domingo, 26 de julio de 2009

Salomón

Su madre era la mujer barbuda del pequeño Circo “Escarlata”. Nunca supo su verdadera nacionalidad. Vino al mundo rodeado de paja entre camino y camino de una ciudad a otra, mientras su madre daba a luz una noche de embriaguez.
Creció pensando que su padre era el domador de leones que murió devorado por una de las fieras durante su espectáculo. Pero a medida que pasaba el tiempo, comenzó a comprobar el inevitable parecido con el enano trapecista esposo de las hermanas siamesas Fuang.
La única gran diferencia entre los dos, era la estatura, puesto que su madre no solo era la mujer barbuda, sino la más alta del mundo con dos metros noventa de altura.
Desafortunadamente, a diferencia de su artística familia, Salomón, nombre puesto en memoria a su difunto supuesto padre, no creció con ningún don que pudiera explotar en el circo. Se dedicó durante años a limpiar la jaula de los chimpancés payaso entre otras cosas.
A los 16 años decidió escaparse para buscarse la vida y probar suerte en el mundo. La experiencia amorosa más cercana que había tenido fue durante su vida en el circo, con una mona posesiva y celosa que se encaprichó de él. Ahora, lo mas cerca que se encontraba de otro cuerpo, era del trajecito rosa, peludo y suave que lo miraba con sus ojitos redondos y negros, desde la silla, esperando a ser parte e él como cada día durante ocho horas en esos grandes almacenes.
Se trataba de una verdadera relación amor-odio entre el conejito, con el cual mantenía una estrecha relación, y él.
Detestaba el olor a sudor en su cabeza y el tacto del pelo húmedo que se pegaba a su piel al final del día. Pero igualmente le resultaba casi imposible deshacerse de su traje rosa, peludo y suave.
Pese al parecido con su padre, Salomón era mas bien un tipo alto, estatura que sujetaban dos piernas flacuchas y endebles. Su pelo ya repleto de canas caía del lado izquierdo de su cara.
Sobre su calzón blanco, de un color verdoso en los bordes, se asomaba una barriga fofa con algunos pelos ridículos amontonados alrededor de su ombligo. En ocasiones encontraba miguitas de pan escondidas dentro de esa cueva repleta de vegetación.
Su cuello largo como el de una avestruz guardaba en su interior una nuez que hacía exagerados movimientos cada vez que comía. Resultaba casi imposible de creer como ese cuello desgarbado era capaz de soportar su enorme cabeza (otro de los legados de su verdadero padre).
Su cuerpo era tan blanco que parecía casi transparente, así se sentía la mayor parte del tiempo. Al menos siendo el Señor Conejo algunos niños sentían admiración y respeto por él, siempre y cuando al girarse no recibiese una patada en su espinilla o más degradante aún, en su trasero rosa.
Sólo un detalle que no heredó de su despreciable familia le gustaba de sí mismo. Un ojo de cada color. El izquierdo de un azul intenso y el derecho color pardo casi verde con la luz del sol. Estaba seguro de que era el descendiente de algún ser superior, que había venido a la tierra para realizar alguna misión importante.
Y así, cada mañana Salomón se levantaba seguro de que ese sería el día en que algún tipo de señal le indicaría, que su misión en el mundo estaba a punto de dar comienzo.

A.Benlloch

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