Mi abuelo
Sólo imaginaba como sería o como me podría llegar a sentir por lo que conocía de las películas, lo que había leído en los libros o lo que me habían contado. Pero nunca había visto uno con mis propios ojos y mucho menos lo había tocado.
La tarde que murió mi abuelo todos nos encontrábamos en su casa. Esperando, sin saber bien el qué. Sabíamos que su hora había llegado y realmente parecíamos preparados para ello.
Después de algo así te das cuenta que nunca estás preparado para perder a la gente que amas y mucho menos para despedirte de ellos.
Esa misma mañana hablé con él por última vez. Su rostro pálido de un tono azafranado, soportaba dos ojos rendidos que exhalaban dolor y casi suplicaban descanso. Parecía un esqueleto vestido con una piel rugosa que cubría sus huesos. Sus manos se sentían tibias por la débil vida que aún fluía por sus venas. Había sido una intensa semana de visitas, de besos, de palabras, de una despedida continua e inconsciente. "Eres el mejor abuelo del mundo" fue lo último que le dije. Mirándome con sus ojos aún brillantes de vitalidad, esa que le caracterizó toda su vida, solo pudo responderme con una sonrisa.
Al día siguiente tenía un examen de recuperación. Tal y como estaba la situación no había tenido mucho tiempo para estudiar y menos aún para concentrarme. Decidí irme a casa e intentar repasar un poco. Tenía una extraña sensación. Me sentía inquieta, notaba las tripas encogidas y el corazón desencajado. Ni siquiera fui capaz de leer las dos primeras líneas de mis apuntes. Sabía que algo no andaba bien. El teléfono de mi casa comenzó a sonar. No se por qué no me atreví a contestar. Solo me bastaron unos minutos. De pronto me vi corriendo desesperadamente hacia su casa. Sentía que el corazón se me salía del pecho. Me dolía la garganta al respirar por el esfuerzo. Tuve que parar unos instantes para recuperar el aliento. Una fuerte punzada empezó a dolerme en el costado del estómago. Apoyada sobre mis rodillas exhalaba el aire intentando recuperar mis fuerzas. Me sentía mareada por la carrera. Lloré.
Comencé de nuevo a correr pese a las fuertes punzadas en mi estómago y el dolor de mi garganta.
Cuando llegué, todos lloraban en la sala. Nadie me contaba que pasaba. "Tu abuelo está muy malito Alba, se muere"
Sabía que eso iba a ocurrir. Que tarde o temprano debía llegar este momento. Pero lo único que sentía era rabia, injusticia, unas ganas terribles de gritar.
"Sólo los hombres buenos se van" pensaba.
Uno a uno fue llegando el resto de mi familia. Recuerdo sus miradas de angustia, el desconsuelo de sus rostros. Entonces pasó. Durante unos instantes solo escuché los gritos de mi tío, llegaban desde el fondo del pasillo. Los gritos más dolorosos que escuché y escucharé nunca. Su vida al fin, se había apagado.
Al principio fui reacia a entrar en su habitación, pero mi madre me dijo que parecía dormido.
Así me despedí de él. Tumbado en su cama, su rostro desprendía una paz tan intensa que sentí el irremediable deseo de dejar de llorar. El tono de su piel era ahora de un amarillo intenso y sus labios descansaban serenos, firmes y rectos, como en el sueño más profundo.
Tomé su mano, ahora fría, entre mis dedos cálidos y húmedos por el calor de septiembre. Ya no sentía el fluir de la vida bajo su piel.
Le di el último beso en su huesuda mejilla y así le dejé, descansando en su cama, boca arriba, durmiendo como cualquier otra noche de su vida.
Se fue rodeado de su familia, lleno de amor, en su casa y en el pueblo que le había visto nacer y convertirse en quien era.
Esa fue la primera vez que vi a un muerto. Pero no me asusté ni sentí temor, se trataba de mi abuelo, profundamente dormido, y de camino al sueño más largo que tendría nunca.
A.Benlloch
Muy bueno, Alba.Aunque le cambiaria algunas cosas.
ResponderEliminar12 días
ResponderEliminarEscaleras azules de alambre
Incienso que se arruga
Con el zumbido del enjambre
Pasan noches sin días
En que los reptiles esclavos
Pasean sin nombre
Por las nubes de halagos
Que ríen sin dientes
Hay simas como babosas
Que hunden la ciudad
Donde se pasea afanosa
La pura vanidad
Los estómagos siempre duelen
Recuerda que el tiempo es tiempo
Y aunque las lagrimas se sequen
Después vendrá otro invierno
Solo los ojos permanecen
Las miradas nunca mueren
Pues hasta las manos que mecen
Se arrugan y se pierden.
Que precioso.... me ha encantado.... quien es niñobolsa?
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