, acercándose desde fuera y abriendo la puerta del carro, como en una película vieja que se repite una y otra vez por mi memoria, sin dejar de atormentarme. Cuando ves una mirada así, te das cuenta de lo poco que vales para esa persona.
No es justo caminar por las calles y agachar la cabeza intentado pasar desapercibida, no es justo que como mujer, tenga que taparme porque ir sin chaqueta me expone a miradas desagradables, no es justo que a cierta hora no pueda ir por la calle porque soy carnada fácil de asaltantes o violadores. Tampoco que no pueda hablar ciertas verdades porque mis palabras puedan molestar a otros y exponerme, y no es justo que ahora, cada vez que miro a un taxista desde fuera, dude de su confianza como ser humano, piense lo peor de él o tenga terror de subirme a su carro.
Conocí a personas que apendieron a vivir escuchando tiros bajo su casa, sabiendo que una bala perdida o unas zapatillas llamativas podían quitarle la vida. Conocí a mujeres que aprendieron a vivir con el recuerdo de unas manos sucias tocando su entrepierna o tapando su boca mientras el mundo se derrumbaba con ellas. Conocí a personas que tuvieron que aprender a soportar las amenazas de aquellos que quieren quitarles sus tierras. He visto el terror en todas sus caras. Pero viven con ello y se adaptan.
Yo no quiero vivir así, con miedo. Nací en entre naranjas, petardos y tardes en la plaza.
La realidad también es otra, además de los abrazos y el cariño, también el mundo es un lugar jodido. Pese a todo, no quiero perder eso que siempre fue parte de mi, la ingenuidad de un mundo bueno y hermoso, habitado por gente llena de amor, pero sobre todo, no quiero aprender a vivir con miedo.

