sábado, 25 de julio de 2009

La Villa 31

Sobre las calles donde no llega el asfalto, unos niños juegan con un chucho mugriento.
Sus pieles curtidas por el frío soportan el viento que se cuela por los improvisados techos de hojalata.
Los pequeños charcos en la tierra, marrones criaderos de enfermedad, reflejan los sueños de un mundo incomprendido.
Desde la cantina se escucha la cumbia como voz de una cultura, el aroma del maní en el fuego, que cuece un viejo de ojos tristes,
Y alrededor de la cancha, se concentran sus habitantes dejando sus gargantas en los triunfos de un balón.
Solo una calle separa dos mundo opuestos; en uno faltan oportunidades, en otro las intenciones.
Las casitas bajas de adobe, ladrillo o chatarra, se amontonan formando pequeñas cuadras divididas en zonas. Incluso dentro de la villa, tu lugar va acorde a tu economía.
Al pasar por la autopista, sus techos parecen tocar el cielo, sobran las pretensiones de arrancarlos de su hogar.
Algunos chicos de ojos morochos y piel canela, van con sus padres a laburar, el papá se hace pasar por invidente, los nenes ponen la manita al pasar.
Siempre hay modos de salir adelante. Del barrio surgieron médicos, limpiadoras y futbolistas, tenderos, profesores y escritores.
El problema es que para muchos, no queda espacio para pensar. Algunos han de escoger el camino fácil, también los hay vagos como en cualquier lugar.
Pese a todo aquí están los más fuertes, los que luchan por su tierra, su hogar y su dignidad.
Cada chico solo es un miembro mas de una extensa familia. En un lugar donde escasea la información sexual entre otras cosas, las mujeres no tienen más salida.
El gobierno con sus planes de fomento, nunca tiene en cuenta a los villeros ¿qué es lo mejor para sus vidas, para sus casas o sus negocios?
Al final todo queda en el aire, todo es igual de ficticio a los propósitos de cambio.
La educación es la base de sus vidas, su futuro y progresión, el pequeño halo de esperanza para forjarse un futuro mejor.
Muchos piensan que vivir así no es digno. Tan solo hace falta mirar a través de sus sonrisas para saber que dignidad les sobra, que quizá indignos sean otros, que quieren acabar con su historia.

A.Benlloch

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