domingo, 26 de julio de 2009


Salomón encuentra a Arancha

Había llegado el final de un día agotador. Los pelos del traje ya comenzaban a pegarse en su piel y tras algunas patadas en la espinilla de varios niños malcriados, y los gritos de terror y sollozos de alguno que otro asustado por su presencia, el día había transcurrido sin mayores percances.
Sentado en la parada del subte, con el traje puesto oliendo a sudor y la cabeza de conejo sobre las rodillas, Salomón comienza a ojear la estación prácticamente vacía. Sólo algún transeúnte absorto en su libro y un borracho durmiendo la mona sobre uno de los bancos. Le gustaba viajar a esas horas cuando el vagón se encontraba prácticamente vacío.
Un estruendo a su derecha llama su atención. Se levanta dando pequeños saltitos por la molesta colita que se cuela entre sus nalgas y la cabeza del conejo cae al suelo rodando unos pocos metros.
Una mujer pelea contra el piso mientras intenta incorporarse sin mucho éxito. Salomón que acude en su ayuda, queda hipnotizado por su mirada. Sus ojos pequeños de gata, esquivos, parecen atraparle en la estupidez. Paralizado ante la mujer, con la boca entreabierta y el pulso acelerado, no es capaz de emitir sonido alguno.
Los músculos de su cuerpo agarrotados le juegan una mala pasada, y sin pretenderlo, suelta a la chica que cae de bruces al suelo.
Tras conseguir incorporarse, Arancha comienza a observar el cuerpo peludo y rosa parado frente a ella. A simple vista siente un poco de repulsa, pero al ver sus ojos de diferente color no puede evitar notar una conexión que va mas allá del disfraz de conejo que lleva puesto. No sabe si es compasión , pero una extraña atracción le hace recordar de pronto todos esos momentos que pasó de niña intentado captar la atención de otros, reclamando con miradas ajenas la satisfacción de sus logros constantemente fallidos.
Los dos fueron niños de mundos diferentes pero igualmente solos. Rodeados de personas que nunca consiguieron comprenderlos, con grandes sueños que nunca cumplieron, pero sin perder la esperanza de alcanzarlos algún día. Dos seres especiales puestos en el mundo para realizar algún tipo de misión, que de pronto se encuentran en una situación tan absurda como sus propias vidas.
Uno frente a otro permanecen en silencio, observándose. Sin pronunciar palabra no dejan de decirse y contarse: “¿Dónde has estado todo este tiempo?” “Me gustan las manzanas asadas” “Esta señal me la hice de niña cuando caí en bicicleta” “Me crié en un circo” “Me gustan los niños” “Mi casa no es muy grande, pero podríamos vivir los dos” “Creo que te quiero” “Te quiero”.
Llega a la parada el último tren de la noche. La mujer sube al vagón vacío sin dejar de mirarse. Salomón continúa paralizado en el anden, “Te acompaño a casa”.
Las puertas se cierran frente a sus ojos, el tren comienza a moverse tomando mayor velocidad hasta que se pierde en la oscuridad del túnel. Salomón lo sigue con la mirada hasta que en la estación ya no queda más que silencio. Los ojitos negros y redondos del conejo le observan desde el suelo. En su rostro se vislumbra lo que parece una pequeña sonrisa.

A.Benlloch

No hay comentarios:

Publicar un comentario