jueves, 14 de julio de 2011


La historia de mi familia


Todas las familias tienen una historia. La mía también.
No hace mucho me enteré de que mi tatarabuela era monja y se enamoró de mi tatarabuelo cuando éste fue al convento para hacer algunos arreglos de carpintería. Los dos se fugaron juntos una noche y de ese fugitivo amor nacieron nada menos que 13 hijos.
Mi bisabuelo aprendió a pintar siendo un niño, como antiguamente se aprendían los oficios y cuando no había alimento para todos, mi bisabuelo dormía y trabajaba en el taller de un reconocido artista como aprendiz.
Con la edad suficiente empezó su propio negocio; los abanicos. Oficio que alternaba con los cuadros, la poesía y el teatro.
Tras casarse y tener otra docena de hijos, estalló la Guerra Civil en España. Mi bisabuelo, que también entonces era Juez de paz, fue condenado a seis años de prisión el 7 de abril de 1940 por el delito de "Auxilio a la Rebelión Republicana, pena impuesta en Consejo de Guerra". Tan solo cumplió un par de años y lo dejaron en libertad condicional teniendo que presentarse ante el juzgado de Valencia cada poco tiempo. Cuentan que un señor muy conocido (no saben su nombre) y que en aquel entonces gozaba de prestigio y mucho dinero, se enamoró de los cuadros de mi bisabuelo y quiso llevárselo a Cuba, pero el se negó.
Mi abuelo, como la mayoría de sus hermanos aprendieron y cosecharon el amor por el arte.
El negocio de los abanicos pasó a convertirse en una tradición familiar que durante tres generaciones llenó las casas de mi familia de pan que comer y amor por la pintura.
Godella, el pueblo donde se asentaron mis tatarabuelos y donde crecí se jacta de ser un pueblo de artistas, músicos, escritores y pintores.
Pinazo y Sorolla se enamoraron de esta aldea de tejados azules y huertas infinitas. Donde la brisa del Mediterráneo baña sus bosques amarillos y al caer la tarde se siente el aroma del jazmín y los naranjos.
Dicen también que las mujeres godellenses son las mas bonitas de Valencia "de ulls clars y llavis vermells, palometes de colors repletes, entre roses y clavells".
Al menos así las describió mi bisabuelo en uno de sus poemas.
Mi hermano, mis primos y yo, somos los responsables de que los abanicos mueran en nuestros padres. Determinados también por un mundo donde la artesanía ya no te da de comer y la vida es tan rápida que no queda tiempo para los trabajosos adornos de los palmitos, las florecitas de colores y los infinitos detalles que visten sus telas y barillas.
De niña pensaba que todo el mundo en sus casas también tenía un taller donde jugaba con la pintura, con los platos amontonados llenos de manchas de colores o los pinceles alborotados y secos por el tiempo.
Pero como dije, cada familia tiene su historia.
Yo no quiero que la mía termine aquí, sino que de un salto hacia lo desconocido. Detrás mío llevo el aprendizaje de mi familia, su esfuerzo, su lucha y su rebeldía. En mi necesidad de expresarme, de aprender y plasmar lo que veo está la sangre se mi tatarabuela, mi bisabuelo y mi abuelo. Yo también soy parte de un relato que recién empieza y que mis padres me dieron la oportunidad de continuar.
Quizá los abanicos ya no sean parte de mi historia, pero habrán otras muchas que contar.


A.Benlloch

1 comentario:

  1. bueeee..... que familia mas prolifica ... en vastagos y en arte....
    sigue, ...sigue...

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