lunes, 18 de octubre de 2010


Bambamarca

De camino a Bambamarca pasamos por las minas. El paisaje va haciendose cada vez más áspero y los cerros se tornan ocres y rojos. En la combi, todos quedamos callados, observando silenciosos el vasto paisaje que se abre frente a nosotros, doloroso y amargo, como la falta de vida en la tierra desierta que han dejado las máquinas en busca del ansiado oro.
Hacemos una breve parada en Hualgayoc, un pueblo con una larga tradición minera. Dominante, un arco de bienvenida sostiene a sus lados las esculturas de dos mineros trabajando. Uno no llega a comprender del todo la extraña relación de amor que tienen estos pueblos con la minería.
Bajo sus suelos, descansa el oro más cotizado. Los monstruos quieren levantar sus tierras sacando de allí a sus pobladores. Arrebatándoles de sus hogares les mienten con una nueva ubicación con mayores oportunidades.
La gente, en su pleno derecho, no quiere moverse de sus viviendas. Ahí está su tierra, el lugar donde nacieron y donde han crecido sus hijos.
Como castigo por sus caprichos, la empresa minera sabotea al pueblo dejándoles sin agua y los mantiene sin energía. Con un grupo electrógeno prestado se apañan y cada mañana, ciudades como Bambamarca les mandan barreños de agua.
Llegamos de noche, el pueblo está lleno de vida. En la plaza la banda local ensaya sus canciones. Pronto empezarán las fiestas y pasacalles.
Una gran pileta sin agua se levanta ostentosa en su centro, y en los jardines, los arbustos forman figuras que nadie comprende.
Nos encontramos con muchos jóvenes campesinos que vienen de otras comunidades. Viven en la escuela tres días para poder ayudar en sus casas el resto de la semana.
La escuela es también su hogar. Allí aprenden a trabajar todos en comunidad, mientras unos labran la chacra, el resto limpia y alimenta los animales. Almuerzan todos juntos con los alimentos que ellos mismos recogen.
No solo aprenden matemáticas o historia, aprenden de la amistad y el respeto. Se ayudan y cuidan entre ellos. Se les enseña a escribir bien pero también un oficio que trabajan con sus manos. Por primera vez, vemos una educación que se adapta a las necesidades de su pueblo.
Aprendemos el arte de hacer sombreros. Vilma nos abre las puertas de su casa, todos en su familia trenzan, de generación en generación se transmiten los conocimientos de un trabajo que va más allá de las tradiciones.
Al principio nos confiesa que ya no quiere seguir los pasos de su familia. Cuando era niña le gustaba mucho trenzar, ahora, prefiere seguir estudiando sin tener que hacer más sombreros.
El documental es un proceso de busqueda en ella, el último día nos confiesa que ya no piensa igual. Sabe que estudiar no está desligado a trenzar. Ama la labor de su familia y lo que este complejo y hermoso arte representa para ella.
Nos cuentan que hay minas abandonadas en las cuencas de los ríos que se sigen contaminando con los residuos que desprenden estos pasivos ambientales. Ya no hay pescado del que alimentarse ni vida alguna en sus aguas. El río Llaucano tiene un color violeta, más abajo, se juntan los dos ríos que llegan hasta Bambamarca.
No salimos de nuestro asombro al ver los colores ficticios de estas aguas que abastecen a las comunidades. Los campesinos ya no saben como luchar.
“Hoy parece que está limpita el agua, aprovechamos ahorita para tomarla” me dicen, yo miro incrédula su color naranja.
No podemos evitar sentirnos extraños bajo el agua cada vez que nos bañamos. Como algo tan puro, puede causarnos tanto temor?
Mientras vemos como el pueblo sufre las consecuencias, las empresas de la Gran Minería siguen impunes en su política de arrasar las cabeceras de cuenca, los pueblos y sus riquezas.
Tras una intensa semana de intercambios y aprendizajes, se despiden de nosotros con canciones. Abrazamos a nuestros amigos, con la esperanza de encontrarnos de nuevo. Junto a ellos, dejamos todas nuestras energías y apoyo, en esta lucha llena de necesidad y búsqueda de justicia.

A.Benlloch

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