Mujeres coraje
Cuanto mas camino por Perú, mas me doy cuenta que este, es
un país de mujeres.
Desafortunadamente el machismo y imperante en todos los
estratos sociales opaca la imagen de la mujer como sujeto importantísimo en los
acontecimientos de las comunidades.
Así lo vi en Cajamarca, en Pucallpa, en todos los pueblos y ciudades por los que caminé en esta tierra y ahora también en Lima.
Este mes tuve la suerte de trabajar con algunas de estas
mujeres que en silencio, o mejor dicho, silenciadas por esta monstruosa ciudad
que a veces, no respeta a nadie, han sabido conseguir lo que se proponen y
hasta hoy, siguen luchando y dando todo de si sin esperar nada a cambio a nivel
personal. Piensan en el desarrollo de su comunidad para el bien de todas y
todos.
Estas mujeres tienen nombre y se llaman Norma, Bertha,
Ninfa, María Teresa, María Inés, Evelyn y Gertrudis. Ellas, solo son parte de
las millones de mujeres que en esta tierra trabajan y luchan sin esperar una placa con su nombre o un busto en su memoria.
Por eso hoy quería escribir para ellas, sobre ellas, porque
yo también soy mujer y al conocerlas, me
he sentido mas orgullosa aún de lo que soy, de lo que tengo y de lo que siento.
Pienso en las mujeres de mi familia. En mi mama y mis
abuelas. Que tales ovarios han tenido estas mujeres para llegar a donde han llegado. Parece que una mujer tiene que esforzarse siempre el doble que un
hombre desde que sale del utero de su madre.
Por eso somos mas fuertes.
Bertha y Norma viven en Nueva Jerusalen, me contaron cuando
tuvieron que dejar su tierra para llegar a esta ciudad. También María Teresa y
María Inés, fundadoras de Villa el Salvador. Ninfa salió huyendo de la
violencia política en Ayacucho, con el corazón hecho trizas y la esperanza por
los suelos. Evelyn es las más joven pero igual de fuerte que Ninfa, ambas, son
de San Juan, Pamplona Alta. Gertrudis no le teme a nada, la respetan en su
barrio, mas les vale a los choros, la Huerta Perdida queda a las
espalda de Lima, allá donde pocos se atreven a entrar y donde personas como
ella luchan para cambiar la idea equivocada que se tiene de su comunidad. Todas ellas han conseguido lo que ningún
hombre consiguió en años. La luz, el agua, el reconocimiento de los derechos de
las mujeres, la construccion de las
casas, el local comunal, el mejoramiento de los colegios, la posta
médica, los comedores populares, la crianza de los hijos tras nueve meses de
alimentarlo en sus panzas...
Ellas no van a las televisiones para alardear lo que
lograron, no se presentan a alcaldesas para obtener poderes, no roban ni miran
al de al lado para superarle, no son evidiosas ni maleantes. Viven en sus
casitas humildes, son modestas y alegres. Se sonrien cuando me cuentan de sus
logros a escondidas, las marchas hasta el congreso, cargando a los hijos en la
espalda. No quieren plata ni grandes placeres, mas que ver a sus hijos crecer
felices. Luchan por lo que es justo, no por reconocimieto, si no por
principios.
a medida que paso los días con ellas, las voy viendo mas
bellas, y es que la hermosura no está en la silicona, sino en las arrugas.
Me acuerdo de un mito ahaninka, donde dicen que el primer
ser humano que hubo en la tierra no fue hombre si no mujer, esa mujer se
llamaba Kaametza. A ellas y a todas las
mujeres de la tierra les regalo lo que es para mi, una de las historias mas
lindas que escuché en mi vida:
"Hace millones de
lunas, cuando la misma luna no era mas que un pedazo de tronco difunto, en ese
entonces todo era ceniza, la tierra todita era ceniza. La luz y las estrellas,
el aire mismo, los bosques, las cataratas, las rocas, los ríos, la lluvia, los
lagos pequeños y los que no tienen término, la salud y el tiempo, los animales
que se arrastran, que vuelan o caminan, los pedregales, las playas, todo lo que
existe ahora a su manera, según su condición, lo que podemos ver, lo que no
vemos, todo, era nada, y la nada, también era ceniza.
