El reconocimiento de mi propia violación
Acababa de cumplir 11 años, el tenía cuatro más que yo. Por
entonces, todo lo que sabía sobre sexo provenía de conversaciones inexpertas,
imágenes dispersas de besos robados o movimientos continuos bajo una sábana
pudorosa de alguna que otra película, las austeras clases sobre sexualidad en
la escuela y los primeros contactos con mi sexo dentro de una inmersión por
descubrir mi propia sexualidad.
Ese día se sentó a mi lado.
Lo que empezó como una conversación anecdótica sobre situaciones amorosas en los baños de su
instituto, se convirtió de pronto en una confesión explícita de encuentros
sexuales con sus compañeras durante las clases.
Si cierro los ojos y me concentro, aún puedo recordar el
nudo en mi estómago al leer la nota que dejó bajo mi blog de dibujo,
describiendo lo que pasaba en su cabeza cuando follaba con alguna compañera en
los baños del instituto y pensaba en lo que podría hacer conmigo.
La segunda vez ocurrió en una excursión junto a un grupo de
amigas. Un hombre apareció en silencio y se nos quedó mirando, se bajó los
pantalones y empezó a tocarse frente a nosotras.
No mucho después sucedió un episodio similar tras la huida
de un individuo, que durante largo rato nos custodió con su bicicleta para
sorprendernos desnudo y meneándose el miembro.
Lo curioso es, que la mayoría de niñas a esa edad, ya
habíamos sufrido constantemente episodios de violencia similares, casi hasta el
beneplácito de la sociedad. Como si fuera normal que una niña o mujer en algún
momento de su existencia, tuviera que encontrarse necesariamente envuelta en
una situación vulnerable con su cuerpo.
“La culpa es tuya por
vestir con faldas cortas y camisetas ajustadas”, “Si no te hubieras
desarrollado tan pronto…”, “La tetas es lo que tienen”, “Si no estuvieras tan
buena…”, “Llamas demasiado la atención”, “Eso te pasa por ser mujer”.
Siempre la culpa. Nuestra culpa.
Una culpa que se ve reflejada en nuestro desarrollo sexual
ligado desde niñas a sentimientos de vergüenza, disgusto, dolor y humillación.
Fueron tantos años los que creí realmente que estaba mal el
hecho de que mi cuerpo se desarrollara y los hombres empezaran a mirarme las
tetas, que durante mucho tiempo precinté mis pechos en desarrollo y usé ropas
anchas para esconderme de las miradas ajenas.
Después de estos primeros acontecimientos violentos durante
mi infancia y adolescencia, llegaron otros cientos con los que tuve que lidiar
día tras día, aprendiendo a sobrevivir con miedo, impotencia y desconfianza,
hacia un mundo que nos enseñaba que ser mujer, era necesariamente estar
expuesta a miradas, toqueteos, palabras obscenas, insultos, golpes, burlas,
abusos y violencia.
Alguna vez creí que las obscenidades con las que tenía que
enfrentarme en la calle eran algo inevitable, común, un clásico que los hombres
dicen a las mujeres. Pese a que la mayoría de veces me hacían sentir mal, sucia
y asqueada.
No fue hasta muchos años después que empecé a contestar a
las guarradas callejeras o a las miradas obscenas. En una ocasión un sujeto
alentó a sus dos perros a morderme tras reaccionar ante un comentario sobre mi
culo, otras veces he tenido que aguantar las risas y burlas de los tipos frente
a mis protestas y cólera. Pero reconozco que aún hoy, muchas veces, me callo,
camino y me largo; por asco, por indiferencia, por cobarde o por miedo.
Solo hace unos pocos meses que reafirmé mi propia violación.
Y ahora tras analizar la cronología de los abusos que ha sufrido mi propia
persona, soy consciente de que todos estos acontecimientos me fueron preparando
para lo que irremediablemente me iba a suceder, hasta el punto de creer durante
mucho tiempo que así debía de ser, que algo estaba mal conmigo o simplemente, la
negación de que yo también fui una mujer violada.
Sucedió hace seis años, durante mi residencia en Buenos
Aires. Hablar de esto me da vuelta las tripas. Siempre creí que debía
enfadarme. No se si conmigo misma, con la sociedad, con los hombres, con mi
pareja de ese momento porque nunca se enteró o con todos al mismo tiempo.
Sin embargo, no estoy molesta, no siento rabia, ni asco, ni
pena. No siento nada. Como si esto nunca me hubiese pasado a mi, y escribiera
sobre la historia de alguien que solo está en mi cabeza.
Pero esta es mi historia, y creo, que la historia de cientos
de mujeres que durante años, sintieron vergüenza o miedo o simplemente
intentaron olvidar lo ocurrido y desconectarse de los sentimientos para
sobrevivir. Porque eso es lo que hacemos, sobrevivir.