A.Benlloch

lunes, 15 de noviembre de 2010


Los reyes magos no existen

No me gusta la navidad. Es más, la detesto. Me saca de quicio empezar a escuchar los dichosos villancicos dos meses antes de que empiece toda la parafernalia. Los centros comerciales rebosantes de muñecos de papa Noel bailando con caras desquiciadas que me causan pesadillas, árboles con lucecitas que no dejan de repetir las mimas canciones una y otra vez. Bombardeos constantes de comerciales en televisión con juguetes cada vez más sofisticados (y mas caros). La gente como loca gastando dinero en cosas absurdas que regalar, y que luego quedan olvidadas en el armario.
Pero lo peor es, que resistirse a todo esto conlleva sentirte mal por ser la única en la familia que no ha comprado regalos para todos. Por mucho que defiendas tu posición, terminas quedando como una tacaña.
Lo que está claro, es que la navidad esta hecha para los niños… ignorantes y rebosantes de felicidad por toda la magia que desprende esta época del año, cuando eres niño, te importa un pito que naciera Jesús en esos días. Y quien chucha era Jesús para nosotros?
Yo recuerdo las navidades de mi infancia como los momentos mas mágicos del año, unos días que esperabas ansiosa durante 11 largos meses. Caminar por las calles iluminadas con luces de colores, cantar villancicos por las casas, los fiestones familiares el día de nochebuena con bailes y sorpresas, las ferias navideñas, los mercados, los disfraces, las comilonas, las matasuegras de año nuevo, el olor de las castañas asadas… pero lo mejor, sin duda, la noche de reyes.
Durante todo el año preparabas tu carta a los reyes magos, pocas veces tachando algo, pero siempre añadiendo mas cosas a medida que se acercaba el gran día.
Detrás tuyo los comentarios de los mayores siempre advirtiendo “si no te portas bien no te traerán nada los reyes más que carbón”. Uno no se da cuenta de cuan traumático puede ser para un niño pensar que hay unos seres que siempre te están vigilando y que siguen todos tus pasos.
Pese a todo, los reyes magos eran los seres mas mágicos y sobrenaturales que existían sobre la faz de la tierra. Tres extraños seres inmortales, que en una noche podían viajar por todo el globo terrestre entrando una por una a todas las casas, sin ser nunca vistos y dejar regalos que sacaban de una bolsa interminable.
Aunque ser niño e ignorante, no significaba ser imbécil. Cuando les preguntaba a lo mayores porque si los reyes eran tan mágicos y llevaban regalos para todos, habían tantos niños en el mundo que no tenían juguetes. No recuerdo una sola respuesta coherente a mis cuestionamientos.
La emoción de esos días y la espera incesante de la noche más mágica de todos los niños me hacía olvidar cualquier pregunta o duda que surgiera al respecto.
Nunca creí que esos reyes disfrazados en la plaza del pueblo sobre los que te sentabas, fueran los verdaderos magos. A leguas distinguías la barba postiza y el carbón de la cara de un blanco que fingía ser Baltasar, por cierto, mi rey favorito.
La noche del día 5 los nervios no me dejaban dormir, me metía en la cama junto a mi hermano y ansiosos, esperábamos que llegara la mañana del 6 para ver la sala colmada en regalos.
Los zapatos bajo el árbol, nunca supe para qué, un cuenco con agua para los camellos, galletas y leche para que los cansados y exhaustos reyes recuperaran fuerzas.
Al final el sueño me vencía por mucho que quisiera ser partícipe de su llegada.
Recuerdo las mañanas temprano, mi hermano y yo nos despertábamos de un salto y corríamos por el pasillo hasta donde se encontraban todas nuestras esperanzas. Un montón de regalos de todos los tamaños, con nuestros nombres dibujados “para Alba de Baltasar” en unas letras alargadas como las de un rey verdadero.
“Ya vinieron los reyes!” Gritábamos. Y ahí empezaba la mejor tarea de todas, romper a tirones el papel y empezar a vislumbrar las primeras letras de la caja donde aguardaba tu ansiado regalo.
Fueron buenas épocas aquellas… la navidad era maravillosa.
A los 8 años, mi vida dio un giro inesperado. Toda la magia, la inocencia que me había acompañado por años se vio de pronto pisoteada por el comentario desafortunada de una niña malcriada y sin corazón.
“Los reyes magos no existen, son nuestros padres los que dejan los regalos” aún recuerdo perfectamente el lugar donde me hizo partícipe de esa confesión tan terrible. No podía creerlo, discutí con ella con lágrimas de rabia en mis ojos justificando sus explicaciones en que ellos eran mágicos y con la magia todo se puede.
Pero los niños son demasiado inteligentes, me gusta pensar que en aquel entonces yo también lo era. Sentada sobre mi pelota de baloncesto, mi hermano, que para entonces ya hacía tiempo había pasado por esta traumática etapa, y mi madre, se encontraban en mi habitación. Tras dudarlo y pensarlo con detenimiento, me hice el ánimo y terminé preguntándole “mamá, es cierto que los reyes magos son los padres?” recuerdo como quedaron de pronto en silencio, mirándose entre ellos y balbuceando. Su primera reacción fue negarme lo evidente, pero ya poco podía hacer para devolverme la maravillosa ignorancia que me había colmado de felicidad todos estos años.
“Bueno, algún día debías enterarte, así es, los reyes magos no existen cariño, somos los papas”.
En ese momento sentí que una parte de mi infancia quedaba atrás y se alejaba de mi de la forma más dolorosa posible. Toda mi vida había sido un fraude. Los reyes magos, el ratoncito Pérez, David el gnomo… todos eran parte de una confabulación inexistente de la que ya nunca más iba a formar parte.
Darme cuenta de que ya no iba a ser inocente nunca más me rompió el corazón. Se que mis padres estaban felices al saber que ya no tendrían excusa para decir “no hijita ese regalo no que es muy caro y los papas no lo podemos pagar” claro, como ya no eran reyes, y mucho menos mágicos, terminaban por regalarte una imitación barata de lo que habías escrito en tu carta, ahora limitada a tres regalos por año.
Enterarme de esa verdad fue realmente desolador. Ya nunca más volví a ver la navidad tan mágica y misteriosa.
Con los años fue peor. Las tiendas, el dinero, la publicidad… lo más doloroso, era ver como el mercado se aprovechaba de los sueños y la ilusión de estos niños para exprimir económicamente a los padres.
Ahora se todo el esfuerzo que durante todo ese tiempo, tuvieron que hacer mis padres pidiendo prestamos para contribuir en la felicidad de unos niños que por años, creyeron ciegamente en el poder de la magia, la fantasía y la ilusión de una idea.
Sí, de hecho no me gusta la navidad, pero me encanta ver a esos enanos felices esperando ansiosos la noche con la que tanto han soñado.

A.Benlloch