Así se hallaba el
mundo cuando en eso cayó un relámpago sobre un árbol de pomarrosa, la pomarrosa
era ceniza todavía, no era Pomarrosa.
De aquel árbol, de
aquella pomarrosa quemada y partida por el relámpago, así mismito brtó un lindo
animal que no tenía plumas, que no tenía escamas, que no tenía recuerdos. Y el
primer jefe brujo, que ya vivía en esa época aunque todavía carecía de cuerpo,
de todo carecía, disuelto en el aire, se sorprendió muchísimo y supo que ese
extraño y bello animal había sido la mejor obra de Pachakamáite, el padre dios
de los asháninka, hijo del sol mas alto, el sol de medio día.
Así el brujo decidió
llamar Kaametza a ese animal, que significa - la muy hermosa - .
Así fue que comenzó el
mundo con Kaametza, una mujer.
Ni bien brtó de la
Pomarrosa, ella empezó a buscar, buscaba y no sabía que... cuando una tarde,
ante un arroyo que también era ceniza, Kaametza fue a beber o a lavarse, y
cuando se agachó, un otorongo de espanto salió del bosque, negro, bramando.
Ella se quedó inmóvil, sin nisiquera asustarse. Todo era tarde y víspera en el
alma de Kaametza. No había palabras en nsu mente, ni nombre de ninguna cosa.
Pero gracias a ese conocer desconocido, sin conciencia, que hasta hoy poseemos,
Kaametza comprendió lo que debía hacer y esquivo al otorongo que saltaba sobre
ella con garras afiladas. Una y otra vez. Fue entonces cuando Kaametza
descubrió dentro de si un temor gigante, comprendió lo cerquita de la muerte. Y
sin pensarlo ni proponerse nada, arrancó un hueso de su cuerpo, se extrajo una
costilla, sin dolerse y sin sangre, no le quedó señal alguna en la piel, ni
herida abierta. Y empuñando su hueso, le sajó la garganta al otorongo.
Kaametza cayó de
rodillas luego de matar al otorongo, agradeciendo se postró en la arena de ceniza,
en la tercera orilla del río hecho ceniza y contempló el cuchilló que la había
ayudado. Con las manos lo levantó hacia su boca, lo acercó despacito besandolo,
diciendole cosas., lo acarició. El cuchillo no tenía sangre ni de Kaametza ni
del otorongo. Ella le dio las gracias con su aliento, con el cariño de su boca,
y entoces el hueso se encendió, tembló como los relámpagos que alumbran, y ella
lo soltó, como si le quemara en las manos. El hueso empezó a dar vueltas,
rehuyendose y creciendo, buscando aire, creciendo y pareciendose cada vez mas a
Kaametza, imitando sus brazos, sus ojos y su pelo. Buscando diferencias en el
aire, diferenciandose de lo idéntico de Kaametza y al final aquietándose sobre
la playa de ceniza, en lo oscuro, igualito y distinto de Kaametza.
Así fue que apareció
el varón. El brujo, testigo, observandolo todo desde el aire, decidió que era
bueno que el hombre acompañara a la mujer y que juntos que preocuparan
descendencia y le dio un nombre, Narowé, para que pudiese seguir existiendo,
que en ashaninka quiere decir - Yo soy el que soy -.
Kaametza cuidó de
Narowé hasta que este despertó, lo primero que miró el al desprenderse de la
nada fue a Kaametza, fue todo, el sol mirandolo. Pero eso pasó dentro de su
ánima, debajo de su corazón, porque fuera, todo seguia siendo ceniza.
Pudo distinguir bien
claro a Kaametza y ella lo recibió sabiendo todo.
Lo dejó entrar,
abriendose, sonando fuerte, todas las corrientes de su cuerpo fundidas en una
corriente yendo hacia atrás, regresando.
Abrazados, mejor mejor
que obedeciendose, Kaametza y Narowé fabricaron la vida. Todo limpio, todo sin
fronteras, la plenitud de sus cuerpos en sus lenguas recorriendose. Sobre la
sangre del otorongo negro conocieron el amor, se amaron, descubriendo la
tristeza y alegría de sus cuerpos. Juntos llegaron al placer. Y cuando gozaron,
exactamente en el instante en que ambos gozaron, ahí fue que en el mundo se
inventó la luz. Y todo, dejó de ser sombra, dejó de ser ceniza. ".
A.Benlloch
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