Crisis económica, crisis existencial
Me fui de España cuando el 15m estaba en su pleno auge. Las acampadas, las comisiones, las asambleas, las marchas y movilizaciones, las actividades culturales, artísticas y de acción contra los desahucios… una maravillosa transformación de la sociedad española, valenciana en este caso, donde por fin, millones de personas salían a las calles a protestar contra el sistema establecido. Entonces tuve que regresarme a Perú.
Me fui de España cuando el 15m estaba en su pleno auge. Las acampadas, las comisiones, las asambleas, las marchas y movilizaciones, las actividades culturales, artísticas y de acción contra los desahucios… una maravillosa transformación de la sociedad española, valenciana en este caso, donde por fin, millones de personas salían a las calles a protestar contra el sistema establecido. Entonces tuve que regresarme a Perú.
Poco después sucedió la primavera valenciana. Los jóvenes de
los institutos públicos, en concreto del Luis Vives en Valencia, salieron a las
calles de la ciudad protestando pacíficamente contra los recortes en educación.
Arremetidos brutalmente por los antidisturbios, valientes montoneros que
cargaron contra niños armados con libros. Se armó de nuevo. Universidades y
colectivos, padres y madres, salieron a las calles apoyando a los jóvenes que
estaban siendo ferozmente agredidos.
Fueron meses de tensión, de lucha, de incredulidad ante lo
que estaba sucediendo. Todos sabemos cómo actúan los antidisturbios, cual es su
papel precisamente en las movilizaciones pacíficas, me voy a ahorrar los
detalles. Lo que personalmente ni yo ni muchas personas podíamos comprender en
ese momento, es que bajo el disfraz de robocop y tras la porra y el casco que
oculta su identidad, se esconden hombres de clase media, trabajadores, que
seguramente tienen familias, incluso, muchos de ellos, con hijos en las mismas
situaciones que los jóvenes del Luis Vives. Seres humanos que también se están viendo
afectados por las erróneas decisiones del Estado. Sin embargo, se convierten en
sus fieles secuaces, en los alentadores del poder, en las manos sucias de un
gobierno corrupto y podrido.
Llegó el verano en Valencia. Regresé cuando todo estaba más
o menos tranquilo. Digo mas o menos porque siempre hay pequeños grupos haciendo
ruido, actividades o planificando
acciones. Pero ni mucho menos lo que vi la ultima vez.
Ahora, la gente hablaba de la famosa crisis sin tanto resentimiento,
no se si acostumbrados, pero si como algo cotidiano, que está ahí, rondando las
cabezas de todos. Que casi se huele pero no se siente. Tras las fachadas neoclásicas
y los bares repletos de gente están los verdaderos afectados, esos que casi
resultan invisibles en los medios. Mas de cinco millones de parados en un país
donde la mayor parte de la población son personas de la tercera edad. Millones
de jóvenes estancados, perdidos, estudiando, aprendiendo idiomas o simplemente apáticos
en una sociedad que no les brinda oportunidades, que no los valora ni reconoce.
Muchos de ellos tomando el camino más fácil, huir de España.
Todo esto es cierto. Es terrible que la sociedad tenga que
llegar a límites como los que se vieron el 25 de septiembre alrededor del
Congreso. Que tengamos que permanecer absortos ante imágenes tan claras de
manipulación donde los mismos efectivos policiales que alguna vez juraron
defendernos, se visten de encapuchados y desarman una concentración pacífica convirtiéndola
en una batalla campal. Es lamentable que tengamos que pelear entre hermanos y
hermanas mientras toda la panda de sinvergüenzas se frotan las manos. Que el
pueblo se mate mientras ellos siguen disfrutando de beneficios que no se
merecen, que ningún ser humano se merece por encima de otro.
Acá en Perú ven la crisis de España como una crisis
primermundista. Y ciertamente es así.
Aunque me duela en lo más hondo de mi sangre valenciana, los
españoles tan solo salieron a las calles cuando sus bolsillos se vieron
verdaderamente afectados.
Claro que esto supone, no poder pagar las tres hipotecas que
tenías, no poder irte de vacaciones, no poder comprarte ropa más que en
rebajas.
