lunes, 2 de julio de 2012


Mi tierra llora mientras otros celebran

La impotencia es el profundo e inconsolable dolor emocional que resulta de no poder remediar una situación desagradable, así dicen los expertos. Esa es la palabra que sale de mi boca en estos momentos, cuando desde la distancia solo puedo presenciar el tremendo desastre y las horribles circunstancias que se están dando en mi tierra, sin poder hacer nada al respecto. 
La primera imagen que vuelve a mi cabeza es aquella en la que tengo 10 años, estoy con dos amigas en el techo de la casa en Montanejos. Es julio y hace mucha calor. A lo lejos, nunca tan lejos, las llamaradas golpean fuerte a nuestros pinos. Los animales de la granja, bajan aterrados por el camino, hasta el pueblo, donde son puestos a salvo los que logran sobrevivir.
El río se cubre de cenizas y el cielo se torna gris oscuro, como si una amenazadora tormenta estuviera por derramar sus redentoras lluvias, que por cierto nunca llegan.
Las tres en silencio presenciamos afligidas como nuestras montañas, nuestras rocas y arbolitos avanzan calcinados, como los grillos bocean con gritos desgarradores y los gorriones huyen despavoridos sin poder salvar a las crías que aún no aprendieron a volar. 
Ese día las tres lloramos, en silencio. El dolor de una tierra que arde y sufre es el dolor de los que aman la vida. Esa era nuestra casa, esos eran nuestros bosques, tan solo quedaron montones de cadáveres carbonizados.
Ahora, solo veo por internet o televisión lo que mi tierra está sufriendo. Tantos veranos lo mismo… pero esta vez el dolor es mas fuerte. Veo como mi monte sufre, como mi amada tierra de árboles amarillos desaparece bajo la ineficacia de un gobierno que celebra los goles de una equipo que juega bajo una estúpida bandera. Siento una tremenda impotencia mientras presencio como algunos celebran con las caras pintadas de amarillo y rojo, mientras los bosques se queman.
Mi casa sufre, y yo sufro con ella. Los responsables de la tragedia son puestos en libertad bajo la pena de una palmadita en la espalda y un suave “no vuelva a hacerlo por favor”.
Mientras los valientes se adentran en las brasas intentando salvar lo que queda, la Generalitat presidida por corruptos pendencieros se frota las manos con acuerdos ilícitos de construcciones donde antes habían bosques.
Aquellos que lucharon por mantener los pueblos, la vida en comunidad que con el desgarrador progreso de las ciudades y lo “moderno” van desapareciendo, perdieron todo. Los pijos valencianos descansan tranquilos en sus casas como si esto no fuera con ellos.
Lloro, lloro por mi tierra, por mis hermosas montañas y huertas infinitas. Lloro por la nostalgia del romero, la manzanilla y el tomillo. Lloro porque con el fuego se va parte de lo que fue mi abuelo, mi padre, mi hermano y lo que yo he sido. Parte de sus hojas, parte de sus bichos, parte de una tierra seca y fuerte que lucha contra los que se empeñan en desaparecerla.
Más de 50.000 hectáreas desaparecidas bajo el avance incontrolado del fuego. Mi hermoso campo, calcinado y enterrado, desgracia de la incompetencia estar del ser humano.
Españoles fraudulentos que celebran la victoria ficticia y pagada de nuestros bolsillos. Que vergüenza me dan… españoletes sin sentido, sin corazón ni alma por lo que de verdad importa, que es la tierra, que es el agua, que son los animales que viven en ella. Nosotros, humanos malditos que anteponemos nuestros placeres absurdos a la tierra.
Gracias infinitas a los que están dando su vida por salvar la nuestra. A aquellos que no se rinden, que ante las injustas actuaciones de un gobierno soliviantado por seres inhumanos siguen luchando, trabajando. Esos son los que merecen la pena, y no aquellos que con mentiras se tiñen los rostros de unos colores que no nos representaron en la guerra, ni en la dictadura ni en la mal llamada democracia que vivimos. 

A.Benlloch

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