domingo, 11 de septiembre de 2011

Soy inmigrante


Son muchos los motivos por los que uno se convirte en emigrante. Muchas veces es la necesidad lo que nos lleva a alejarnos del lugar que nos vio nacer, mayormente para satisfacer las carencias económicas generadas por la pobreza, el desempleo y otros factores como la precariedad laboral. Pero hay también otros agentes de movilidad que tienen que ver con la búsqueda personal.
La historia de la humanidad ha ido de la mano con los movimientos migratorios. Los procesos de movilidad humana, sus causas, sus impactos y sus consecuencias han generado modificaciones en el equilibrio de todos los países y lugares de destino, tanto económicamente como espiritual y culturalmente.
Entonces, la historia de nuestros pueblos, nuestras ciudades y países está escrita y condicionada por estos flujos migratorios que nos han dado la riqueza cultural y filosófica de la que hoy gozamos como seres humanos.
El rechazo de muchos de estos países a las olas migratorias por lo tanto, no puede dejar de parecerme absurdo, incomprensible y egoísta.
Yo nací en Valencia, una ciudad de España al Este de la península y bañada por el Mediterráneo. Solo unos 400 km nos separan del continente africano y unos 9700 km de Perú, el lugar que en actualidad se ha convertido en mi hogar.
En Valencia, como en cualquier comunidad independientemente de su ubicación, su etnia o sus condiciones, tenemos una cultura que asumimos y reconocemos como propia, un idioma con el que nos comunicamos las 5.111.706 personas que sabemos hablarlo y unas costumbres que aunque poco o de manera diferente se siguen practicando.
La historia de Valencia y de España, tiene sus raíces en las influencias que los diferentes pueblos han dejado en su paso por la península; iberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, árabes… Así que no logro comprender, o quizá se me escapa el por qué de los motivos que llevan a algunas personas a rechazar, odiar y criticar la inmigración y la acusan de ser la causante de una pérdida de valores y costumbres que tanto asumimos como propios. Si nuestra propia cultura es un revuelto de lo que fueron millones de seres humanos que pasaron por estas tierras y que hoy, siguen nutriéndola y completándola.
Quizá más bien, lo que somos y quienes somos se lo debemos precisamente a estas personas errantes, gracias a las cuales podemos escribir hoy sobre nuestra historia, sobre como llegamos aquí y a donde vamos.
Hace unos años que llegué a este continente que pese a las dificultades y diferencias siempre me arropó como a una hija. Lo que está claro es que estemos donde estemos, el ser humano siempre va a sentir un poco de recelo cuando algún extranjero llega a su casa. Es comprensible. Después de ver como son preciamente los extranjeros quienes explotan estas tierras, contaminan sus ríos y roban lo que por derecho les pertenece.
Es chocante y maravilloso conocer las diferencias que existen con otros pueblos, pero una de las cosas que más me sorprenden cuando me topo con personas de otras culturas, razas y condiciones, es comprobar la infinita cantidad de similitudes que tenemos.
Al final uno se da cuenta, de que todos tenemos la misma esencia. Somos seres vivos, inteligentes y fascinantes. Alegría, tristeza, rabia, miedo, amor… son emociones y sentimientos que todos, independientemente de donde vengamos, tenemos y compartimos. Por eso nuestras diferencias, solo pueden enriquecernos.
A veces pienso, que crear odios, rencor, desprecio a otros que consideramos “diferentes” a nosotros, es lo que con tanto empeño han logrado inculcarnos los gobiernos, el poder o los medios. Porque como se sabe y se ha demostrado en la historia, la unión del pueblo puede ser demasiado peligrosa.


A.Benlloch

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