Por supuesto que hay gente que ha sufrido mucho con la
crisis, personas que han perdido absolutamente todo lo que tenían, que de la
noche a la mañana se han visto en las calles, buscando en la basura y durmiendo
entre cartones porque el banco les quitó su negocio y su casa.
Pero no es la mayoría.
Cuando a veces las personas allá me hablan de la crisis exasperados,
llenos de cólera, a mi cabeza se vienen las imágenes de los niños y niñas de
Pamplona Alta, de las madres trabajadoras de Lomas, de San Juan y de los
jóvenes de Barrios Altos.
“Tú no sabes lo que es estar en crisis” pienso.
Lo que ha sufrido España, a mi parecer, es más una crisis
existencial que económica. Hace menos de cuarenta años que salimos de una
dictadura. Heredera de una de las guerras civiles más sangrientas y duras de la
historia. En estos años de “democracia”, progreso y crecimiento económico
desmesurado, las cosas en España han cambiado mucho, pero mucho.
Pienso en como vivieron mis abuelos, nuestros abuelos. No
puedo evitar sorprenderme al contarle a la gente que mi madre nació en una
cueva. Que los jóvenes de hace tan solo 30 años no conocían los celulares ni
las computadoras.
Las personas empezamos a asumir en España que el progreso
era estar acorde al consumo desmedido. Familias de clase media con sus
apartamentos en la playa, su casa de campo, un carro para cada miembro de la
familia, lavadora, secadora, lavavajillas, microondas, televisión de plasma
para el salón, televisión para la
cocina, televisión para el cuarto matrimonial y bueno va, televisión para el
niño que se entretenga. Comprar cualquier cosa, mientras había plata, o no la
hubiera, el banco te avalaba.
Está bien reconocer que los españoles hemos consumido como
bárbaros. Haciendo precisamente lo que los bancos y las empresas esperaban de
nosotros. Quizá engañados, engatusados por los ojos azules de la publicidad, hemos sido estafados, defraudados pero también tramposos y
descuidados.
La crisis, la famosa crisis que
lleva a los españoles de cabeza a supuesto en realidad un cambio de paradigma.
Una tremenda bofetada para aquellos que se habían dejado seducir irremediablemente
por el progreso. Ha sido quizás, una vuelta las tripas para darnos cuenta que
el camino que estábamos tomando no era el adecuado. Que nuestra forma de vida
consumista y egocéntrica es precisamente lo que tenemos que repudiar. Y sobre
todo, que el sistema político de falsa democracia que nos han vendido y hemos comprado, no es más que una absoluta
mentira.
Cualquier tipo de crisis puede ser
el acontecimiento más trascendental e importante que le pueda ocurrir a una
persona durante el transcurso de su vida. Si ésta es adecuadamente resuelta, le
permite a quien la sufre adquirir un sentido de auto-suficiencia moral y
personal que puede repercutir de modo favorable por el resto de su existencia.
Es precisamente lo que ha generado la crisis en España. Lo
vi en las asambleas y lo sigo viendo en los grupos de jóvenes y adultos que
están repudiando la vida que habían llevado hasta ahora y han comenzado a
generar cosas diferentes. Grupos de personas que han comenzado a repoblar los
pueblitos abandonados, a cultivar de manera orgánica, a intercambiar con el trueque.
Grupos de personas que han empezado a organizarse, a ocupar
viviendas deshabitadas para convertirlas en refugios de convivencia para
aquellos que han perdido sus casas. Grupos de personas que recogen las
descomunales cantidades de alimentos que se tiran en los restaurantes y
supermercados para repartirlos. Grupos de contención y apoyo a quienes van a
ser desalojados a la fuerza. Lo veo también en los jóvenes y profesores que
salen a las calles reclamando una educación gratita y de calidad, en las enfermeras
y trabajadores de salud que marchan contra los recortes en algo tan básico como
la vida, en los médicos que pese a las amenazas siguen atendiendo a cualquier
ser humano que lo requiera.
Hasta cierto punto, yo no creo que esta crisis haya sido lo
peor que le ha podido pasar a España, simplemente tenía que pasar. Gracias a
ella, hemos demostrado que si queremos, las personas podemos organizarnos,
apoyarnos y vivir de manera diferente a como sin darnos cuenta, nos han ido
imponiendo.
A.Benlloch
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