domingo, 6 de febrero de 2011


José y la espía


José era un campesino del valle de san Marcos, vivía sólo con su esposa en una pequeña casita de adobe con sus vaquitas y su chacra donde cultivaban para alimentarse.
José era otro líder comunitario, que como otros tantos, viajaba a San Marcos a menudo para seguir defendiendo a través de la palabra sus tierras.
Otros querían robárselas, sacar a los que como él, han vivido ahí toda su vida y venderlos por cuatro soles a cambio de unas tierras ricas en minerales por los que ser explotadas y destruídas.
Pero esta vez José estaba en el pueblo por otros motivos. Isabel su mujer, estaba enferma.
Nuestro primer encuentro no fue muy agradable. Imagino que cuando uno es mayor y ha visto todo lo que otros de piel clara y cabello claro le han hecho para intentar robarle, ya no puedes fiarte de ningún blanco.
Para José, yo era una espía. No se de qué, pero estoy segura que con ninguna buena finalidad. Nacida en un contienente rico, y no por sus tierras, sino por lo que es de otros.
Me acusó de ser espía, tener plata y querer robarles. Tres cosas que además se sumaron a la gran diferencia que entre ambos él decía existir.
“Peró José, igual no somos tan diefrentes como crees” le dije.
Como es un hombre sabio supo escuchar.
Le dije que mi familia, también era gente humilde. También fueron campesinos, artesanos… que de pronto, se vieron envueltos en una lucha que otros con fines propios organizaron, teniendo que cambiar el arado y el pincel por un fusil que nunca antes habían usado, salir al monte con unas viejas alpargatas roídas, con miedos y esperanzas de recuperar las tierras que habían sido suyas, el idioma que ahora les prohibian y la libertad que les estaban negando.
Le dije que yo nací en un país que roba, un país mentiroso y lleno de apariencias. Pero que también es ladrón de su propio pueblo y mentiroso con su propia gente. Y eso, es algo que pasa en todos los países incluso en el suyo.
Le dije que yo estaba ahí, y era quien era porque mis padres lucharon para ofrecerme una vida mejor que la que les tocó a ellos. Y que yo también luché por lo que creía y para llegar a alcanzar mis sueños.
Le dije que quizá nuestras pieles, tenían otro color y que nuestros ojos brillaban de diferente manera. Pero sin embargo, no éramos tan distintos como él creía.
Nuestras historias no eran tampoco iguales. Yo apoyo la lucha de José y señalo a aquellos que intentan acabar con la historia de estos campesinos. Quizá no desde su posición, pero haciendo lo que puedo desde el papel que me tocó en este mundo.
Antes de irme de San Marcos, José me dio un abrazo y me llamó compañera. Su sonrisa no fue un perdón, ni un lo siento por la desconfianza. Simplemente, fue la conexión de dos mundos lejanos y aparentemente diferentes que se cruzan, que comparten y se apoyan.


A.Benlloch

4 comentarios:

  1. perfecto, a mi me encanto... jose miguel

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  2. Me alegro mucho que te gustara! :D

    Alba.

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  3. Qué texto tan hermoso.

    Un abrazo.

    Adriań.

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  4. alba, que lleno de, de algo muy especial que no se definir, que lleno de eso,.... se quedaría Jose después de hablar contigo.
    Es reconfortante leer tan bellos textos, brevitos y a la vez tan intensos.
    t´estime. Moltet

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