Hace poco leí que muchas sobrevivientes se critican a si
mismas por la forma en que reaccionaron para arreglárselas. Yo siempre supe lo
que me hicieron, pero no quise reconocerlo, creo que por vergüenza. Fue más
fácil callarme, alejarme y hacer como que nunca pasó.
Ahora se, después de tanto tiempo, que hice lo que hice para
sobrevivir, y que ahora, después de canalizarlo y sentirme con la fuerza
necesaria, puedo empezar a hablar de ello, sin miedo, sin vergüenza ni odio.
Soy consciente de que hay muchos tipos de violación. Los
efectos de los abusos sexuales pueden invadirlo todo; nuestra identidad,
nuestras relaciones, nuestra cordura, donde sea que miremos, vemos sus efectos,
aunque no seamos conscientes.
Yo recuerdo despertarme en un lugar conocido, aunque no
debería haber estado allí. Sobre una toalla en el suelo. Con la ropa mal puesta
y las bragas del revés. Sucia, mareada. Lo último que recuerdo es salir de
trabajar y tomarme una cerveza cerca de mi casa. Después de eso no hay nada.
Solo el corazón latiendo fuerte y las tripas revueltas.
Sabía que habían abusado de mi, se quien, pero no cuantos,
ni por cuanto tiempo.
Después de eso decidí guardarlo, callarme. Sin sospechas,
sin temores, sin miradas atrás, sin juicios. Asumiendo sin asumir, que había
sido una mujer violada.
Esta es la primera vez que hablo de esto tan detalladamente,
y mientras pulso las teclas de mi ordenador escucho un zumbido en mi cabeza y el
aire se me atraganta en el pecho.
Solo hace unos meses leí un artículo de una chica que
contaba como la violaron en un contexto muy similar al mío. Me leí, ahí mismo.
Después de tantos años de negación y silencio, ahí estaba yo.
Por eso escribo hoy esto, 6 años después. Muchas personas se
preguntarán ¿Por qué ahora? ¿Qué importancia tiene hablar de esto después de
tanto tiempo, hacerlo público?
No pretendo convertirme en una víctima, aunque por supuesto
que lo fui, no quiero mostrar lástima, ni apego, ni ningún otro sentimiento más
que el de la fuerza y la valentía que quiero transmitirle a todas las mujeres
que han pasado por algo similar. Porque sin saberlo, esto ha dominado muchos
aspectos de mi vida, me ha dañado, ha influido en mi todo este tiempo y es
importante, claro que es importante hablar de ello.
Hace solo unos meses que desperté, como si todo este tiempo
hubiese permanecido aletargada en una especie de limbo, entre lo que me pasó y
lo que nunca me pasó. Evitando lo inevitable. Y por primera vez lloré,
consciente, liberándome de un lastre que me atormentaba sin saber.
Soy consciente de que los efectos de cualquier abuso sexual
pueden ser horribles, pero no tienen por qué ser permanentes. Reconocer como
han influido los abusos en nuestra vida es también parte de ese proceso de
curación. Leernos, escucharnos y reconocernos “a mi también me pasó”, y no
sentir que estamos solas, o que debemos llevarlo en soledad.
Amarnos, por encima de todo, somos unas valientes, que pese
a todo, seguimos
caminando, luchando, criando, amamantando, riendo, gozando y sobreviviendo.
Poco después de escribir este texto leí el artículo que fue
la inspiración del mío: “Mi - nuestra - genealogía de la agresión sexual” y de
nuevo me releí, me sentí, me identifiqué. Amé sus palabras y su fuerza. Así que
gracias, gracias a las mujeres que me ayudaron a liberarme, a las autoras de
los artículos que me hicieron despertar y no sentir miedo, o vergüenza, gracias
a A., M. Y K. por escucharme y aconsejarme, a C.D. por ser oídos y compañero. Gracias a mi familia, no es fácil
leer algo así de alguien a quien amas.
Soy consciente de que tras hacer esto publico, las
reacciones pueden ser muchas y muy diversas, en concreto las reacciones de
familiares y amigos cercanos que pueden pensar que soy una irresponsable por
hacer público algo tan personal. Precisamente por eso, porque estoy cansada de
permanecer callada, porque no tengo miedo ni a los prejuicios ni a las
acusaciones ni a los que me hicieron daño y quiero gritar lo que llevo adentro.
Porque quiero ayudar a otras mujeres que a través de mis palabras puedan
liberarse como yo lo hice. Para escupirle a esta sociedad en la cara y
chillarle que no estamos asustadas y somos muchas y muy fuertes.
No me puedo callar porque esto es lo que soy y porque esto
es parte de mi, y más que nunca, me quiero, me respeto y me valoro.
Gracias.
A todas las sobrevivientes.